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Vivir en la periferia

La migración es la gran revolución del siglo XXI por su capacidad para transformar la sociedad, como ha ocurrido a lo largo de la historia con los movimientos  sociales y donde el principal reto es la integración de los inmigrantes. Una tácita condición de ese objetivo es la incorporación y plena participación de los inmigrantes. El miedo al extranjero o a la ‘imagen del otro’ son temores tan viejos como la historia misma y tienen su explicación en la ausencia del  diálogo entre las diferentes culturas y pueblos.  Sin el diálogo no es posible la convivencia y su ausencia deshumaniza cotidianamente al inmigrante, mientras los responsables de las políticas migratorias sostienen un ‘diálogo de sordos’ cuando miran al fenómeno migratorio como una amenaza e ignoran su presencia omnisciente, amén de referirse a él algunas veces en términos despectivos. En ese drama, a quienes se presta menos atención es a los niños migrantes que viajan solos, e  inclusive a los que vienen acompañados de sus familias, para quienes ese periplo se ha convertido en una cruel tragedia. Pocas veces nos detenemos a pensar en las consecuencias de la migración en la vida y desarrollo de los niños, quienes además de ser brutalmente desraizados de sus familias y culturas terminan enfrentando un mundo totalmente ajeno y hostil. Un drama al que se ‘prefiere’  voltear la cara.

El fenómeno de la migración no es un mero problema de ‘sensibilización’, sino también de aprobar urgentes y pragmáticas medidas legislativas –una reforma migratoria integral, por ejemplo–  que ‘refuercen’ y ‘propicien’ el cambio en los corazones y la mente de la gente. Medidas concretas que sean el resultado de un diálogo honesto que vislumbre una luz al final del túnel, una solución justa y digna para todos aquéllos que, por una u otra razón, se vieron forzados a emigrar en busca de mejores condiciones de vida. En ese contexto, la migración funciona cuando los inmigrantes se sienten y son partícipes de nuestra sociedad con plenos derechos, responsabilidades y oportunidades: piedra angular sobre la que descansa la integración social de nuestra nación, la misma que está basada en la tradición y las leyes.

Es una perogrullada decir que los inmigrantes que cruzan las fronteras en busca de un futuro mejor. Mas, lo hacen en busca de trabajo huyendo, muchas veces, de las guerras y las hambrunas para terminar enfrentado un tiránico sistema económico que tiene al dinero como su principal razón de ser y no la persona, lo que hace aún más doloroso el tema migratorio. Esa gente arriesga todo para rehacer su vida, para volver a luchar, para sacar adelante a sus familias y para reinsertarse en la sociedad donde los primeros síntomas vitales de esa vibrante reinsertación se observa, por ejemplo, en las manifestaciones de piedad popular de nuestras comunidades –procesiones y fiestas patronales que se celebran en nuestras parroquias y que han plantado sólidas raíces en suelo fértil.

La crisis continua de la migración es un tema  propicio –en esta Cuaresma– para reflexionar sobre las circuns-tancias que viven nuestros ‘conciudanos’ que se ven obligados a abandonar sus  lugares de origen con la esperanza de una vida mejor y un futuro seguro para sus familias. Que este tiempo sirva para asumir compromisos, en lo que nos compete, y tener presente a los que viven en la periferia de nuestra sociedad, pero en medio de nosotros, –pobres, ancianos e indocumentados– para insistir en el respeto por su fundamental dignidad humana.

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