Este puede ser un momento emocionante del año en nuestras parroquias cuando conocemos las nuevas asignaciones para los sacerdotes. Un apreciado pastor o vicario puede ser llamado a servir en otra parroquia o a trabajar en la arquidiócesis. Algunos sacerdotes pasan a retiro; otros comienzan sus ministerios con una primera asignación tras su ordenación el 21 de junio.
Estos cambios son con frecuencia difíciles para feligreses y sacerdotes. Durante los últimos tres años, he vivido con un sacerdote joven en la parroquia San Bartolomé en Bethesda y él ahora está siendo transferido. El está balanceando la tristeza de dejar un lugar que ama, con la alegría de recibir nuevas oportunidades para servir a Dios.
Los feligreses también sienten tristeza, a veces incluso dolor, después de llegar a conocer y amar a un sacerdote como amigo, líder espiritual y hermano en Cristo que los ayuda como un guía en su camino.
Entiendo que no todas las situaciones son perfectas, y que a veces un cambio en el escenario es lo mejor para todos. Pero creo firmemente que nuestros sacerdotes hacen todo lo posible por responder al llamado de Dios de pastorear su rebaño y amar y servir a todos los que se encuentran en su camino.
La verdad es que Dios nos dio a todos dones y talentos diferentes, y los sacerdotes no somos la excepción. Algunos somos administradores hábiles, otros predicadores hábiles. Algunos somos carismáticos, otros contemplativos. Todos desearíamos ser todo para todos, pero Dios no nos creó así.
Recuerdo que unos años atrás, cuando un párroco se jubilaba, el personal se reunió con los feligreses de la parroquia para escuchar qué buscaban en su próximo párroco. Como era de esperarse, la lista de cualidades deseadas era larga y después continuó creciendo.
Alguien que sea bueno con los jóvenes. Un excelente administrador con experiencia en finanzas. Un líder espiritual devoto. Alguien con un corazón para los pobres, enfermos, necesitados, ancianos y discapacitados. Alguien que impulse el crecimiento de la escuela y fortalezca los programas de formación religiosa. Un buen celebrante y homilista. Una buena persona. Y así sucesivamente.
Después de escuchar a los feligreses atentamente por un buen tiempo, uno de los sacerdotes de la junta parroquial se puso de pie y les dijo: “Entiendo perfectamente lo que quieren. Desafortunadamente, ese hombre murió hace 2.000 años y subió al cielo”.
Quizás sonreímos, pero hay algo de cierto en esa afirmación. Los sacerdotes somos representantes de Cristo, pero no somos divinos. Ninguno de nosotros tiene todos los talentos para cumplir con las múltiples y variadas exigencias, al grado que la mayoría de los feligreses desearía. Todos somos diferentes, pero tenemos algo en común: todos nos esforzamos al máximo.
En mi primer año de asignación como párroco, trabajé con un sacerdote cuyo estilo para ministrar era diferente al mío. A él le gustaban mucho más los ricos adornos de la Iglesia, como las sotanas y demás vestimentas litúrgicas. Recuerdo haber hablado de ello con él y haberle dicho: “Somos diferentes en algunas maneras de ejercer nuestro ministerio, pero los dos tenemos el mismo objetivo: llevar a Jesús a los corazones y a las vidas de los demás”. Hoy, él sigue siendo un amigo, y ha sido un gran pastor en muchos años que ha pasado en el ejercicio de su ministerio.
La gran mayoría de las veces, los sacerdotes y la gente desarrollan vínculos profundos y duraderos. Por eso es difícil partir cuando se recibe el llamado. La mayoría de los sacerdotes que conozco están muy contentos donde están y preferirían quedarse. Me he sentido así muchas veces durante mi sacerdocio. Pero si recordamos que es Dios quien está a cargo, el vacío que se siente al dejar a una comunidad que se ama, se llenará con la alegría de servir a otros hijos de Dios en una nueva parroquia.
Aprendí esto temprano en mi sacerdocio. Era mi primera asignación como asociado en la parroquia Little Flower y nuestro párroco en ese tiempo había sido transferido recientemente desde la parroquia San Andrés en Silver Spring. Alguien le dijo al párroco” “Tu debes haber dejado tu corazón en San Andrés”.
“No”, respondió el párroco. “Qué sería de un sacerdote sin su corazón?”
Nosotros buscamos maneras de enamorarnos de las nuevas personas a las que servimos. No siempre es fácil mudarse, y francamente, a algunos nos cuesta la transición. Con fe y perseverancia, la nueva asignación se convierte en otra respuesta al llamado continuo de Dios y en otra oportunidad para ayudar a otros a encontrar a Jesús.
Si hay cambios en su parroquia este año, espero que le dé la bienvenida a su nuevo párroco o vicario parroquial, dele todo el apoyo que usted pueda y abrace los dones que Dios le haya dado a ese pastor. Ellos no están reemplazando a un sacerdote anterior; ellos tienen su propia vocación y han sido enviados para servirle a usted.
Quizás usted tenga la suerte de que uno de nuestros nuevos sacerdotes sea asignado a su parroquia. Esto ocurrió con más frecuencia de lo habitual el año pasado, con la ordenación de 16 nuevos sacerdotes en nuestra arquidiócesis. Este año hemos ordenamos a cinco hombres excepcionales. Como "bebés sacerdotes", se beneficiarán especialmente de todo el apoyo y la atención que podamos brindarles al comenzar su ministerio de cuidar de nosotros.
Recuerde agradecer a los sacerdotes que se marchan a otras asignaciones. Sospecho que ellos le sirvieron bien y si usted aprecia sus esfuerzos y sus dones, déjeselo saber. Es importante mostrar nuestra gratitud por todo lo que ellos han hecho por nosotros, por lo que ellos continúan haciendo por la Iglesia y por lo que van a hacer en el futuro por más gente de Dios.
“Un buen pastor, un pastor según el corazón de Dios, es el mayor tesoro que el buen Señor puede conceder a una parroquia, y uno de los dones más preciosos de la divina misericordia”, dijo San John Vianney.
Como hijos de Dios, ustedes son un tesoro que el Señor ha dado a sus sacerdotes.