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¿Estamos escuchando?

Raro es el día en que, en la conversación, no sale el tema de la división o de haberla la experimentado, tanto en nuestro país como en nuestra Iglesia. El grado de animosidad y desencuentro es alto entre los demócratas y los republicanos, los de izquierda y los de derecha, los liberales y los conservadores, y muchas otras etiquetas que se nos podrían ocurrir. 

Los problemas siguen incubándose sin resolverse, porque muchos de nosotros parecemos encerrados en lo que consideramos las respuestas correctas no solo para nosotros mismos, sino para todos en nuestro país y en nuestra Iglesia. No hay muchos debates sinceros y nobles en los que nos escuchemos unos a otros con honestidad, y no solo para oír lo que compartimos, sino para tratar de comprender de verdad los puntos de vista y las experiencias de los demás.

Como dijo una vez el actor Will Rogers: "No se puede saber cómo es un hombre o qué está pensando cuando uno lo mira de frente. Hay que ponerse detrás de él y ver lo que él ha estado mirando."

Creo que esto es lo que el papa Francisco espera lograr con el Sínodo sobre la Sinodalidad que se está celebrando actualmente en Roma. Se han reunido unos 450 participantes, entre sacerdotes y laicos, para escuchar y debatir temas importantes que, como Iglesia y como país, afrontamos casi todos los días.

Algunos temen a dónde puede llevar todo esto, porque los temas son difíciles y los desacuerdos generalizados, pero yo acepto el propósito declarado de que el sínodo sea una ocasión propicia para hablar, escuchar y aprender. Creo que esto es lo que la Iglesia necesita hacer en el mundo, en el que hay demasiada división e incluso ataques deliberados a las ideas de los demás. ¿No sería mejor buscar formas de escuchar, hablar, compartir, crecer y amar?

También creo que es útil poner atención a los puntos de vista de todo el mundo. En Estados Unidos vive apenas alrededor del cinco por ciento de los católicos del mundo. A veces creo que pensamos que sabemos lo que es correcto para toda la Iglesia en este momento y para el futuro. Tal vez tengamos razón, pero también podríamos estar equivocados. Merece la pena escuchar a otros cuya experiencia de Jesús puede ser diferente de la nuestra.

Además, no es equivocado decir que, si bien la Iglesia Católica en Estados Unidos está disminuyendo en su porcentaje de la población total, en otros lugares como América Latina y África la población católica está aumentando bastante. La Iglesia está echando raíces en nuevos lugares y de maneras novedosas, y creo que es saludable reunir a personas de todo el mundo para dialogar sobre estas cuestiones. 

Ruego a los participantes en el Sínodo —y también al resto de nosotros— que recuerden que el centro de todo siempre es Jesús, qué parte tiene él en nuestra vida y cómo va él guiando lo que hacemos. Por esto creo que deberíamos preguntarnos si nos estamos quedando atrás en nuestra manera de aceptar y adoptar lo que el Señor quiere de nosotros.

Una de mis citas favoritas que leí hace poco es del teólogo y escritor John (Jack) Shea, que dijo sencillamente lo siguiente: "La mesa del banquete está abierta a todos los que están abiertos a todos."

Esas pocas palabras dicen mucho. Jesús estaba y está abierto a todo el mundo: hombres y mujeres de distinto color, procedencia, orientación sexual, nivel educativo, oficio o profesión, situación económica y mucho más. En aspectos en los que parece que estamos divididos, Jesús nos lleva a abrirnos a la misericordia y la compasión hacia todos los que encontramos por el camino.

No sé qué será lo que va a ocurrir en el sínodo ni si de allí va a salir algo. Ni siquiera espero cambios, solo que hablemos y nos escuchemos mejor. 

Creo firmemente en la Iglesia, en sus enseñanzas y en el Papa como quien la dirige, guiado por el Espíritu Santo desde el momento en que Jesús entregó las llaves del reino a Pedro (Mateo 16, 19). En mi vida ha habido siete papas, todos los cuales amaban a la Iglesia y creían en ella. Al mismo tiempo, tenían formas distintas de hablar de nuestra fe, de compartirla y de llevar el mensaje de Jesús al mundo. 

Las enseñanzas de la Iglesia son primordiales. Al mismo tiempo, creo que el proceso de escuchar, aprender, hablar y compartir es más valioso de lo que jamás sabremos. Trabajando juntos, podemos avanzar como pueblo de Dios, hacer que la Iglesia sea aún mejor y crecer de un modo que nos acerque a todos a Jesús.

La Iglesia es el pueblo de Dios, y el pueblo de Dios es la Iglesia. Somos un pueblo peregrino, que vamos caminando juntos hacia nuestro hogar en el cielo. No nos va tan bien cuando hay algunos de nuestros compañeros de viaje que son dejados atrás, excluidos o descartados como sin importancia. 

Jesús mismo nos dijo que nuestro viaje aquí en la Tierra se reduce en última instancia a dos cosas: Aprender a amar a Dios con todo nuestro corazón, mente, alma y fuerzas, y aprender a amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. 

Ese es el objetivo. Quiera el Señor que el sínodo sirva para llevar la Iglesia más cerca de lo que Jesús quiere de ella y que cada uno de nosotros haga su parte amando cada día mejor a Dios y al prójimo.

(Mons. John Enzler trabaja como defensor de la misión de Caridades Católicas, agencia afiliada a la Arquidiócesis Católica Romana de Washington, y es capellán de su escuela de graduación, St. John's College High School, de Washington. Escribe, además, su columna Fe en acción para los periódicos y sitios web arquidiocesanos Catholic Standard y El Pregonero.)

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