Una de las razones más importante de la visita del papa Francisco será el de presidir una reflexión cristiana del papel de la familia en el mundo y en nuestra Iglesia. El encuentro se lleva a cabo, días antes de que en Roma se de inicio al Sínodo de la Familia que comenzó el 2014 en un ambiente de reflexión teológica y pastoral sobre los grandes retos y respuestas que el mundo necesita para continuar el apoyo incondicional a la institución más importante de la humanidad: la familia.
No es la primera vez que un sínodo y el magisterio de la Iglesia reflexiona sobre la familia. En 1980, San Juan Pablo II convocó su primer sínodo y fue sobre el tema de la familia y, como resultado, escribió la exhortación Apostólica FAMILIARES CONSORTIO, dejando en claro que la sociedad moderna debería de fomentar el amor por esta institución y la vocación en las mentes de las nuevas generaciones por formar una familia: único camino para un futuro cierto de la humanidad.
Sería importante –35 años después– retomar algunos puntos y hacer una valoración de la situación de la familia tratando de identificar algunos de los aspectos positivos y negativos que la sociedad puede arrojar respecto al vínculo del matrimonio y de la presencia de la familia en este nuevo milenio.
A pesar de una constante educación religiosa sobre la familia, la creciente corriente del secularismo ha impedido que ésta tenga un verdadero impacto en la consciencia y formación de las nuevas generaciones. Esto se observa en la ausencia de la vocación al matrimonio de muchos de nuestros jóvenes, quienes le temen a un compromiso que asume la entrega total de toda una vida. El deseo de vivir una existencia sin compromiso impide que estas generaciones estén pensan-do en formar una familia. El objetivo está centrado en una relación pasajera y muchas veces la misma deja a muchos con ausencias y frustraciones que dan como resultado la existencia en la soledad.
Mas, en la mente de muchos es evidente que el tema de la familia no es un tema de discusión, puesto que nadie afirma que este no es un principio sano y bueno, querido no tan solo por los hombres, sino también por Dios. Sin embargo, el hecho de que se valore no quiere decir necesariamente que se involucre como uno de los caminos importantes para desarrollar y realizar la existencia y la vocación humana. Es necesario reafirmar a la familia como el principio de comunidad y semillero de amor y realización personal. Es en el seno de una familia donde aprendemos a amar y a conocer la presencia de Dios. La ausencia de la misma lleva a tomar opciones que, muchas veces, son terriblemente perjudiciales para la sociedad: pandillas juveniles y grupos alzados en armas.
El papel de la familia cristiana –fundamental en el mundo de hoy– no solo forma una comunidad de amor, sino que también sirve a la vida, puesto que por y en el amor se asegura la continuidad de la raza humana, acrecentando a la sociedad y construyendo un mundo más humano, basado en los valores del Evangelio. La Iglesia tiene la gran responsabilidad de proteger, acompañar y fomentar el amor por el vínculo matrimonial y por la conformación de nuevas familias que aseguren la continuidad de la obra salvadora de Jesús.
Estos temas los escucharemos no solo de la predicación del papa Francisco, sino también en las reflexiones del Sínodo de la Familia, el próximo mes de octubre. Caminar con Francisco no es solo una actividad física, sino que también es una adhesión espiritual a quien predica la palabra de Cristo y con ella un mensaje de amor, esperanza y fe en nuestras vidas. Amar al Papa y a la Iglesia es vivir alegremente la experiencia del Evangelio con el vínculo inconfundible del amor. Que nuestra alegría, gozo y esperanza de un pueblo inmigrante esté reflejado en la vivencia de un compromiso de construir y apoyar a la familia en donde Dios habita y el mundo se trasforma en la experiencia de un Dios vivo que nos ayuda a ser más santos y mejores en los años que Dios nos tenga en este mundo para su misma Gloria.