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La necesidad del otro en nuestras vidas

A medida que los días pasan -y se acerca la Navidad- nuestros días se vuelven más ocupados con las prisas típicas de fin de año que hacen difícil atender todo lo que nuestro entorno exige de nosotros. Recibir y enviar tarjetas de Navidad, los sempiternos saludos por la ocasión obedecen a una necesidad implícita de compartir en familia y amigos nuestras alegrías y pesares. Y mientras los problemas del mundo parecen intensificarse, el testimonio de compartir con los demás se hace -como nunca- más imperativo durante las celebraciones navideñas y de fin de año. La exigencia de atendernos unos a otros, de no alejarnos de lo que nos sucede, de participar en la vida de los demás y de dar testimonio de nuestras propias vidas es una majestuosa declaración humana de que no solo somos observadores de nuestra propia existencia, sino también de la de los demás. Ojalá -en el nuevo año que se avecina- todos pudiéramos mantener esa atención a los retos y conflictos que enfrentamos cotidianamente para borrar todo aquello que nos separa, unos de otros, en aras del bien común: una manera de dar testimonio de nuestro compromiso con la necesidad esencial del otro en nuestras vidas. 

En nuestra cotidianeidad, dependiendo de nuestra historia y de dónde venimos, la familia es el mayor portador y transmisor de verdades y sabidurías que llevamos con nosotros en ‘nuestras mochilas’ para dar testimonio de nuestras vidas, porque dar testimonio es también estar presente en la vida de los demás. Siempre me han maravillado los testimonios y diversas muestras de religiosidad popular de nuestras comunidades: las celebraciones y procesiones del Señor de los Milagros, el Divino Salvador del Mundo, ‘Caminando con María’, por citar algunas. Ver la devoción de centenares de feligreses caminar, con la misma determinación, sin importar muchas veces las inclemencias del clima, con la cabeza hacia adelante y la barbilla levantada, acompañados de sus pequeños hijos, portando estandartes e íconos es un cuadro majestuoso. Caminatas pacíficas que dan cuenta de nuestras tradiciones y cuyo testimonio da una inequívoca sensación de universalidad por el mensaje y significado que rezuman. Fotografías que hablan por mil palabras. Si tuviéramos que pintar un cuadro para capturar el estado de ánimo y el acontecimiento que celebran nuestras tradiciones populares, las procesiones, donde hay una sensación de universalidad, serían los modelos idóneos que podrían estar sucediendo en cualquier lugar del planeta. En las procesiones los cuerpos de los feligreses que se estructuran como esculturas -cuyas formas dan una sensación de gracia y elegancia, amén de su llamado a la igualdad- dan una sensación única de unidad.

Ese deseo innato de compartir en las celebraciones navideñas y el testimonio de nuestras experiencias de religiosidad popular son también una muestra del coraje y la voluntad de buscar el cambio, de atendernos unos a otros, de no alejarnos y, también, como el artista que pinta un cuadro, de ser testigos. Los ‘cuadros’ navideños y el de las procesiones son testimonios de nuestra fe y de nuestro deseo de compartir experiencias similares con otros. Cuando miremos esas ‘pinturas’ recordemos los testimonios que nos dan sentido de esperanza y unidad y, sobre todo, las cosas que dan un significado ampliado para compartirlo con los demás. A menudo no reconocemos plenamente el poder de las imágenes -y de las palabras- que pueden tener historias ‘entrelíneas’ y, algunas veces, cuando vemos y hablamos podemos estar elaborando historias de las que no somos conscientes. Mas, de lo que si podemos estar claros es que en estas fiestas navideñas tenemos mucho que decir y compartir con los demás a la luz de nuestras tradiciones y su llamado a la igualdad y la unidad.

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