Con el objetivo de asistir económicamente a sus padres, una inmigrante salvadoreña soportó sola las dificultades de cruzar la frontera. Al llegar aquí en 1999 hizo de todo para cumplir su meta y para mantener a sus tres hijos. Actualmente, Roxana Canales (45) disfruta del sueño americano con casa propia y una próspera floristería en Silver Spring, Maryland. La mayor satisfacción para esta empresaria es que sus hijos son bilingües, estudian en la universidad y trabajan en equipo en el negocio.
“Siempre le he pedido a Dios dirección, que no me abandone, que siempre esté a mi lado para poder salir adelante”, dijo esta feligresa de San Camilo. Cuando encara un problema, piensa cúal es el propósito de Dios en ello. Dios nos manda las batallas más fuertes a los mejores soldados -dijo esta inmigrante guerrera.
Llegó por la frontera con un montón de sueños, no dejó que las decepciones la desmotivaran y mantuvo sus valores católicos. Le dice a Dios: “No me des riqueza, dame lo necesario para vivir”.
Considera que para salir adelante en la vida hay que mantener la humildad y el don de gente. “Tenemos que tratar bien a los demás. Cuando Dios ve la humildad en ti, en tu corazón, Dios te recompensa. La soberbia no te lleva por buen camino. Tratar a todos por igual es una virtud que Dios nos da y él la premia”.
Su historia
Roxana viene de un caserío en el pueblo Pasaquina, del departamento de la Unión, es decir, del campo.
Creció en una familia de seis hermanos, con un padre alcohólico (que falleció hace 4 años). “En mi país pasé pobreza, teníamos limitaciones, pero pude ir a la universidad a estudiar leyes”, contó a El Pregonero.
Huyendo de la situación económica de El Salvador y a sus 22 años, se lanzó sola a la aventura de cruzar la frontera como parte de un grupo asistido por un coyote.
Cruzó la frontera en una camioneta con 26 indocumentados, escondida “debajo del asiento del copiloto, donde se ubicaba el motor y olía fuertemente a gasolina”. En esa posición estuvo por 24 horas y con pañales porque el vehículo no se podía detener.
“No podíamos parar por miedo a que nos detengan los agentes de inmigración. Me sentía arrepentida de haber venido. Nunca pensé que iba a vivir esa situación, de no poder orinar. Fueron 15 días de tragedia y algunos de esos días no comíamos”, contó.
Se recuperó en casa de unos amigos en Los Ángeles, pero su destino era Maryland, donde vivían sus hermanos.
Su primer paso fue estudiar inglés y avanzar en dos empleos: empacaba piezas para autos a tiempo completo y hacía labores de limpieza a medio tiempo. Recuerda que pasaba una pesada aspiradora en un edificio de ocho pisos con el fin de cumplir su promesa de asistir financieramente a sus padres.
No se le hizo fácil ya que Roxana tiene tres hijos: Marvin (22), (Ricardo (18) y David (13). Primero tuvo que encarar la vida como madre soltera del mayor, luego como una esposa abandonada con tres hijos que mantener.
En sus primeros pasos como negociante, estableció una carreta en Silver Spring para vender mangos, charamuscas (helados), yuca con chicharrón, quesadilla, tamales y empanadas. Y todo lo hacía con el bebé a cuestas (su hijo mayor). No solo vendía comida, también carteras, perfumes y oro.
Cuando su esposo la abandonó -hace 12 años- su hijo más pequeño tenía 8 meses de edad. No había otra opción más que salir adelante como fuera. Roxana limpiaba cuartos en un hotel, en el día cuidaba niños y en la noche lavaba autos en la casa.
“Tenía tres niños, trabajaba los fines de semana y nada de dinero. Además, tenía un préstamo hipotecario que no podía pagar”, recordó.
Luego de ocho años dedicada de cuerpo y alma a sus hijos, empezó en el 2016 un negocio con perfumes, camisetas y gorros. Lo movió a un local más grande y agregó el servicio de Western Union y la floristería.
“Es un trabajo de familia y, además de los dos empleados, mis tres hijos trabajan conmigo: venden, hacen labores administrativas, ayudan, atienden a los clientes, hacen rutas”, comentó.
La misma propietaria bota la basura, reparte, limpia y hace de todo. A veces, incluso trabaja los siete días.
La pandemia del COVID-19 fue un reto también para este negocio y logró sobrevivir. “No cerramos ni un día, repartíamos órdenes de flores a los asilos, la gente seguía enviando remesas y comprando los arreglos florales de condolencias, ya que no se podía ni hacer velorio”, comentó.
No ha sido fácil sacar adelante su iniciativa empresarial. “Me ha tocado manejar muchas millas y a veces me he sentido cansada de llevar las riendas, pero mis hijos son mi fortaleza”, confesó.
Su negocio se llama “Roxana’s Floral Shop” y está ubicado en 8727 Flower Ave., Silver Spring, Maryland.
Se siente super feliz con el éxito obtenido y considera que “solo es cuestión de ponerle ganas, tener convicción y creer en Dios”.
Le da crédito y agradece también a los buenos amigos que siempre le apoyan. “Se vuelven hermanos, se convierten en familia”.
Roxana, como fiel creyente, siempre busca la oportunidad de ayudar al hermano en necesidad, de contribuir con su comunidad. “Uno no busca retribución por ello, pero Dios te va a bendecir a través de tus hijos o te pone otro ángel en el camino, en el negocio, en la vida”, dijo quien está cosechando lo que ha sembrado como madre y empresaria.
Al margen del negocio que factura 165 mil dólares al año, su casa propia en El Salvador y en Hyattsville (que se acerca al medio millón), ella afirma que la satisfacción más grande es que sus hijos mayores están en la universidad: uno estudia negocios y el otro ingeniería automotriz.
También está celebrando su tarjeta verde que le llegó hace seis meses, obteniendo así el estatus migratorio permanente. Esta tepesiana que llegó hace casi 24 años a Estados Unidos pudo gestionar el trámite de la residencia permanente hace muy poco gracias a su hijo mayor que fue auspiciador en la solicitud de migración.
“Roxana es una emprendedora hispana que está haciendo un trabajo fantástico en floristería”, según María Llanos, asesora de pequeños negocios en el Centro Latino de Desarrollo Económico (LEDC) que le ha asesorado. Inf: ledcmetro.org.