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Salvar los océanos sin excluir a las personas

Fotografía, Imagen de archivo de pescadores recogiendo redes de pesca. EFE/Jorge Zapata

Hace diez años, las preocupaciones por la sostenibilidad del atún ocupaban titulares en medios de todo el mundo. La demanda de los consumidores aumentaba rápidamente, y la falta de coordinación entre las estructuras de gestión dificultaba el control de la creciente presión pesquera.

Hoy, el panorama es muy distinto. El 99 % de las capturas de las principales poblaciones de atún provienen de existencias clasificadas por los científicos como biológicamente sostenibles. Y esto no ocurrió porque dejáramos de pescar o de consumir atún, sino porque aprendimos a pescarlo de forma sostenible. Esta transformación demuestra que las personas y los ecosistemas marinos no tienen por qué estar enfrentados. Cuando la ciencia guía y los países cooperan, la naturaleza y las personas pueden prosperar juntas.

Un nuevo informe de la FAO, presentado en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre los Océanos, confirma lo que ya sugiere la experiencia con el atún: sabemos cómo restaurar la salud de los océanos sin dejar de producir alimentos acuáticos, proteger medios de vida y hacer que las personas formen parte de la economía oceánica, en lugar de mantenerlas al margen.

El informe es la evaluación global más exhaustiva jamás realizada sobre las poblaciones de peces marinos. Cubre 2.570 poblaciones en todas las regiones oceánicas y se basa en las contribuciones de más de 650 científicos de 90 países. Revela que el 64,5 % de las poblaciones evaluadas se explotan actualmente dentro de niveles biológicamente sostenibles, mientras que el 35,5 % aún no lo son. También constata que las regiones con una gestión pesquera sólida presentan mejores resultados que aquellas sin una estructura de gobernanza adecuada. Esta diferencia es clave para avanzar hacia una economía oceánica global sostenible.

En las zonas donde la ciencia orienta las decisiones, los resultados son claros. Por ejemplo, en el Pacífico Nororiental, el 92,7 % de las poblaciones pesqueras se clasifican como sostenibles; en el Pacífico Sudoccidental, la cifra es del 85 %. En la Antártida, todas las poblaciones evaluadas se gestionan de forma sostenible. Estos resultados no son accidentales. Son fruto de la continuidad: de la observación, la disciplina institucional, la colaboración internacional y la contención ecológica. La evidencia demuestra que cuando las decisiones se basan en la ciencia, las poblaciones se recuperan.

Pero no debemos engañarnos: aunque esencial, la ciencia no es suficiente. La sostenibilidad exige sistemas de monitoreo que sigan la salud de las poblaciones, pero también marcos de gestión que traduzcan la ciencia en reglas y normas, las apliquen, y las ajusten de forma continua.

El caso del Mediterráneo y el Mar Negro es ilustrativo. Aunque la sobrepesca sigue siendo un reto en estas regiones complejas, los países están trabajando intensamente para revertir la situación. Desde 2013, la presión pesquera ha disminuido un 30 % y el volumen total de peces en el agua ha aumentado un 15 %. Aún estamos lejos del objetivo, pero el progreso logrado refleja un cambio de la improvisación a corto plazo hacia la planificación con visión de futuro: planes coordinados, zonas protegidas y aplicación compartida.

La Antártida es otro ejemplo del poder de la cooperación internacional. Bajo el marco de la Comisión para la Conservación de los Recursos Vivos Marinos Antárticos (CCAMLR), el 100 % de las poblaciones evaluadas se pescan de forma sostenible, y las cuotas solo se establecen después de considerar las necesidades de focas, ballenas y aves marinas. Esto demuestra lo que puede lograrse cuando los países se comprometen con una gestión efectiva basada en el ecosistema.

La pesca proporcionan alimentos, proteínas y micronutrientes esenciales para una población en crecimiento. Garantizar su sostenibilidad es también asegurar nuestro futuro, especialmente el de los 600 millones de personas que dependen de la pesca, la mayoría de ellas involucradas en la pesca en pequeña escala. Sin embargo, estas comunidades, que dependen directamente del océano, a menudo son ignoradas en los debates globales sobre sostenibilidad marina, como si el océano solo pudiera prosperar si se excluye a las personas.

Personas y océanos: aliados, no rivales

Pero la realidad es otra, y más poderosa: el bienestar humano y la salud del océano no están en conflicto. Avanzan —o retroceden— juntas. El verdadero desafío no es cómo proteger el océano de las personas, sino cómo proteger a ambos a través de sistemas que les permitan prosperar conjuntamente. El informe de la FAO de este año aporta pruebas contundentes de que esto es posible. También ofrece un lenguaje común sobre cómo podría evolucionar la gestión de los océanos. Los ejemplos del atún, el Pacífico Nororiental y la Antártida no son excepciones: son parte de una corriente a la que otros pueden sumarse.

La iniciativa Transformación Azul de la FAO marca el camino a seguir: fortalecer la gestión basada en la ciencia, invertir en instituciones, cerrar brechas de información y sentar a todos los actores en la misma mesa. Allí donde el liderazgo se une con la continuidad, estos pasos ya están dando resultados.

Sabemos cómo restaurar la salud de los océanos: ciencia basada en la evidencia, instituciones sólidas y cooperación fundamentada en la transparencia, la responsabilidad y el compromiso mutuo. El sector atunero, antes ejemplo de fracaso, es hoy una historia de esperanza y una prueba de lo que podemos lograr.


*Autor: Manuel Barange, subdirector general de la FAO y director de la división de pesca y acuicultura, especial para EFE




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