Está claro que alcanzar la descarbonización del sector de la aviación y del marítimo no es una tarea sencilla. Como modos de transporte realmente pesados, la electrificación directa no resulta viable en ciertos casos. Descarbonizar la aviación de media y larga distancia y los buques de gran arqueo con rutas abiertas e interoceánicas figura, sin duda, entre uno de los mayores retos de la transición energética en la que estamos inmersos como sociedad.
Mitigar los gases de efecto invernadero en estos sectores implica, nada menos, que conseguir un nuevo combustible alternativo al fósil. Además, esa alternativa tiene que ser lo suficientemente densa energéticamente para propulsar buques y aviones, realmente escalable para cubrir la demanda de estos sectores y, por supuesto, verdaderamente sostenible y neutra en emisiones.
Los biocombustibles avanzados podrían parecer intuitivamente una buena solución. Sin embargo, sabemos que su disponibilidad es muy limitada, que se enfrentan a una dura competencia intersectorial por su uso (químico, petroquímico, alimentación, etc.) y, lo que es más grave, su escasez ha dado lugar a fraudes masivos mediante la importación de cultivos energéticos y alimentarios traídos a granel desde varios rincones del planeta.
El potencial de los e-fuels
En consecuencia, debido al limitado papel de los biocombustibles realmente sostenibles en la descarbonización de estos sectores, los combustibles sintéticos para aviación y marítimos, combinados con medidas de reducción de la demanda, son las únicas soluciones a la vista. Se trata de combustibles creados desde cero con electricidad renovable adicional, mediante electrólisis del agua para obtener hidrógeno (el afamado hidrógeno verde). Este hidrógeno electrolítico, libre de emisiones, se mezcla posteriormente con otra molécula —generalmente CO₂— para sintetizar un combustible con emisiones netas nulas a lo largo de su ciclo de vida.
En este contexto, impulsada por la crisis energética tras la invasión rusa de Ucrania en 2022, la iniciativa RePowerEU marcó el inicio de un nuevo rumbo en clave de ecología y seguridad energética, a partir de los derivados del hidrógeno verde. La Unión Europea se puso manos a la obra: introdujo los combustibles sintéticos —los llamados RFNBOs en el argot comunitario— y fijó objetivos de suministro mediante la revisión de la Directiva de Energías Renovables (RED III) y los reglamentos RefuelEU Aviation y FuelEU Maritime, estableciendo metas de uso específicas para cada sector.
Sin embargo, estamos en 2025, y cualquier observador mínimamente informado sabe que aún estamos lejos de convertir los combustibles sintéticos en una realidad a escala comercial antes de 2030.
Brechas de financiación y regulación
Para impulsar con éxito el despliegue de estos nuevos combustibles verdes, es clave contar con: una regulación clara y estable más allá de 2030, puntos de conexión eléctrica suficientes que respalden las plantas de producción, y una infraestructura de repostaje adecuada en puertos. Estos elementos son fundamentales para brindar seguridad a los inversores y acelerar la adopción de estas soluciones verdaderamente sostenibles.
De momento, la financiación no llega. El inversor privado, ante una legislación dubitativa, no termina de confiar en el plan europeo. El apoyo público de la UE, mediante el Banco Europeo del Hidrógeno, no cubre la brecha estructural que representa el coste de operar una planta de estas características. Es importante recordar que se trata de una tecnología nueva, aún inmadura, y que requerirá apoyo público.
Mientras que en EEUU se ha comprendido esta necesidad —mediante el IRA— o en China, a través del apalancamiento de deuda pública, en Europa los proyectos siguen sin adquirir la financiación suficiente para arrancar.
Europa: entre ambición y realidad
En lugar de priorizar los usos estratégicos y co-localizados de hidrógeno verde —aquellos con mayor impacto en la descarbonización industrial—, Europa apostó por una visión maximalista de la economía del hidrógeno, anunciando metas de 20 millones de toneladas de uso para 2030, influida en parte por la lógica del gas natural y su tradicional papel como “energy carrier”.
El foco se desvió de lo fundamental: levantar ecosistemas industriales sólidos en torno a una demanda priorizada y viable. Hoy, el desarrollo de todo ese ecosistema está en entredicho, y con él, la eficacia del enfoque europeo.
Aunque los avances de la UE son indudables, es el momento de acelerar la transición. Los esfuerzos realizados hasta ahora —como la RED III y el Plan RePowerEU— demuestran que el camino es posible, pero es clave reforzar los mecanismos de financiación industrial y adaptar el marco regulatorio para escalar soluciones con mayor agilidad.
Urge activar palancas estratégicas
La ventana de oportunidad sigue abierta: priorizar proyectos estratégicos, simplificar permisos y garantizar incentivos claros puede marcar la diferencia en esta década decisiva.
Por ejemplo, se antoja imprescindible introducir contratos por diferencia (CfD) dentro del Banco Europeo del Hidrógeno y/o articular estos en iniciativas como el Global H₂ Bank alemán. Establecer un precio cierto y predecible con la introducción de un intermediario reduciría los riesgos tanto para productores como compradores, consiguiendo el tan ansiado offtaker y facilitando los contratos a medio plazo que requieren las plantas para garantizar su viabilidad.
En paralelo, el gobierno de España —probablemente a través del IDAE— debería aprovechar los instrumentos del PERTE para reforzar las ayudas al OPEX, insuflando vida a estos proyectos en sus primeros años de operación, cuando los costes son más altos y la demanda aún está por consolidarse.
España, en la encrucijada de liderar
En este 2025, los sectores de la aviación y el marítimo son, sin duda, los mejores candidatos para levantar el ecosistema de los e-fuels. Y, sin embargo, los proyectos, que requieren al menos tres o cuatro años entre construcción y puesta en operación, aún no cuentan con las garantías necesarias para alcanzar la decisión de inversión final.
Por ello, es urgente abrir un espacio de reflexión conjunta entre instituciones públicas, actores industriales y organizaciones de la sociedad civil para sortear las barreras que impiden a España convertirse en líder europeo del sector. Los firmantes de esta columna estamos preparados para empujar en la creación de rutas sectoriales y ya hemos empezado. Confiamos en que las autoridades públicas también estén listas para intensificar sus acciones.