Me he divertido un poco al empezar el año 2023. En la Misa de Año Nuevo les dije a los feligreses que les iba a dar cuatro homilías, tras lo cual escuché varios susurros y movimientos nerviosos en los bancos (y no les culpo), pero creo que se relajaron un poco cuando les dije que eran más bien cuatro "minihomilías".
Ahora se me ha ocurrido compartir estos cuatro temas con ustedes también, pues creo que son dignos de reflexión al comenzar un nuevo año.
De hecho, el año nuevo fue el primer tema del que hablé. Para ser sincero, creo que en este día hay más gente que piensa ir a la iglesia porque es 1 de enero que porque es la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios. Estas cosas son a las que nuestra sociedad les da atención, con desfiles, fuegos artificiales, la bajada de la bola y festejos por todas partes. Se trata de despedir un año y dar la bienvenida al siguiente.
Es tiempo de comenzar de nuevo, de reiniciar la vida y de adoptar aquellos propósitos o resoluciones de Año Nuevo de los que tanto se habla para mejorar la vida personal. Creo que el propósito más importante para nosotros debería ser acercarnos más a Dios. Todos tenemos diferentes maneras de organizarnos —como ir a Misa los domingos o rezar el rosario todos los días— pero ese debería ser nuestro compromiso para cada año, y en realidad para cada día.
Cuando, al cabo de 12 meses, miremos hacia lo que hicimos en 2023, rezo para que todos podamos decir que nos acercamos más a Dios que cuando comenzó el año. Todas las demás cosas que hagamos perderán brillo e importancia al compararlas con aquel único y principal objetivo de que Dios llegue a ser el centro de la vida de cada uno.
El primer día del año se celebra también en la Iglesia la Jornada Mundial de la Paz. Esa fue mi segunda minihomilía. Desde hace 45 años, el Papa ha declarado que el 1 de enero es un día de oración por la paz. Siempre hay conflictos en alguna parte, pero nuestra conciencia de la guerra y los combates ha aumentado mucho en los 11 meses pasados como resultado de la guerra de Rusia contra Ucrania que no ha terminado. Hace un año, por estas fechas, a casi nadie se le ocurría que Rusia pudiera invadir Ucrania.
Y a todos nos ha sorprendido que Ucrania haya resistido tanto, e incluso ganado batallas a las fuerzas rusas que parecían ser las dominantes. Ya no nos escandalizamos tanto como antes cuando oímos hablar de la guerra, pero las cifras siguen dando miedo. Hace poco me enteré de que, en los primeros 300 días de la guerra, hubo unos 7.000 civiles ucranianos que perecieron. Pero también he visto estimaciones de que los soldados ucranianos muertos en la guerra son más de 13.000 y los rusos 10.000.
¿No es triste y lamentable que todavía sigamos librando batallas y guerras de formas tan violentas que causan la muerte de tantas personas inocentes? El primer principio de la doctrina social católica es que cada vida tiene dignidad y merece respeto, no solo la de aquellos que nos caen bien o con los que estamos de acuerdo. Si realmente respetáramos estos principios, no habría más guerras y tendríamos que buscar otras formas de resolver los conflictos.
Yo rezo con la esperanza de que el mundo trabaje para lograr la paz. Aquí en casa, rezo con la esperanza de que se ponga fin a la violencia armada y venga la paz en nuestra ciudad. En la víspera del Año Nuevo se produjo en Washington, D.C. la víctima fatal número 200 a causa de la violencia armada en 2022. Fue el segundo año consecutivo que se registró tal número de muertes, que es mucho más alto que el que hubo hace apenas cinco o diez años.
Por todo esto, los animo a adoptar como propósito prioritario rezar por la paz en el mundo, en nuestros hogares, en nuestras familias y en nuestras calles.
En el calendario litúrgico, el 1 de enero se celebra la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios. En mi tercera minihomilía, compartí con los fieles presentes en la Misa que a menudo reflexiono sobre la maravilla de que un concilio celebrado en Éfeso (ciudad de lo que hoy es Turquía), allá por el año 431, pudiera afirmar públicamente, con certeza teológica y doctrinal, que la Virgen María es la Madre de Dios.
Yo lo creo, por supuesto, y el razonamiento es bastante sencillo. El ángel Gabriel le pidió a María que concibiera y trajera al mundo a Emmanuel ("Dios con nosotros"). Ella dio a luz a Jesús, que es Dios encarnado, por lo tanto, María es la Madre de Dios. Todavía me sorprende que una sencilla joven que estuvo en Belén fuera proclamada Madre de Dios por una sociedad de clara dominación masculina.
Para mí, el legado más importante que nos dejó la Virgen María hace unos 2.000 años fue su inspirador ejemplo de decirle que "sí" a Dios. Sin duda ella se debe haber sentido abrumada e incluso asustada cuando Gabriel le dijo que daría a luz al Hijo de Dios, y sin embargo dio la respuesta perfecta: "He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra". (Lucas 2, 38)
Mi cuarta minihomilía versó sobre la Sagrada Familia, que solemos celebrar el domingo después de Navidad. Como este año ese domingo era el 1 de enero, tuvo precedencia la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios, y la celebración de la Sagrada Familia de Jesús, María y José se adelantó dos días.
Me han llamado la atención algunos comentarios muy reales que hizo el Papa Francisco sobre la familia y sobre cómo el perdón, en medio de nuestras imperfecciones, es la clave de la vida familiar. He compartido algunos de los comentarios del Papa Francisco, como los siguientes:
"No existe la familia perfecta. No tenemos padres perfectos, no somos perfectos, no nos casamos con una persona perfecta, ni tenemos hijos perfectos.
"Tenemos quejas unos de otros. Nos decepcionamos mutuamente. Por lo tanto, sin el ejercicio del perdón, no hay matrimonio que sea sano ni familia que sea sana.
"El perdón es vital para nuestra salud emocional y nuestra supervivencia espiritual. Sin el perdón, la familia se convierte en un teatro de conflictos y en un bastión de agravios. Sin el perdón, la familia cae enferma.
"El perdón es la esterilización del alma, la limpieza de la mente y la liberación del corazón."
Para mí, eso habla de lo que estamos llamados a ser en nuestras propias familias, así como en nuestras parroquias, barrios y como hijos de Dios: una familia en la que el perdón, la compasión y el amor estén siempre presentes. A diferencia de la famosa frase de la película Historia de amor (Love Story), es cierto que el amor significa tener que pedir perdón, buscar el perdón y dar el perdón. Como el mismo Señor nos enseñó a rezar: "...perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden".
Creo que al iniciar el 2023 merece la pena reflexionar sobre estos cuatro temas. ¿Podemos acercarnos más a Dios este año? ¿Podemos rezar por la paz y hacer algo para lograrla? ¿Podemos seguir el ejemplo de María y decirle que sí a Dios? ¿Podemos amar y perdonar a los demás en nuestras propias familias y en la familia de Dios? Sería estupendo que estos pensamientos formaran parte de nuestra energía y compromiso mientras vamos avanzado en el mes de enero hacia el comienzo de la Cuaresma.
A todos los deseo la paz, el amor y las bendiciones de Dios en 2023.