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‘Si el grano de trigo no muere’*

“Alcen la mano los que quieren ir a cielo”, y todos los niñitos en su candor e inocencia, lo hacían.  Claro, ya la catequista había explicado que el cielo era lugar donde todos los deseos y anhelos se cumplían sin mayores requisitos.  La infancia, tómese en cuenta, es la etapa de ilusiones y fantasías. Estas son las que motivan al crecimiento y ayudan a desarrollar la capacidad de tomar riesgos. Pero el proceso de maduración incluye también el ser sacudido por la experiencia de frustración y ansiedad. Es cuando la capacidad de confiar es puesta a prueba. No todo es como quisiéramos que fuese. ¡No, no todo el tiempo! 

Esa contrariedad que es tan parte de la vida es la que ayuda a crear conciencia que existen límites no siempre capaces de ser superados. Nótese, sin embargo, que el ser humano se ilusionó, muchos años atrás, en volar como los pájaros.  Así fue como su ingenio lo llevó a inventar una aeronave. Soñó con explorar las profundidades de los mares.  Y pues, se inventó el submarino. Existen en el campo de la medicina y la ciencia, incontables ejemplos de barreras superadas por el puro ingenio de su capacidad inventiva.  Sueña con prolongar su vida para la eternidad y se cree capaz de hacerlo. En el proceso, descubre como vencer enfermedades crónicas inimaginables.  Sus logros lo llevan entonces, a exaltar su ego a tal medida que se pone a competir con Dios el creador.  ¡Aun así, se muere tratando…!

Es ese creador, quien, en su infinito amor por Su creación, le concede al ser humano transmutar su mera humanidad, ofreciéndole la oportunidad de compartir Su mismísima divinidad.  ¡Ahí el corazón de la fe católica!  Descubre entonces, que la muerte no es el fin de la vida, sino la transición obligatoria para entrar en la eternidad.  Se vive la vida siempre hacia adelante, pero no se entiende sin conciencia del pasado, de lo que le tocó vivir.  Es normal que se aferre a un deseo indescriptible a querer prolongar su vida.  Sin la luz de la fe, sin embargo, el ser humano descubre su mayor fracaso en doblegar su orgullo y rendirse a merced de la muerte.  Los creyentes en Cristo Resucitado, no obstante, se sienten campeones abrazando con pasión su enseñanza: “Cuando nuestro ser corruptible se revista de su forma inalterable y esta vida mortal sea absorbida por la inmortal, entonces se cumplirá la palabra de la Escritura: ¡Qué victoria tan grande! La muerte ha sido devorada. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? El aguijón de la muerte es el pecado, y la Ley lo hacía más poderoso.  Pero demos gracias a Dios que nos da la victoria por medio de Cristo Jesús, nuestro Señor.” (I Cor 15/54-57)

Esta enseñanza consoladora, no siempre es tomada en cuenta en el contexto cultural, cuando se insiste en bautizar a los bebitos.  Sí, se cree en una condenación eterna, pero no necesariamente con conciencia de abrazar la eternidad que Cristo Jesús logró por su pasión, muerte y gloriosa resurrección. De ahí la urgencia siempre oportuna de una ‘nueva evangelización’ según San Juan Pablo II. En su discurso para la apertura de la IV Conferencia de los Obispos Latinoamericanos, en 1992, él señaló “una idea que impulsa la necesidad de lanzar con valentía y creatividad una evangelización nueva, no convencional, no rutinaria, que permita que el mensaje de Jesucristo llegue a personas y sectores que no están siendo suficiente y eficazmente considerados. Necesitamos una Nueva Evangelización, nueva en sus métodos, nueva en su ardor y nueva en su expresión”.

Cada vez que los bautizados se enfrentan a la muerte de un ser querido, viven el ritual de la tradición, con llantos inconsolables, Misas, rezos, y novenarios.  Sin embargo, no siempre lo hacen con conciencia de ‘campeones que ya han vencido la muerte’.  Sus llantos no necesariamente encuentran consuelo en la convicción de que ese ser querido va a resucitar con Cristo y será partícipe de su eternidad. 

Abrazar la vida con pasión…, ¡si siempre!   Pero con conciencia de lo aprendido según la Palabra de Dios: ‘Les aseguro que, si el grano de trigo al caer en tierra no muere, queda él solo; pero si muere, da abundante cosecha. El que ama su vida, la perderá; pero el que desprecia su vida en este mundo, la conservará para la vida eterna’ (Juan 12/20).  ¡De eso pues, es que se trata, …de un aprender a morir poco a poco y así, lograr vivir para siempre!  

* Juan 12/20

 

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