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El poder de la presencia

Lo maravilloso que es rezar juntos y servir juntos hacen presentes lo maravilloso de la fe y la alegría (¡y la diversión!) cuando trabajamos codo a codo construyendo la familia de Dios. Foto/archivo

Durante toda mi vida he tenido la bendición de no sentirme nunca realmente solo. Crecí en una familia cariñosa con mis padres y doce hermanos y hermanas. Siempre he tenido amigos cercanos y buenas amistades con los feligreses. Mis hermanos sacerdotes son realmente hermanos en nuestra vocación. El personal, los voluntarios y los clientes de Caridades Católicas son como una familia para mí. 

Nada de esto cambió durante la pandemia, pero mi alma no recibió la misma nutrición pues se sentía privada del contacto directo, las sonrisas, los abrazos, las risas y las lágrimas compartidas. Nunca me sentí solo, pero entendí, probablemente más que en cualquier otro momento de mi vida, lo que debe ser la verdadera soledad.

Dios nos creó para el amor y no podemos experimentar plenamente el amor ni expresarlo cuando no estamos en presencia de otros. Sin duda podemos compartir el cariño, y de hecho lo hacemos, a través de llamadas telefónicas, correos electrónicos, mensajes de texto y otras formas diversas, pero por muy buena que sea la tecnología moderna, no hay nada como estar presentes en persona. 

No se puede abrazar a alguien a través de Zoom, y los abrazos nos hacen sentirnos mejor mental, emocional y espiritualmente; pero no solo eso, también tienen beneficios físicos. La ciencia nos dice que los abrazos pueden reducir las inflamaciones, la presión arterial y la gravedad de los resfriados. Más que nada, sentimos el amor que llevan consigo y son un antídoto contra la peor pobreza, como la describió Santa Teresa de Calcuta: “La pobreza más terrible es la soledad y el sentimiento de no ser amado.”

Por esto, comprendiendo lo importante y eficaz que es nuestra presencia física, me gustaría hacer un llamamiento a todos aquellos que todavía no han vuelto a asistir a Misa en persona. Por fortuna, casi todos podemos volver a reunirnos personalmente en forma segura, pero me temo que muchos nos hemos acostumbrado nada más que a ver la Misa dominical por televisión o en la computadora o bien hemos dejado de asistir del todo.

Un domingo de agosto, conté el número de fieles que asistieron a Misa en la parroquia de San Bartolomé, en la que resido. Antes de la pandemia, cada domingo acudían unas 1.200 personas a las siete misas que allí se celebran. Admito que hay gente que sale de la ciudad en agosto, pero aun así me sorprendió ver que la concurrencia era de apenas poco más de 600 personas ese domingo en particular. De otras parroquias también he oído noticias similares.

Parece que muchos siguen siendo reacios a asistir a Misa. Es cierto que hay una preocupación legítima por razones de seguridad, y para la mayoría de nosotros la costumbre de asistir a Misa semanalmente se interrumpió con la pandemia. Además, la disponibilidad de Misas transmitidas en línea se ha convertido en la nueva norma para muchos feligreses.

La Iglesia ha enseñado desde hace tiempo que Jesús está presente en la celebración de la Sagrada Eucaristía de cuatro formas: 1) en el pan y el vino consagrados, 2) en la Palabra de Dios proclamada desde el púlpito, 3) en el sacerdote que celebra “en la persona de Cristo”, y 4) en el pueblo que se reúne.

Es por esto que, si no asistimos a Misa en persona, disminuye no solo nuestro encuentro con Cristo, sino también el encuentro con el prójimo. Cuando no nos reunimos del todo, cuando nos limitamos a ver la Misa en casa desde el sofá, somos menos Iglesia de la que hemos de ser. 

De modo que, para todos los que puedan, por favor, hagan el esfuerzo de volver a la celebración de la Misa dominical, pues así fortalecerán su propia fe y la de toda su comunidad: “Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mateo 18, 20) 

También animo a todos los fieles a pensar y rezar para involucrarse más en el servicio al reino de Dios sirviendo a nuestros hermanos y hermanas en Cristo. Tenemos enormes necesidades y muchas oportunidades disponibles en nuestras parroquias y también en Caridades Católicas. 

Durante la pandemia de COVID-19 redujimos a propósito el número de voluntarios de Caridades Católicas por motivos de salud y seguridad para todos. Por ahora, parece que podemos reiniciar la mayoría de nuestros programas de voluntariado en forma segura, pues la gente vuelve a sentirse cómoda con lo que antes consideraba actividades normales. Tengo la esperanza de que muchos vuelvan a participar más. 

Es preciso hacer un esfuerzo deliberado para terminar con la inercia que nos impuso la pandemia. Los maestros de escuela me han dicho que muchos alumnos han perdido el “espíritu competitivo”. Vienen a la escuela y hacen lo que tienen que hacer, pero aquel ímpetu interno de no limitarse a lo mínimo y ser lo mejor que puedan ser no es tan fuerte como antes.

Sospecho que esto también sucede con muchos de nosotros, los adultos. Por razones que son indudablemente comprensibles, hemos dejado de servir y nos hemos sentido cómodos sin presionarnos a nosotros mismos ni a nuestros seres queridos para marcar la diferencia con aquellos que tenemos cerca. Por eso, le ruego que por favor piense en cómo puede usted ayudar a satisfacer alguna de las numerosas necesidades que hay en su vecindario, su parroquia o a través de organizaciones sin fines de lucro. En Caridades Católicas lo recibiremos con los brazos abiertos. (Hay más información disponible en el sitio web catholiccharitiesdc.org donde usted puede hacer clic en “Volunteer” en la esquina superior derecha).

Para la cena de gala que tuvimos en Caridades Católicas a principios de este año, hice un breve y divertido vídeo en el que mi mantra era: “¡Ya volvimos, Nena! ¡Ya volvimos!” Creo que esa frase tuvo resonancia con la gente, y cada vez nos acercamos más a estar de regreso en nuestras comunidades, nuestras parroquias y nuestra Iglesia. ¡Este es un momento muy propicio para que usted sea parte de este nuevo flujo de compromiso, energía y servicio en favor de aquellos que merecen nuestra atención y cuidado!

Lo maravilloso que es rezar juntos y servir juntos hacen presentes lo maravilloso de la fe y la alegría (¡y la diversión!) cuando trabajamos codo a codo construyendo la familia de Dios, como estamos llamados a hacerlo. Sé que el Señor espera vernos a todos y cada uno de nosotros en Misa compartiendo una sonrisa, un abrazo o una mano amiga con los necesitados.

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