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‘Rezo y rezo, pero Dios nunca me oye’

Un grupo de feligreses oran durante un servicio religioso. Foto/OSV/archivo

Los lamentos en la experiencia de la vida espiritual son múltiples y variados. Uno de los más comunes es la queja, cuando en el aprieto de alguna situación difícil, acudimos a Papito Dios. La expectativa, por supuesto, es que Diosito va a responder de inmediato. La fe católica es conocida desde su fundación, como la fe que obra milagros. ¡Y no hay duda, que así lo es! Esa postura está conectada con las palabras de Jesús, el Señor, cuando dijo en el pasaje del Evangelio de Mateo, 7:7-12:

“Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra y al que llama, se le abre. ¿Quién de ustedes, si su hijo pide pan, le da una piedra? ¿O si pide un pescado, le da una serpiente? Pues si ustedes, aun siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más su Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que le pidan! Así que en todo traten ustedes a los demás tal y como quieren que ellos los traten a ustedes. De hecho, esto es la Ley y los Profetas”.

Sin embargo, hay otros detalles que no se deben de ignorar. La oración, según el catecismo, puede clasificarse en varias categorías. Puede ser oración de alabanza, oración de contrición, de mediación por otra persona, y la más común, que es de petición. Nace en el corazón del creyente, que se aferra a la convicción que Diosito es compasivo y misericordioso. Más allá de la genial comedia, “El Chapulín Colorado”, que clama por ayuda en situaciones de aprieto, es normal y parte de la experiencia religiosa, que se busque la mediación del misterio divino. Es cuando el ser humano reconoce sus limitaciones y se manifiesta incapaz de manejar su vida en ese momento. No, no es cobardía ni flojera el admitir tal situación…, ¡al contrario, es un gesto de valentía y fe profunda!

Desde la urgencia de la necesidad inesperada, el creyente tiene varias opciones. O acude a Dios todopoderoso, o se ahoga en la ansiedad de su desespero. Sin embargo, mucho depende de cuán firme es su fe. Son los más fervientes y devotos en su experiencia religiosa, los que son más vulnerables a la frustración cuando Diosito no responde de inmediato a sus súplicas. “Rezo y rezo, pero Dios nunca me oye”, suele ser la expresión de aquellos que se desesperan. Claro, en ese momento de ansiedad, se tiende a ignorar las muchas bendiciones que el Creador continuamente ofrece a sus seguidores. Nacido de la religiosidad popular, está el refrán, ‘Dios aprieta, pero no ahoga’. No, no aparece como tal en las Sagradas Escrituras, pero se puede conectar con el citado pasaje de Mateo 7:7-12. Nuestro Dios no es un Dios cruel que juega con la vida de los creyentes. Al contrario, es Dios quien nos enseña que El nunca permitirá que las pruebas que se viven en la condición humana sean más grandes de lo que se puede soportar. Así lo afirma San Pablo, en I Corintios 10-13:

“No les ha sobrevenido ninguna prueba que no sea humana; pero fiel es Dios, que no les dejará ser probados más de lo que pueden resistir, sino que dará también juntamente con la prueba la salida, para que puedan soportarla.”

Con insistencia, el creyente debe de cuestionar, ¿cuán grande es mi Dios? Que no es otra cosa que preguntar, ¿cuán firme es mi fe? La verdad es, que la experiencia de los sagrados misterios de la fe católica fluye y depende del crecimiento personal que ha logrado el bautizado. Hoy más que nunca, y especialmente, después de la renovación que el Concilio Vaticano II (1962-65), trajo a la Iglesia, la gran mayoría de las parroquias se han convertido en lugares de encuentro y de formación. Los movimientos pastorales, cursos bíblicos y orientación litúrgica abundan en la mayoría de ellas. Como resultado, hoy por hoy, tenemos feligreses muy comprometidos, que colaboran en la catequesis, liturgia, en el grupo asistencial de San Vicente de Paul y otros similares. Desde esas experiencias, es que se nutren los grupos apostólicos, como Los Cursillos de Cristiandad, Juan XXIII, la Renovación Carismática y varios otros. Cuando el Pueblo Santo de Dios ha participado en algunos de esos retiros, su vida cambia, se revive su compromiso bautismal, y se mantienen activos en la parroquia. Fieles a sus reuniones pastorales, la parroquia se torna en un lugar de encuentro, de oración y de actividad apostólica.

La oración personal queda impactada por la relación más íntima con Dios y los misterios de la fe. Se desarrolla pues, una postura de mayor comprensión y aceptación de la voluntad de Dios, que no necesariamente siempre es ‘a gusto y gana’ del fiel creyente. “Rezo y rezo…y aunque Diosito se tarde en atender mi súplica, no desisto de mi amor y entrega a Él”.



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