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Tiempo para actuar

Hay que luchar por las cosas que nos importan, pero hacerlo de una manera que lleve a otros a unirse a nuestro propósito. Foto/CNS

Necesitamos contar las historias de nuestra gente. Comunicar lo que siente la gente y no quedarnos en lo que dicen los demás que no dicen cuan profundo es el sentimiento que embarga a las personas, y tampoco sugieren estrategias para intervenir o cambiar lo que sea necesario. No se trata de romper valores –lo que causa ira, vergüenza e indignación moral– o discutir los méritos de los valores –lo que despierta indignación–, sino de entender por qué las personas ‘sacralizan’ ciertos temas haciendo imposible el diálogo –como en el tema de inmigración–. Una razón de esa ‘sacralización’ es cuando la gente la percibe como una ‘invasión’, como una amenaza, que es una construcción retórica repetida por los políticos, una prensa conservadora y la opinión pública, cuando las personas sienten que pueden perder algo, ergo, ‘te quitan el trabajo’ y ‘sienten que son marginados’, que da paso al rechazo social y a la discriminación del ‘otro’ que, además, luce diferente. 

Muchos consideran –según encuestas– que la ‘entrada ilegal’ al país es equivalente a ‘robar a un banco’, lo que está fuera de toda proporción y que es el resultado de la ‘criminalización’ de la inmigración. ¡Oh, paradoja! en un país hecho por inmigrantes y que tanto necesita de ellos, en las circunstancias más apremiantes, como sucede hoy con los ‘trabajadores esenciales’: en el sector agrícola, en supermercados, empaquetadoras de alimentos, hospitales, limpieza, etcétera.

Es importante, pues, reconocer los ‘valores’ que hay detrás de la ‘sacralización’ de ciertos temas –como el inmigratorio– para entender cuál es la ‘amenaza’ que hace que se tomen posiciones fuera de proporción. Debemos preguntar o preguntarnos ‘por qué’ y ‘dónde’ está el daño y, tal vez, podamos comprender mejor el tema de ‘ley y orden’, amén de reconocer si es una mera reacción emocional e identificar el intríngulis para poder tener un real diálogo. Al llamar ‘ilegales’ a los inmigrantes indocumentados se les deshumaniza, porque en el lenguaje que se usa va implícito una carga de valor negativa que de entrada enmarca el tema. En estudios de sacralización, el lenguaje se usa como un espejo deliberado para circunscribir a priori un tema. De allí que, en una posible reforma migratoria integral dependerá mucho de cómo se enmarque el contexto. Los actos violentos tienen valores, una intención radical. Si la inmigración se equipara a la violencia, la gente lo percibirá como una amenaza a su identidad –quieren cambiar ‘quienes somos’ o ‘no me dejan ser yo’–, defenderá la posición de su grupo y tomará acciones para ‘protegerse’.

Recordemos: el movimiento de derechos civiles no respondió en solitario a los activistas que marcharon en las calles, sino también a los activistas que 'marcharon' en los salones de clases, en las juntas de reuniones de los condados, en las escuelas de leyes, en las urnas y en las elecciones. En otras palabras, debemos luchar por las cosas que nos importan, pero hacerlo de una manera que lleve a otros a unirse a nuestro propósito, sin olvidar –MLK–  que “el arco del universo moral es largo, pero se inclina hacia la justicia”… “solo –RBG– si hay un compromiso firme de llevar a cabo la tarea”. Un paso a la vez, luego el siguiente y el siguiente, asegurando lo ganado, conscientes de nuestra dignidad compartida y lo que nos une en nuestra rica diversidad, lengua y tradiciones religiosas.

La crisis actual nos conmina a la acción, imbuidos de esperanza, donde el optimismo asoma como un deber –Popper– porque el futuro está abierto –no predeterminado– y nadie puede predecirlo –excepto por casualidad– y todos contribuimos a determinarlo por lo que hacemos, ergo, todos somos igualmente responsables de su éxito.  

 

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