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Tres caras de la tragedia migratoria: preocupación, cautela y temor

Los inmigrantes mexicanos Pedro Cañete y Aurora Ortega, feligreses de San Bernardo, llevan 22 años en Estados Unidos. Él tiene permiso de trabajo que acaba de recibirlo, pero ella sigue en el limbo legal. Los abogados recomiendan a los concubinos que den el paso de casarse para proteger a su pareja. Foto/AA

Los operativos de inmigración del Gobierno han sacudido a la comunidad hispana a todo nivel. Como un medidor del clima imperante, en la parroquia San Bernardo encontramos: un ciudadano estadounidense preocupado por los demás, un padre de familia celebrando su nuevo permiso de trabajo con cautela y un indocumentado que no puede ocultar su temor a las redadas.

“No me preocupo por mí, sino por las familias hispanas porque veo que las están separando, están sufriendo y me duele”, dijo el inmigrante centroamericano Manuel Cardona que llegó a Estados Unidos en 1988 y se ha naturalizado.

Ve en la televisión a los agentes del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de EEUU (ICE) que “echan al suelo a los migrantes, los amarran como animales y los patean”.

Está indignado porque también arrestan a los estadounidenses como él y las autoridades no siempre reconocen su error, se disculpan o se retractan de inmediato. “No es justo lo que está pasando”, recalcó el domingo 13 de julio durante una kermés o fiesta popular en los predios de la parroquia predominantemente hispana ubicada en Riverdale Park, Maryland.

Al borde de la ley

Una mezcla de alegría y miedo es lo que sienten los inmigrantes mexicanos Pedro Cañete (43) y Aurora Ortega (47).

Son pareja desde hace 23 años, de los cuales 22 han vivido como indocumentados en EEUU. Él recibió el permiso de trabajo a principios de julio y están muy contentos, pero se mantienen en cautela. Es que después de todo ese tiempo, aún no están casados así que ella sigue en el limbo legal.

“Los inmigrantes no venimos a este país a hacer nada malo, venimos a buscar una mejor vida”, dijo quién es padre de tres hijos estadounidenses.

Pedro vivía en un rancho en México, en el seno de una familia numerosa y con muchas limitaciones. Esa pobreza lo impulsó a migrar hacia el norte.

Aurora es ama de casa y Pedro trabaja realmente fuerte en una pizzería donde hace de todo: recibe las órdenes, cocina y limpia. Tiene un buen jefe y se siente a gusto.

Procura mantener un buen comportamiento, alejado de los problemas y vicios. “Voy de casa al trabajo y del trabajo a casa. Todo el tiempo lo dedico a mi familia y los domingos voy a la iglesia”, aclaró.

Con miras a la legalización, se preocupó por pagar sus impuestos cada año desde que llegó, lo cual le será beneficioso cuando pronto reciba la tarjeta de residencia o “green card”.

Pagó 12.500 dólares a un abogado y su solicitud va avanzando -gracias a que su hija mayor le está auspiciando en el trámite- pero su caso legal no es fácil.

Fue arrestado por las autoridades de inmigración en 1998, en su lugar de trabajo en Nueva York, cuando solamente tenía 17 años. Entonces, hace 30 años, las autoridades le emitieron una orden de deportación. No sabe cómo, pero ahora ya tiene autorización para trabajar legalmente.

Está cerca de obtener un estatus permanente, pero sabe que el riesgo es latente y podría ocurrir una redada en su lugar de trabajo en cualquier momento. “La migra no está respetando nada… así que lo dejamos en manos de Dios, quien es todo para nosotros”, dijo.

Prima el temor

Santos S. (29) también es un padre de familia que confía en Dios y deja su situación migratoria a su voluntad. No tiene otra opción.

“No se puede exigir mucho, no tenemos papeles”, dice quien lleva ocho años viviendo como indocumentado.

“Es triste lo que les pasa a nuestros hermanos inmigrantes”, dice refiriéndose a los arrestos que ve en la televisión.

Este inmigrante salió de su natal El Salvador buscando un mejor futuro para su familia. Él trabaja por su cuenta como albañil y su esposa en una pastelería para salir adelante en este país con una hija de ocho años. Las tácticas del gobierno estadounidense han tornado su camino cuesta arriba.



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