Don Segismundo Freud, el fundador de la psicología, era un no creyente en Dios. El desarrollo de toda su enseñanza se fundamenta en la creencia que el ser humano busca de Dios como un escape, otro mecanismo de defensa. El creer en lo sobrenatural es una escapada de su propia inutilidad. Así también lo creen muchos eruditos en lo académico. Creer en Dios es un don, o sea, un regalo del Espíritu Santo. Cierto es que la gran mayoría son creyentes de tradición. Nacieron en una familia católica, y como tales, fueron bautizados católicos. De ahí, que tantos bautizados no practiquen la fe. Es un fenómeno interesante, que aun los no practicantes, guardan alguna estampita religiosa, cuelgan en el auto un rosario o viven conscientes de que existe un Dios. La gran mayoría exhiben en su cuello una cadenita de oro con un crucifijo, alguna medallita de la Virgen María o algún otro santo. Es chocante, cuando en las noticias sale algún mafioso notable, con una cadena gruesa de oro costosa y con una cruz. Los símbolos religiosos son importantes, pero pierden todo su significado espiritual, cuando la persona que los usa no da evidencia de ser una persona ejemplar.
Lo que hay que señalar es que no cabe duda, que el ser humano nace con un hambre de eternidad y una urgencia de ser amado. Es precisamente, esas dos necesidades las que motivan su continuo afán en la vida. Con hambre de Dios, pero no siempre consciente de cómo saciar esa necesidad, algunos se dan a la práctica de algún movimiento esotérico o se adhieren a la superstición. No niegan a Dios, pero tampoco les interesa comprometerse con la fe católica. Ese fenómeno es más notable, en las masas de católicos en Latinoamérica, que han nacido y se han desarrollado en su crecimiento, como bautizados. Las Américas fueron evangelizadas por hombres y mujeres heroicos, pero no se dieron suficientes agentes para darle continuación a la formación religiosa. De ahí que la Conferencia de Obispos de Latinoamérica (CELAM), en su histórica reunión de Medellín (1968), señaló que la situación existente es de un ‘pueblo católico, pobremente cristiano’. Ese detalle es actualmente, motivo para un esfuerzo de continua evangelización, según es evidente en la gran mayoría de las parroquias católicas.
Una Iglesia renovada, es una que es ‘Cristo céntrica’, o sea todo ritual, toda liturgia, toda celebración religiosa manifiesta una inquietud de honor y gloria a Dios Padre, a través de su Hijo Jesús, por mediación del Espíritu Santo. Esta siempre ha sido la norma de la fe católica. Toda otra celebración honrando a María Santísima, los Santos y los misterios de la fe, es siempre guiada por el Espíritu Santo, motivando a expresar con devoción la fe del Pueblo Santo de Dios. Una comunidad parroquial se distingue por la calidad de su liturgia y su predicación. Es lo que más atrae a nuestro pueblo. Triste admitirlo, pero muchos se han ido a otras iglesias no católicas, atraídos por la elocuencia y erudición de algún otro buen predicador. El pueblo comenta estas situaciones, tantas veces tratando de atraer a otros a esas iglesias. Y sí, ¡así es como una parroquia pierde feligreses!
Esa hambre de Dios, especialmente para los que emigran a tierra extranjera, es más notable, ante la desolación y nostalgia que les toca vivir. Comunidades parroquiales que no toman en cuenta el cambio de población gradual en su área, son las que poco a poco van quedándose vacías. Esto ocurre con mayor incidencia, en las grandes ciudades industriales en el norte, hacia donde gravitan la mayoría de nuestro pueblo en busca de trabajo. No hay duda que el modelo de parroquia después del Vaticano II, es la que está de ‘salida’, o sea, que no está esperando a los que lleguen. Es la que se lanza a ‘tocar puertas’, a imprimir volantes con el nombre y dirección de la Iglesia parroquial, y a crear nuevos modelos de pastoral.
Se ha dicho que la mejor manera de atraer clientes a un buen restaurante, es la calidad y cantidad de comida que se sirve. De igual manera, una parroquia vibrante, con una liturgia y predicación inspiradora, es la que atrae y motiva un mayor número de fieles. En las grandes ciudades industriales, muchas veces nuestro pueblo vive como ‘ovejas sin pastor’. Nos recuerda la expresión en Mateo 9:36:
“Y viendo las multitudes, tuvo compasión de ellas, porque estaban angustiadas y abatidas como ovejas que no tienen pastor.”
No todos entienden el fenómeno actual de la inmigración del pueblo hispano hacia el Norte. La pobreza de Latinoamérica, la urgencia de sobrevivencia y el empeño de mejorar la calidad de vida, entre otras razones, es lo que empuja a nuestro pueblo a emigrar. ¿Qué todos logran encontrar el ‘tesoro escondido al final del arcoíris? ¡Pues no, no necesariamente! Pero sí, todos aspiran a trabajar con dedicación y sacrificio, y así crear un futuro prometedor para su familita. Con hambre de Dios y con una fe heroica, ese bendito pueblo es el que hoy por hoy, le ha dado una vitalidad renovada y una vida de fe admirable a muchas parroquias que antes estaban al borde de su clausura.