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Movilidad sostenible y el factor humano

José Ramón Sepúlveda, vicerrector de Tecnología y Transformación Digital de la Universidad Internacional de Valencia, en la conversación sobre la movilidad sostenible, nuestra mirada a menudo se fija únicamente en los aspectos tecnológicos. Sin embargo, esta visión parcial de la realidad, pasa por alto una pieza crucial del problema: el factor humano. Reflexionando sobre narrativas socio-tecnológicas y futuristas, nos damos cuenta de que la verdadera innovación no solo reside en los avances tecnológicos, sino en nuestro enfoque, el estudio de nuestra realidad y los posibles escenarios futuros de nuestra sociedad.

Revaluemos nuestra perspectiva por un momento. La narrativa de que estamos a la vanguardia de la tecnología de movilidad debe ponerse en perspectiva. Consideremos que: los vehículos eléctricos, que promocionamos como el futuro, tienen sus raíces en la década de 1830. El combustible de hidrógeno, otro supuesto revolucionario, entró en escena en 1966, y los vehículos solares no surgieron recientemente, sino en 1955. De forma similar la evolución de la energía sostenible (hidráulica, eólica, solar y nuclear), no es una historia de éxito repentino, sino un proceso gradual y meticuloso que comenzó a fines del siglo XIX y mediados del siglo XX. La verdadera historia no es la energía en sí misma, sino nuestro patrón cíclico de compromiso con estas tecnologías: un aumento de interés, una fase de adopción, seguida de un estancamiento, y un resurgimiento. Asimismo el concepto de movilidad compartida, ahora considerado una solución innovadora para la congestión urbana, en realidad surgió en Zúrich en 1950. Además, la idea de señalización dinámica de carreteras y gestión inteligente del tráfico, que podríamos considerar un producto de la era digital, fue conceptualizada por Charles Adler Jr. en la década de 1920. Estas no son innovaciones de nuestra modernidad tecnológica, sino fruto de la maduración de un largo proceso de experimentación y progreso. La noción de que estamos abriendo nuevos caminos puede ser engañosa cuando, de hecho, hemos estado avanzando en el desarrollo tecnológico durante décadas.

A pesar del paso del tiempo y los avances tecnológicos significativos, el factor humano parece estar estancado, esperando una transformación de una mentalidad que aún no hemos adoptado por completo. Es evidente que aunque nos enorgullecemos de estar a la vanguardia de la transformación tecnológica en movilidad, aún no abrazamos plenamente estas soluciones establecidas como parte de nuestra vida cotidiana. El diálogo sobre movilidad sostenible requiere una conversación que abarque un amplio espectro de partes interesadas. Esto incluye a los sectores del motor, la energía, la gestión del tráfico (infraestructuras físicas y digitales), y la amplia gama de servicios, transportes e industrias logísticas. Es esencial reconocer los roles de la sociedad, los individuos y las ciudades como agentes dinámicos de cambio, junto con las contribuciones críticas de la investigación, la educación y los nuevos agentes económicos que dan forma a la transformación. Pero, ¿cuál debería ser el objetivo de este diálogo? Es hora de cuestionar nuestro paradigma actual de movilidad y plantearnos preguntas más profundas: ¿Qué buscamos realmente en nuestros sistemas de transporte? ¿Cómo podemos cambiar como sociedad para abrazar un futuro más sostenible? No se trata sólo de adoptar nuevas tecnologías o hacer cambios incrementales; se trata de un compromiso social fundamental, que redefina nuestros valores y objetivos.

En nuestro diálogo en evolución sobre la movilidad sostenible, es imperativo tejer una narrativa que interconecte los aspectos multifacéticos de equidad y accesibilidad, seguridad y protección, y eficiencia einnovación. Este compromiso debe integrarse sin compromisos de seguridad, garantizando que todos los pasajeros naveguen por sistemas protegidos tanto física como digitalmente. Este diálogo debe enfatizar la eficiencia y la innovación, promoviendo modelos de transporte más inteligentes que optimicen trayectos y combustible. Esta búsqueda de eficiencia está naturalmente entrelazada con el impacto ambiental, impulsando la reducción de la contaminación, la adopción de vehículos libres de emisiones y contribuyendo a la mitigación del cambio climático. La narrativa debe de explorar el ámbito del diseño urbano y el espacio público, desafiandonos a reimaginar nuestras ciudades para aliviar la congestión, aumentar los espacios verdes y transformar los espacios públicos en activos comunitarios. 

La utilización tecnológica y especialmente de datos se vuelve fundamental en esta era de información, lo que requiere diálogos transparentes sobre el uso de datos y la protección de la privacidad. Este discurso tecnológico alimenta el lienzo más amplio de la Política, la Gobernanza y la Participación Comunitaria, subrayando la necesidad de marcos regulatorios sólidos y vibrantes asociaciones. Además, estas transformaciones deben de estar fuertemente conectadas con la salud y el bienestar, destacando el profundo impacto del transporte en la salud pública, la calidad del aire y los niveles de estrés. Al desentrañar estos temas interconectados, se debe impulsar un diseño que ayude a forjar un futuro que combine la sostenibilidad ambiental con la equidad social y la viabilidad económica. Esta estrategia holística es indispensable para esculpir un futuro donde la movilidad no solo respete nuestro planeta, sino que también eleve a cada individuo y enriquezca nuestras urbes.

Cambio de percepción

Uno de los focos más importantes en la transformación del factor humano es la aceptación de la movilidad autónoma como la fuerza transformadora más impactante, no solo en términos de transporte, sino también como catalizador de un cambio social profundo. La movilidad autónoma está preparada para redefinir los aspectos fundamentales de cómo percibimos e interactuamos con la movilidad misma. Actualmente, los vehículos son principalmente vistos como objetos tangibles, posesiones materiales. Sin embargo, si ahondamos en el significado del vehículo, lo que encontramos es que un vehículo simplemente representa la capacidad de recorrer distancias, para transportar de un punto a otro. Mirando hacia el futuro, los vehículos deben pasar de ser percibidos como objetos estáticos a ser percibidos como acciones dinámicas. El propietario del vehículo pasa de la posesión de un objeto físico a poseer un determinado número de desplazamientos.

Este cambio flexibiliza y aumenta al usuario ya que puede elegir el tipo de vehículo dependiendo de la ocasión y del servicio asociado que desee utilizar. De manera similar, nuestra percepción de los viajes está intrínsecamente vinculada al acto de conducir. Cuando conducir se vuelve innecesario, los viajes ya no representan una distancia, sino un periodo de tiempo. Este cambio nos permite reconceptualizar el viaje como un espacio de tiempo. Al no asociarlo con el tiempo el viaje se programa para utilizar el tiempo para relajarnos, trabajar, disfrutar del ocio o el desarrollo personal. Esto representa una democratización de la experiencia de tener un conductor privado. El usuario ahora puede escoger el tipo de servicio que desea recibir durante ese periodo. El usuario podrá escoger trabajar, descansar, participar en eventos virtuales, formarse mediante cursos, entretenerse o incluso acceder a otros servicios que se puedan acomodar en ese periodo de tiempo. Además la gestión inteligente del tráfico junto con la conducción autónoma promete viajes suaves y libres de congestión a una velocidad constante. Este cambio de paradigma vuelve obsoleta la propiedad de automóviles, eliminando las molestias de mantenimiento, seguro, estacionamiento y otros inconvenientes asociados. A medida que disminuye el número de vehículos en la carretera, la congestión del tráfico disminuye, creando oportunidades para recuperar espacios urbanos para uso ciudadano. Las ciudades sufrirán un rediseño centrado no en los automóviles, sino en el ciudadano y su bienestar. Además, la movilidad autónoma ofrece nuevas posibilidades a grupos demográficos como los ancianos, discapacitados o aquellos que no pueden conducir debido a restricciones de edad. Estas personas disfrutarán de una nueva libertad e independencia en su capacidad para moverse de forma independiente, mejorando así su calidad de vida. 

En general, el advenimiento de la conducción autónoma promete un futuro caracterizado por una reducción de accidentes de tránsito, un menor consumo de combustible, un uso optimizado de vehículos y una disminución de las emisiones. Representa un cambio transformador hacia un modelo de movilidad más eficiente, accesible y sostenible para todos.

En conclusión, nuestra exploración de la movilidad sostenible ha atravesado la intrincada interacción entre la innovación tecnológica, la evolución social y la gestión ambiental. Desde reimaginar el papel de la movilidad autónoma como una fuerza transformadora hasta adentrarnos en las dimensiones multifacéticas de equidad, eficiencia e innovación, nuestro discurso ha iluminado el complejo tapiz de desafíos y oportunidades inherentes en dar forma al futuro del transporte. Al encontrarnos en la encrucijada de la posibilidad, es evidente que el camino hacia la movilidad sostenible no es simplemente un esfuerzo tecnológico, sino un cambio societal profundo, uno que requiere colaboración, creatividad y acción colectiva de los interesados de todos los sectores. Al adoptar un enfoque holístico que integra avances tecnológicos con conciencia social, innovación política y compromiso comunitario, podemos forjar un camino hacia un futuro de movilidad más equitativo, eficiente y sostenible, uno que enriquezca vidas, preserve nuestro planeta y empodere comunidades para las generaciones venideras. EFE


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