Ante un grupo de estudiantes de la American University, el cardenal Robert McElroy habló sobre la evolución del pensamiento católico sobre la guerra y la paz, destacando un viraje decisivo hacia la no violencia activa como principal enseñanza eclesial.
Al citando la encíclica Pacem in Terris, del papa Juan XXIII, recordó que “la guerra no puede lograr la justicia” y que la verdadera paz constituye un imperativo moral, no una estrategia política.
El cardenal McElroy explicó a los estudiantes que la Iglesia católica ha pasado de aceptar la teoría de la guerra justa —una doctrina que intentaba limitar el conflicto armado— a priorizar la acción no violenta como camino auténticamente cristiano.
Agregó que los criterios tradicionales, como que la guerra debía ser el “último recurso” o tener una “causa justa”, ya no resultan suficientes en un contexto donde la destrucción moderna hace casi imposible mantener la proporcionalidad moral.
“El enorme poder destructivo de las guerras contemporáneas socava cualquier justificación ética”, subrayó el cardenal durante la serie de conferencias Thornton patrocinada por el programa de ministerio universitario de AU Catholic.
Puntualizó que los conflictos recientes, desde Ucrania hasta Gaza, confirman que los marcos morales antiguos resultan inadecuados para detener la violencia o establecer condiciones de paz duradera.
El arzobispo de Washington repasó las enseñanzas recientes del magisterio: Juan XXIII consideró “casi inimaginable” que en la era atómica la guerra pudiera ser un instrumento de justicia, Juan Pablo II insistió en que “nunca es una vía adecuada para resolver disputas entre pueblos” y francisco -en Fratelli Tutti- declaró que los riesgos de la guerra siempre superan los supuestos beneficios.
Para el cardenal McElroy, estos mensajes evidencian un desplazamiento doctrinal: de considerar la guerra justa como una excepción regulada a afirmar que la paz se construye solo mediante la acción colectiva no violenta.
La fuerza moral de la no violencia
La no violencia activa, explicó el cardenal, no significa pasividad ni resignación, “implica resistir el mal actuando en comunidad, con firmeza y sin recurrir a la violencia”. Citó investigaciones que demuestran cómo los movimientos no violentos logran con frecuencia mayores reivindicaciones duraderas de derechos humanos que los armados.
También recordó que el papa Francisco siempre decía que quienes rechazan la venganza después del sufrimiento se convierten en los constructores más creíbles de la paz: “Cuando los pueblos luchan de manera no violenta, siempre surge la posibilidad real de reconciliación”.
Otro punto central de su intervención fue la política nuclear, dejando en claro que la Iglesia ha mantenido durante seis décadas un firme rechazo a las armas atómicas.
El arzobispo de Washington concluyó que la tarea actual de los cristianos es promover políticas que prioricen la eliminación de los arsenales y que fortalezcan las iniciativas de resistencia pacífica. “No es una postura utópica, sino una exigencia del Evangelio y de la razón humana”.