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Desafían redadas con trabajo y sabor

La inmigrante nicaragüense Julia B. atiende desde su camioneta los requerimientos gastronómicos de sus clientes centroamericanos. Foto/MV

La resiliencia tiene nombre y sabor. En las calles de Laurel, Maryland, la nicaragüense Julia B. ha convertido su camioneta en un modesto pero eficiente restaurante rodante, donde cada día cocina con amor para los trabajadores de la construcción que la esperan con café caliente, tacos y sopas caseras.

Su historia es la de muchos inmigrantes que, pese a los obstáculos, no se rinden. Tras perder su empleo en un hotel por no tener documentos migratorios, Julia decidió en marzo pasado emprender su propio negocio de comida ambulatoria. Lo que comenzó como una necesidad, se ha transformado en una fuente estable de ingresos para sostener a su familia.

“Por no tener papeles me quedé sin trabajo y, al no tener dinero para pagar la renta, decidí vender comida, desde café y pan dulce hasta burritos, fajitas y sopa de frijoles”, cuenta Julia, quien empieza su jornada a las 3:00 de la madrugada para cocinar, empacar y, desde las 8:00 de la mañana, recorrer siete obras de construcción donde su clientela la espera puntualmente.

Julia ha adaptado sus precios a la economía de los trabajadores hispanos que conforman su clientela fija. “El desayuno lo doy a cuatro dólares, con café y pan incluidos. El almuerzo cuesta doce. Las sodas están a un dólar y los dulces a dos. Todo fresco y barato”, afirma con orgullo.

Además del sabor y el precio, hay un ingrediente esencial en su éxito: la confianza. “El truco es cocinar con amor y respetar las recetas de nuestra tierra. Los mismos trabajadores me dicen a qué obras puedo ir o qué lugares es mejor evitar”, explica. En tiempos donde la presencia de autoridades migratorias puede representar una amenaza, esa red de apoyo se vuelve crucial.

“Tengo dos hijos pequeños y me da miedo que haya redadas. Antes de llegar a un lugar llamo a un cliente para saber si todo está tranquilo. La semana pasada no pude entrar a dos obras porque me avisaron que había camionetas de la migra por College Park y la Ruta Uno”, relata con preocupación.

Católica practicante, Julia asiste con frecuencia a misa en la parroquia San Nicolás, en Laurel. Su fe, dice, le da fuerzas para seguir adelante. Mientras tanto, junto a su esposo Rubén, hacen frente a los gastos del hogar con esfuerzo y creatividad, como lo hacen miles de familias inmigrantes en el país.

Emprendimiento sobre ruedas

La historia de Julia es reflejo de una tendencia en crecimiento: el emprendimiento entre migrantes que ven en la venta de comida una alternativa viable para subsistir. El clásico "food truck", una tradición americana asociada a jubilados o franquicias, han dado paso a las llamadas “loncheras”, más modestas, pero igual de efectivas.

Hoy, muchas madres migrantes utilizan sus propias camionetas para vender comida de forma más discreta, adaptándose a las limitaciones económicas. Aunque el término “lonchera” proviene de la palabra inglesa “lunch box”, en la cultura hispana ha adquirido un nuevo significado: el sustento diario que llega sobre ruedas.

El negocio no es barato. Un “food truck” nuevo, completamente equipado, puede costar entre $75.000 y $150.000 dólares, mientras que uno usado oscila entre $30.000 y $100.000. A eso se suman permisos, rotulación, mantenimiento y la adaptación a las normas locales, un desafío económico extra para quienes, como Julia, no están en condiciones de asumir.

Aun así, con valentía y sazón, Julia desafía el temor diario con una receta sencilla: trabajo honrado, sabor centroamericano y la esperanza intacta de un futuro mejor.



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