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Aproveche la magnífica oportunidad de asistir a misa

Si usted se despierta a medianoche para atender a su bebé, o a su padre o a su madre en su ancianidad, ¿lo hace porque tiene que hacerlo o porque lo ama? 

Probablemente por ambas cosas. Sin embargo, apostaría a que hacerlo por amor supera con creces el hecho de hacerlo por deber. 

Me gustaría sugerir que pensemos en la misa dominical de un modo parecido. Vamos porque amamos a Dios y estamos agradecidos por todo lo que Él nos ha dado, no porque tengamos la obligación de hacerlo.

Mi buen amigo monseñor Bill Byrne, que es ahora obispo de la Diócesis de Springfield, Massachusetts, dice que los “días de precepto” son “días justos para ir” (a misa). Es una oportunidad para amar y ser amados por Dios, y no solo una obligación. 

Por eso me entristece ver que tantos de nuestros semejantes católicos opten por no asistir regularmente a la misa dominical. En mi infancia, entre el 75 y el 80 por ciento de los católicos iban a misa todos los domingos. Las estadísticas nos dicen que ahora esa proporción está más cerca del 30 por ciento. ¡Una gran merma en 70 años! Parecería que hemos dejado de considerar el domingo como una oportunidad para descansar y para dedicar, aunque sea solo una hora, para dar gracias y alabar al Dios, que tanto nos ama y que es la fuente de todo lo que tenemos. 

Esto se me ha venido a la memoria después de las fiestas. La concurrencia a las misas de Navidad fue enorme. Los fieles acudían por multitudes, y creo que realmente les gustaban mucho las liturgias y los villancicos. Ir a la iglesia con sus seres queridos era algo importante para la celebración navideña. Es posible que acudieran porque “tenían que hacerlo”, pero creo que lo hacían más bien porque querían hacerlo.

Lamentablemente, la asistencia a misa ha vuelto a las cifras normales. Parece que la mayoría de los fieles que nos acompañaron en la misa de Navidad, y que antes no venían la mayoría de los domingos, no han vuelto a hacerlo. Hemos reanudado lo que era la “norma”, es decir, que la mayoría de nuestros amigos católicos no van regularmente a la iglesia.

Creo que la disminución de la asistencia a misa tuvo algo que ver con el COVID. La pandemia dio la posibilidad de “ver la misa” en casa, o simplemente no ir a la iglesia. Hubo un tiempo en que las iglesias ni siquiera estaban abiertas, así que no había otra opción. Se formaron nuevos hábitos, y creo que el tiempo que pasamos sin ir a la Iglesia generó desinterés respecto del encuentro con Jesús en la Misa. 

Escucho confesiones con frecuencia en nuestras escuelas locales, y los niños a menudo me dicen que no van a la iglesia los domingos. La mayoría son menores de 16 años, por lo que aún no pueden manejar, pero indirectamente me dicen que sus padres no los llevan a la iglesia, lo que realmente me llena de tristeza. 

Conforme he ido avanzando en edad y durante todo mi sacerdocio, la misa ha llegado a ser cada vez más importante para mí como forma de darle gracias a Dios. La palabra eucaristía significa acción de gracias, y me parece que recuperar el sentido de gratitud en medio de la vida tan ajetreada que llevamos nos ayudaría a ver la misa como una valiosa oportunidad para demostrar aprecio por todo lo que Dios nos prodiga y conmovernos de corazón al reconocer las grandes bendiciones que tenemos y compartimos.

Como escribí una vez antes, tengo un amigo que entendió esto muy bien cuando dijo: “¿Por qué voy a la iglesia los domingos? Porque tengo una esposa maravillosa, hijos magníficos, nietos sanos y felices, un excelente trabajo y mucho más. Voy a la Iglesia por una sencilla razón: para dar gracias a Dios.”

Espero que todos veamos la misa por lo que es: un don celestial, y no meramente algo que se nos impone. El Vaticano II tenía razón cuando dijo que la misa es “la fuente y la cumbre de la vida cristiana”. ¿No es cierto que esto parece como una oportunidad “de otro mundo”? 

Al aproximarnos al comienzo de la Cuaresma, tal vez nos convendría refrescar el entendimiento que tenemos de la misa y verla como la magnífica oportunidad que es de pasar tiempo con nuestro Creador y acercarnos a Él. ¡No la desaprovechemos! Celebremos el amor de Dios, demos gracias a Dios por todo lo que Él nos ha dado, y dejemos que nuestros jóvenes nos vean hacerlo con sinceridad y entusiasmo. 

 

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