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El martirio por la fe

Foto/CNS

Entramos en la Semana Mayor, La Semana Santa, y tendremos la oportunidad durante estos días de celebrar el Misterio Pascual de Cristo, su pasión, muerte y resurrección nos van a llevar durante el Jueves, Viernes y Sábado Santos a un acercamiento del amor de Dios quien se encarnó para salvarnos de la muerte y llevarnos a la Vida Eterna, como el regalo más hermoso de la misericordia de Dios.

Cada año que celebramos estos misterios, conviene particularmente reflexionar en los acontecimientos que acontecen en el mundo entero y como la bondad y la maldad continúan enfrentándose en el desarrollo de la existencia de la humanidad. Sería pertinente meditar y orar por todos los mártires que día a día son sacrificados en una persecución religiosa que parecería no tener ningún sentido en nuestro tiempo actual. El martirio por la fe, vuelve a hacerse presente en nuestro mundo. Las injustas persecuciones a nuestros hermanos y hermanas en diferentes partes del mundo, especialmente en el Medio Oriente, llevan una gran cuota de dolor para la Iglesia Universal. La sangre derramada en un absoluto testimonio del amor al evangelio y a la persona de Jesucristo, de su pasión y muerte en la cruz, pero a la vez un aliento y sólido testimonio de quienes ven esta vida tan solo el tránsito para un más grande regalo de Dios que es la Eternidad. Evidentemente estas muertes nos harán acercarnos a la similitud con el  dolor por el cual el mismo Redentor tuvo que asumir miles de años atrás por amor a la humanidad.

En las diferentes procesiones de Viernes Santo que se llevarán a cabo en nuestras parroquias de la Arquidiócesis de Washington, nos harán meditar en nuestros amados inmigrantes que caminando encuentran en sus dolores y sufrimientos la experiencia del calvario. Muchos de ellos perderán la vida, serán arrestados y mal tratados, este es un verdadero camino de cruz. A ellos tiene que ser dirigida nuestra solidaridad, amor y oración. Ellos son el rostro de Cristo que encontramos en nuestro diario vivir. Caminamos en procesión y le pedimos a Nuestro Señor que nos haga ese Simón de Cirene que ayude a cargar esa pesada cruz que es la soledad, el no tener rostro o voz. Amamos a quienes no conocemos porque somos cristianos.

Encontremos en esta Semana Santa esos testimonios vivos de las Misioneras de la Caridad brutalmente asesi-nadas en Yemen. La hermana Anselm de India, la hermana  Margherite de Rwanda, la hermana Reginette de Rwanda, y la hermana Judith de Kenya han derramado su sangre, a la luz del Evangelio, su vida y su amor son el reflejo vivo de Cristo en la Cruz que de-rramó su sangre por la redención del mundo. Oramos por la querida congregación de las Misioneras de la Caridad para que estas mártires sean un frutífero instrumento de crecimiento vocacional en el ejemplo de estas santas religiosas que tanto bien y paz traen a la vida de los más necesitados. Oremos por tantas religiosas en Estados Unidos que día y noche acogen a nuestros amados niños y sus madres que cruzan la frontera, como es el testimonio de la hermana Norma Pimentel, directora ejecutiva de Caridades Católicas en el Valle de Río Grande  y muchos otros, que ven en estos casos tan dolorosos una oportunidad para humanizar una sociedad que se aleja del valor y el principio del respeto a la persona humana.

Cristo Crucificado nos dá la oportunidad de un camino de rectificación, de perdón de nuestras debilidades y pecados, para que transformados por la acción de Su Espíritu Santo podamos cambiar nuestra forma de comportarnos, de proceder con nuestros semejantes y de descubrir en todos ellos el rostro de Cristo que vino a servir y no a ser servido. Ese será el único camino para celebrar una auténtica Pascua de Resurrección.

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