El ciclo de la vida, según se manifiesta en toda la creación es algo impresionante. Todo lo creado tiene un comienzo y un final. Interesante descubrir, según la arqueología, vestigios de culturas ancestrales de miles de años atrás. Conocemos aun, el historial del universo que delata todo un drama de explosiones, colisiones y transformaciones espaciales que forjan el sistema planetario como hoy se conoce. Muchas y variadas son las teorías de la existencia del ser humano. La Biblia es explícita, según Génesis 1/26-31. En la modernidad y en el adelanto de la ciencia, surgen otras versiones y teorías distintas sobre todo el proyecto de la creación. A la luz de la fe, se insiste que la Biblia no es un libro de ciencia, sino un relato explícito de la grandeza del Dios creador. Sea como sea, el ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios (Gen.1/26), se enajena de su Creador y decide vivir a modo independiente. De ahí, que ese acto de rebeldía se llega a conocer como ‘pecado original’. Desde aquel entonces, la creatura es un ser fallido, falto de gracia y en constante necesidad de salvación.
En conexión con esa necesidad, es que surge la urgencia de arrepentimiento y penitencia. En la antigüedad, una práctica religiosa común, era vestirse con tela de saco y echarse ceniza en la cabeza. De esta manera, el corazón contrito buscaba hacer reparación por los pecados cometidos. De ahí surgió lo que hoy conocemos como el Miércoles de Ceniza que marca la apertura al tiempo especial de la Cuaresma. Con fundamento bíblico y particularmente el pasaje del Nuevo Testamento que relata las tentaciones de Jesús (Mr. 1/12-13; Lc. 4/1-13), la Iglesia invita a todos los bautizados a someterse con alacridad, a un tiempo de arrepentimiento con ayuno, abstinencia y oración. A imitación de Cristo, ese período sagrado consiste en 40 días. El disciplinar la vida bajo una moderación, especialmente en los alimentos y bebidas, es muy saludable, tanto física como espiritualmente.
Nuestra madre Iglesia sugiere días específicos de ayuno y abstinencia, pero permite que el creyente bautizado tome su propia decisión al respecto. En este asunto cada uno muestra su madurez y compromiso de fe, sometiéndose a la obediencia. En todo caso, sin embargo, depende de la conciencia individual personal. La realidad de nuestra fe católica es que no se nos educó al respecto de nuestra libertad para escoger que tipo de penitencia cumpliríamos durante esos días penitenciales. Se insistió en una obligatoriedad rígida en general. No se instruyó al creyente sobre posibles alternativas.
Con actitud de penitente, el creyente reza, “Un corazón contrito y humillado, tú no lo desprecias Señor” (Salmo 51/17). Durante toda la Cuaresma, ese corazón arrepentido busca doblegar su orgullo altanero, que lo enajena de su Creador. Se reviste espiritualmente de ‘saco y ceniza’ y busca agradar a Dios. Se celebran actos comunitarios de penitencia, via crucis y otras expresiones de expiación, clamando a manera repetitiva, “perdona a tu pueblo…perdónalo, Señor”. El desafío mayor, por supuesto, no es hacer actos de penitencia, pero sí, un esfuerzo honesto de superar agravios y enojos que tanto hieren la caridad. Triste realidad es convivir bajo un mismo techo, con esos enfados y mal ratos que sofocan la paz y tranquilidad. Existe un tipo de resignación en el seno familiar, como si esa situación de desazón entre sus miembros fuese lo normal. Una postura de ‘así soy yo’ parece ser la señal de derrota que denota indiferencia y apatía. Llegan a acostumbrase a convivir de esa manera, al extremo que ya, ni se toma en cuenta la posibilidad de una convivencia en armonía.
Una ‘cara sucia con ceniza’, otra vez en la tradición de la vida de fe, es un grito esperanzador que consuela y trae alivio a lo pesado de una vida enajenada de Dios. “A lo mejor este año se convierte…”