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“Soy parte de un milagro y mi empleador es Dios", dice ex pandillero

Luis Cardina (al fondo de pie), profesor en la Universidad de DC, desarrollaba un programa de justicia criminal e imparte un curso de comportamiento de pandillas y otro sobre desarrollo juvenil positivo. Foto/Archivo

Por 14 años fue un pandillero que consumía drogas, robaba, lo baleaban y lo metían preso. Hoy es un profesional universitario, padre de familia, parroquiano de Santa Catalina Labouré y líder de la comunidad hispana que ha experimentado una impresionante historia de conversión. Su testimonio inspira al cambio y evangeliza.  

Luis Cardona (55) nació en Washington, DC, en el seno de una familia católica, pero la vida lo fue alejando de las enseñanzas cristianas. 

Antes de que naciera, sus padres se separaron y su papá se fue a vivir a su natal Puerto Rico. "Mi niñez no fue lo que me hubiera gustado. Crecí en el Bronx y en medio de los pleitos entre mis padres. Mi madre siempre estaba trabajando y me crié solito desde chiquito. Era de esperarse que la calle iba a ser mi trayectoria porque fue la calle la que me crió y no mi familia", dijo hace unos días al compartir su experiencia de vida con El Pregonero.

Todavía está en su mente que su papá no venía a verlo jugar béisbol ni vino a su graduación. "Crecí sin la presencia paterna, no la encontraba y mi mamá no podía dármela. Entonces, encontré hombres no saludables y heridos como yo", contó quien se incorporó a los grupos pandilleros y empezó a consumir alcohol y marihuana a los 11 años. "Yo quería ser pícaro y machista", recuerda.

A esa edad regresa al Distrito de Columbia a vivir en el barrio de Mount Pleasant y se la pasaba en la calle conectado con otros con una historia similar de abandono, ausencia y desamor. Aunque tenía tres hermanos (uno falleció) y tres más por el lado paterno, no había cabida para el afecto. La calle dominaba.

"Al principio era feliz en las pandillas -entre ellos encontré una familia y me sentía a gusto-, pero al involucrarme más las cosas fueron cambiando. Requerían de mí algo que yo no quería: cometer delitos, hacerles daño a otros que no me habían hecho daño a mí, dañar a los que querían salirse", explicó quien estuvo preso dos veces siendo menor de edad y fue baleado dos veces en la rodilla y la cintura. 

Sobrevivía y seguía en las mismas. Incongruentemente, era pandillero y al mismo tiempo estaba en el mundo católico. Siendo jovencito, estudió en la prestigiosa escuela secundaria católica St. John de Washington, DC. Recibía ayuda financiera, educación de alta calidad y cooperaba como voluntario. Logró graduarse en 1986 y negociar su futuro. Estaba involucrado en drogas y recibió cargos, pero llegó a un arreglo porque se comprometió a ingresar al ejército y estudiar en la universidad.

Cumpliendo su promesa y cambio su vida, estuvo dos años en la reserva, participando en los estrictos entrenamientos (boot camp) y acoplado a la policía militar. Pero no todo era lo que parecía.

"Estaba en la reserva del Ejército, en la universidad y en las pandillas. Vivía en dos mundos: las pandillas en las calles y el mundo lleno de oportunidades que Dios me daba", dijo.

Deja el Ejército y deja atrás poco a poco las actividades delictivas, pero seguía conectado con los pandilleros. Entonces, ocurre la tercera balacera en 1991 que casi lo mata. Estaba borracho y en medio de una pelea con otro pandillero en la calle (fuera de una discoteca en el sudeste de DC) por una estupidez, recibe cinco tiros en su pecho, brazos y espalda. "Estoy vivo de milagro", confesó.

 El cambio se da

Esa balacera a sus 25 años, fue el momento en que todo cambió para Luis.

A raíz del incidente, dice, creció el rencor en su corazón y quería matar a su atacante. El hombre ya tenía varios homicidios en su haber y posteriormente fue encarcelado por el resto de su vida.

También fue una oportunidad para reencontrarse con su abuela (ya fallecida) y su padre. Vinieron a verlo cuando estaba casi muriéndose y fue clave.

"El apoyo espiritual de mi abuela fue crucial. Ella rezaba el rosario con sus amigas para que yo sanara", recuerda.

La fe católica que su abuela sembró en él y luego su escuela católica fueron, poco a poco, emergiendo y ganando la batalla en una vida que estaba casi destruida.

Estando convaleciente, el joven Luis vio la imagen de la Virgen en color oro. "Siempre sentí a mi lado su presencia" en el proceso de recuperación.

Entonces, por medio de la Virgen, le pidió perdón a Dios por sus pecados y prometió que iba a cambiar su vida. Recuerda que le decía: "Perdóname Señor por lo hecho, quiero seguir viviendo, dame un chance, voy a poner todo de mi parte para cambiar". 

Cuenta que "estaba harto de vicios, drogas, pandillas y quería cambiar porque si no iba a terminar muerto o en la cárcel".

Muchos de los amigos que hizo durante 14 años en las pandillas están muertos y otros encarcelados. "Al salir, algunos pusieron un negocio o encontraron trabajo, pero otros no pudieron cambiar y siguen en las mismas o en la cárcel".

La madre de un amigo suyo pandillero -que lo mataron en 1992- le pidió a Luis que se comprometiera a hacer algo por otros jóvenes, en vez de buscar la venganza por esa muerte. "Esas palabras fueron claves. Unos meses después sentí la voz de Dios en mi corazón, repitiendo las mismas palabras de la señora. Me puse a llorar lágrimas de felicidad y vi una luz", dijo quien hoy se dedica a transformar vidas con su testimonio.

Luego decide vivir un tiempo más tranquilo en California con sus padrinos. Incluso estuvo una temporada viviendo con su padre en Puerto Rico, tiempo en que hubo un mayor acercamiento entre ambos. 

A veces ocurre que los hijos solo escuchan un lado de la historia. Siendo niño, Luis pensaba que su papá era malo y que no quería estar con él. "Me sentía abandonado y culpable de la separación de mis padres. Finalmente, conocí los dos lados de la historia", dijo. 

La nueva vida

Luis se graduó de la Universidad Howard de DC en 1993 en ciencias políticas y empezó a acercarse a los jóvenes en problemas en Adams Morgan como voluntario. Fundó la organización Barrios Unidos para ayudar a jóvenes en riesgo, en la calle o en pandillas. Durante varios años viajó por todo el país contando su historia. Se volvió activista en Washington, luego profesor en la Universidad de DC. Desarrollaba un programa de justicia criminal, daba un curso de comportamiento de pandillas y otro sobre desarrollo juvenil positivo.

Trabajó en el gobierno federal, fue maestro de escuela, consultor, entrenador de béisbol y años más tarde -por solicitud de un grupo de líderes comunitarios- es contratado por el condado de Montgomery como enlace con la juventud.

"Es una bendición ver cómo otros jóvenes cambian su vida, evitan cometer los errores que yo cometí en mi vida", dice quien desde el 2005 ocupa el puesto de administrador del programa de desarrollo positivo juvenil del Departamento de Salud y Servicios Humanos del condado de Montgomery y en total lleva treinta años trabajando con jóvenes, familias y la comunidad. "Soy parte de un milagro y mi empleador es Dios", dice contento.

Cuando sus amigos del pasado ven al nuevo Luis le dicen: "Si tú pudiste cambiar, yo también puedo".

En su nuevo puesto conoció a Diana, una feligresa de la parroquia Santa Catalina Labouré, quien es actualmente su esposa. 

En el nacimiento del primer hijo del matrimonio, Luis vuelve a sentir la presencia de Dios muy cerca. Diana sufría de preeclampsia y tuvo un parto difícil con un 25 por ciento de probabilidades de que ella y el bebé sobrevivieran. "Sentí la presencia de la Virgen María y vivimos un milagro. Sentí la voz de Dios diciéndome que todo estaba en sus manos y que iba a salir bien", recordó convencido de que el Señor intervino en la sala de partos. 

Se califica como un hombre de oración, por eso, en esa ocasión acudió a la capilla del hospital a orar. Nació su hijo con solo 31 semanas de gestación y seguidamente la madre encaró una grave hemorragia post parto. El bebé "llegaba de mi dedo índice a la muñeca (tamaño) y estuvo un mes en la incubadora. Fue un milagro que ambos sobrevivieran", afirmó.

Luis tiene 4 hijos: uno de 23 años que es arquitecto, una de 21 que es enfermera y los más pequeños de 11 y 7 años que estudian en la escuela católica San Juan Evangelista de Silver Spring, Maryland.

Como padre católico, reza con sus hijos pequeños a diario. "Les enseño que tienen que hacer una buena obra por alguien con la intención de ayudar y tratar bien a todos, aunque no les caiga bien la persona".

Luis asegura que Dios siempre nos da una segunda oportunidad. "Y uno no solo debe decirlo, debe actuar', dijo quien ha vivido una milagrosa transformación gracias a Dios. "Sin Él no hubiera ocurrido", reconoce.

"Lo más difícil en el proceso de cambio fue humillarme y entender que soy un pecador, que no todo será perfecto y no puedo ser perfecto", dijo.

Tuvo que romper las barreras del estigma que persigue a los pandilleros. "Hay que romper ese estigma con amor", dijo reconociendo que esas vivencias las mantiene en su memoria.

Además, se hace difícil olvidar lo vivido cuando Luis tiene tres balas alojadas en su cuerpo y pulmones débiles a consecuencia de la balacera.

"Entiendo y acepto que toda mi vida ha sido parte del plan de Dios de tener una segunda oportunidad y tener esa familia que siempre he anhelado desde niño", dijo.

La pandemia, dice, nos ha enseñado la importancia de aprovechar el hoy, por eso trata de vivir cada día mejor que el anterior. 

Con el tiempo, llegó a sanar la relación con su padre, quien sigue viviendo en Puerto Rico y es parte de su vida de hoy. "No puedo echarle la culpa a mi padre, tuve que superarlo, porque quiero mantener una relación con él y es muy importante para mí. Mejor tarde que nunca".

Su madre guatemalteca que ya tiene 90 años, reconoce que no le ha criado como a ella le hubiera gustado, pero le dice a su hijo que "en tanta oscuridad, siempre sacabas luz".

Luis le pide perdón por todo lo que la hizo sufrir. "No fui el niño ni el joven que hubieras deseado, pero espero que te sientas orgullosa del hombre que soy hoy", le dice a su mamá la segunda versión de Luis Cardona.

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