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Francisco nos recordó que debemos amar y cuidar a todos

El papa Francisco saluda a las personas mientras visita el programa de Ayuda Alimentaria Santa María de Caridades Católicas en Washington, durante su visita pastoral a la capital del país el 24 de septiembre de 2015. Foto/Caridades Católicas

Apenas dos semanas después de su elección en marzo de 2013, el papa Francisco celebró la Misa Crismal del Jueves Santo en la Basílica de San Pedro. En su homilía, dirigida a los 1.500 sacerdotes presentes, pronunció una frase que marcaría su pontificado:

“Esto les pido: sean pastores con ‘olor a oveja’; que se note que son pastores en medio de su rebaño, pescadores de hombres”.

Volvimos a escuchar esas palabras en varias ocasiones a lo largo de su ministerio y creo que capturan con precisión quién fue el papa Francisco: un verdadero pastor, convencido de que su lugar estaba entre sus ovejas.

Francisco se convirtió en el modelo de sacerdote que siempre he aspirado a ser. Era un auténtico pastor y todas las personas formaban parte de su rebaño. Para él, toda persona que buscaba a Jesús tenía un valor especial y deseaba hacerle experimentar la presencia del Señor. Se acercaba con especial sensibilidad a quienes, quizás, habían olvidado el papel de Dios en sus vidas y lo profundamente valiosos que son a sus ojos.

El breve encuentro que tuve con él cuando vino a Washington en 2015 dejó una huella imborrable. Visitó Caridades Católicas y almorzó con algunos de nuestros beneficiarios. Estuve con él solo unos instantes, pero jamás olvidaré cómo su amor por los pobres se reflejaba en su sonrisa, en la atención que brindaba y en la entrega con la que servía a cada persona. Aún recuerdo esa sonrisa y la profunda conexión que lograba con quienes se encontraba.

Cuando pienso en el papa Francisco, veo a Jesús, quien también acogía, aceptaba y encontraba a las personas donde estaban. Habló con ternura a la mujer adúltera, negándose misericordiosamente a condenarla, y la animó a no pecar más. Sanó y perdonó al paralítico que fue bajado por un agujero en el techo. También perdonó a Pedro, a pesar de que lo había negado tres veces. Y hubo muchos otros episodios marcados por su infinita gracia.

El papa Francisco también reflejaba el espíritu de su patrono, san Francisco de Asís, al vivir el Evangelio principalmente a través de sus actos, más que con palabras. Siempre me ha inspirado la frase que se le atribuye a san Francisco: “Prediquen el Evangelio en todo momento; si es necesario, usen palabras”. El Papa vivió conforme a esa enseñanza y me motivó a seguir esforzándome por dar lo mejor de mí cada día.

Como exdirector de Caridades Católicas aquí en Washington, admiré profundamente su compromiso con las mismas personas a las que nosotros atendíamos. Puso de manifiesto el compromiso prioritario de la Iglesia con los más necesitados.

Eso abarcaba tanto a quienes padecían pobreza material como espiritual: personas sin techo, sin sustento, sin empleo, con enfermedades mentales, migrantes y todos los necesitados de consuelo y atención. Para el papa Francisco, cada vida poseía una dignidad sagrada que debía ser reconocida y protegida, asegurándose de que nadie quedara excluido.

El debate sobre la migración se ha intensificado precisamente en el momento en que Francisco ha partido a la casa del Padre. Resulta doloroso ver cómo un número creciente de inmigrantes —personas que solo buscan vivir con dignidad— son deportadas injustamente, sin haber cometido falta alguna que lo justifique.

El papa Francisco generó mucha atención por su trato hacia personas con distintas orientaciones y era claro que sentía un profundo aprecio por ellas. Aunque fue criticado por acoger y tratar con respeto a quienes se identifican como homosexuales, nunca se apartó de la doctrina de la Iglesia. Más bien, encarnó el Evangelio al acercarse a cada persona en la realidad concreta de su vida.

Me gustaban mucho algunas expresiones de Francisco, como la ya mencionada sobre el “olor a oveja”. Estaba cargada de significado e imágenes, pues nos invitaba a los sacerdotes a salir de nuestras rectorías y adentrarnos en la vida de la gente: a encontrarnos con ellos, acompañarlos en su camino y a permitirles sentir la presencia de Dios en la manera en que ejercemos nuestro ministerio.

Aquí va otra de sus frases memorables: “¡Cómo quisiera una Iglesia pobre y para los pobres!” Es una expresión profundamente evangélica que tocó mi corazón, especialmente durante mi tiempo en Caridades Católicas. Y sigue resonando en mí hasta hoy.

También me encantaba cómo animaba a los jóvenes —y a todos nosotros— a “armar lío”. Una vez le hice una broma al cardenal Donald Wuerl, entonces arzobispo de Washington, diciéndole que yo estaba armando un buen lío en Caridades Católicas. Él se rio, pero captó el mensaje. Acompañar a nuestra familia, a nuestros amigos, a los necesitados y a quienes sufren, no siempre es sencillo; puede ser complicado y hasta incómodo, pero es parte esencial del Evangelio.

Implica entrega y servicio. La muerte de Jesús en la cruz fue un acto profundamente complejo, realizado por amor, y gracias a ese sacrificio recibimos el don de la salvación.

Francisco nos enseñó que amar con autenticidad conlleva sacrificios, y que vale la pena asumir las complicaciones que supone vivir por los demás. Esa es la misión de Caridades Católicas, y también la de la Iglesia, aunque con frecuencia esa labor silenciosa pase inadvertida.

No puedo dejar de mencionar la encíclica Laudato Si’ del papa Francisco, subtitulada “Sobre el cuidado de la casa común”. Aunque muchos no esperaban que la Iglesia abordara el tema del medioambiente, él dejó claro que se trata de una cuestión crucial: desde la gestión responsable del agua y la protección de la Tierra, hasta el cuidado del aire que respiramos. Francisco nos animó a proteger este gran don de Dios, que no solo se nos ha dado para vivir en él, sino también para preservarlo con responsabilidad en favor de las generaciones futuras.

El papa Francisco se convirtió en uno de mis modelos a seguir. Durante mis 52 años como sacerdote, he procurado responder con un “sí” siempre que me es posible, y él también vivió con esa misma actitud. Al principio, algunos lo percibían como una persona reservada, pero con el tiempo fue evidente que el Espíritu Santo lo llenó de una fuerza renovada para mantenerse cercano a la gente hasta el final de su pontificado.

Voy a echar mucho de menos al papa Francisco y me siento profundamente agradecido por su tiempo al frente de la Iglesia. Extrañaré su ternura, su compasión y su forma de estar presente para los demás. Y, con una sonrisa, admito que también extrañaré esos momentos en que alguien me decía: “Padre John, está actuando como el papa Francisco”. Lo interpretaba como: “Está actuando como Jesús”.

Eso ha sido siempre lo esencial. Estoy convencido de que Francisco vivió esa verdad con intensidad a lo largo de sus 12 años como pontífice. Le doy gracias por ello y por motivarme a seguir esforzándome, cada día, por reflejar a Jesús, sin importar cuántos años lleve —y siga llevando— como sacerdote.



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