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El catolicismo, un ‘deporte de equipo’

Feligreses se disponen a participar en la misa del Domingo de Ramos en la catedral de San Mateo, el 24 de marzo de 2024. Foto/Mihoko Owada

La semana pasada tuve un encuentro con los catecúmenos y candidatos antes de la misa de la Vigilia Pascual en la catedral de San Mateo Apóstol, y uno de ellos me hizo una pregunta intrigante: “¿Cómo puedo seguir creciendo en mi fe?

Era una pregunta muy apreciada e importante que todo católico debería plantearse. Le dije que los nuevos católicos deberían hacer amistad y conversar con otros católicos más experimentados para profundizar en su fe. En otras palabras, ¡el catolicismo es un “deporte de equipo”!

Esta analogía con el deporte es una buena imagen de que todos debemos tratar de seguir creciendo en la vida de fe. Sin duda que la pandemia nos ha dado una idea de cuánto nos privamos cuando no podíamos reunirnos para celebrar la misa y así tener contacto y comunión con nuestros hermanos. Los católicos, y también otros creyentes, estuvimos aislados en los últimos años, y las repercusiones espirituales que eso tuvo para todos fueron nefastas.

Todos percibimos la entusiasta anticipación y las grandes emociones que ha suscitado la serie de eventos deportivos acaecidos en estas últimas semanas: tanto el comienzo de la temporada de béisbol como la energía de March Madness (o Locura de Marzo). Sea que nuestros equipos favoritos tengan o no finalmente una temporada exitosa, la anticipación de la nueva temporada conlleva mucha emoción. También sabemos que, aun cuando un equipo tenga uno o dos jugadores estupendos, si todo el equipo no llega a unirse y trabajar junto, es posible que la temporada no le resulte ganadora.

Lo mismo ocurre con nuestro camino de fe. Todos nos necesitamos unos a otros para avanzar en la vida de santidad. Las plegarias que elevamos en las liturgias de Pascua ponen de relieve el hecho de que somos una comunidad de creyentes. Si bien cada uno de nosotros está llamado a cultivar una relación personal con el Señor, es preciso apoyarnos mutuamente para avanzar por ese camino hacia Cristo. Nos necesitamos unos a otros para que nuestra vida católica sea fructífera y auténtica. En un sentido real, esa es la responsabilidad principal y constante de los padrinos y madrinas. Es de rigor que los nuevos católicos, sean jóvenes o adultos, encuentren, en la vida de aquellos que les han presentado a la Iglesia para recibir los sacramentos, una fuente auténtica y fructuosa de estímulo y guía espiritual.

No todas las personas tienen necesidad del mismo grado de familiaridad, y algunas incluso optan por una vida de silencio y aislamiento, como los ermitaños o quienes viven en comunidades de clausura. Pero la Iglesia nunca ha sido una colectividad de personas solitarias y precariamente afiliadas entre sí; la Iglesia es siempre una communio, es decir, unión común, de hermanos y hermanas. Nuestra vida litúrgica consiste primordialmente en lograr una estrecha cercanía espiritual con el prójimo. La liturgia es siempre una expresión de la communio que subsiste en una asamblea de fieles que se encuentran con el Señor vivo.

Me alegro de que este tema haya surgido en la conversación que tuvimos antes de la Vigilia Pascual, porque ahora es responsabilidad de toda la Iglesia actuar para dar el aliento y el acompañamiento que necesitan estos hermanos y hermanas católicos neófitos en su camino de fe. Ellos son los “novatos” de nuestro equipo de fe, y todos debemos ayudarles a encontrar a Cristo; porque si les ayudamos, les apoyamos y les mostramos el modo de vivir la fe de un modo fructífero y productivo, también nosotros encontraremos a Cristo.



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