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De Francisco a Francisco, dos hombres al servicio de la humanidad

Papa Francisco saluda a los fieles en la Plaza San Pedro en abril 27 del 2022. Foto/CNS/Guglielmo Mangiapane, Reuters/archivo

El destino de un nombre. El hijo de Pietro di Bernardone había recibido el nombre de Giovanni, pero no debía conservarlo. Su padre decidió lo contrario y así quedó para siempre y sigue siendo para todos nosotros Francisco de Asís. Nunca había sido el nombre de un obispo de Roma, de un Papa de la Iglesia católica. Y, sin embargo, sucedió. Dos hombres con ochocientos años de diferencia, unidos por la sorpresa de un nombre y, sobre todo, por un camino que se abría ante ellos, inesperado y único.

Francisco de Asís permanecerá siempre unido por un hilo al origen de su nombre, aquella Provenza que su padre amaba porque le había abierto nuevos caminos, no sólo para el comercio. Jorge Mario Bergoglio, probablemente en el fogonazo de un momento preñado de futuro, ha acogido en ese nombre no sólo un destino, sino una puerta abierta a un camino por recorrer. No se da el nombre de Francisco de Asís a la ligera. Es exigente.

¿Quién podría soportar la comparación? De hecho, el Francisco del siglo XXI no quiso ser una copia del Francisco del siglo XIII. Se inspiró, tomó algunos elementos y trató de interpretarlos en la posición única en la que estaba llamado a vivir: Roma y el mundo, la Iglesia católica y tantos hombres y mujeres de buena voluntad, de todos los colores, lenguas y pueblos.

Una huella a seguir

Si después de ochocientos años todavía no es fácil esbozar el rostro más completo y auténtico del hermano Francisco, imagínense lo imposible que resulta hacerlo del papa Francisco pocos días después de su muerte. O buscar, casi servilmente, similitudes entre ambos. La inquietud de Francisco abrió caminos nuevos para él y para tantos después de él que han abierto futuros y lo siguen haciendo.

Lo mismo vale para el papa Francisco, que nos deja, junto con su vida y sus enseñanzas, caminos abiertos en una senda que hay que continuar, no para copiarla, sino para interpretarla y dejar que genere nuevas intuiciones, pasos y opciones.

Creo que la primera sacudida que dio el papa Francisco a los franciscanos y franciscanas del mundo fue la de no pensar en su carisma como algo fijo que hay que repetir y conservar, sino como una realidad viva y dinámica que recobra continuamente vida y luz en contacto con la historia, con la realidad, con las llamadas de todos los tiempos.

El papa Francisco nos ha puesto de nuevo en el camino, nos ha exhortado a no detenernos en una relectura que siempre corre el riesgo de ser arqueológica, romántica o demasiado indeterminada. El obispo de Roma, Francisco, nos ha hecho asumir la idealidad del hermano Francisco y la concreción de sus opciones. Encuentros, rostros, manos que tocar, cuerpos sobre los que inclinarse y situaciones de las que no rehuir: esta concreción propia de la encarnación, que para san Francisco estaba en el centro de su vida de fe, nos ha sido devuelta por el papa Francisco.

Un árbol donde encontrar sombra

Ciertamente, desde el principio nos pareció muy extraño que un jesuita, y más aún, uno que había llegado a ser Papa, tomara el nombre del Pobrecillo. Pero el hermano Francisco y su carisma no son ciertamente propiedad exclusiva de los franciscanos y franciscanas.

La semilla de Evangelio y de humanidad que el hermano Francisco sembró en los surcos de su tiempo y de los muchos tiempos posteriores a él se ha convertido, como dice el Evangelio, en un árbol en cuya copa todos pueden refugiarse y encontrar sombra. Este carisma se abre, respira y revive en distintas latitudes, culturas y lenguas. Va incluso más allá de los límites visibles de la Iglesia católica. Imaginemos, pues, hasta qué punto puede ser acogido y expresado también por Jorge Mario Bergoglio. Él nos ha demostrado que el carisma de Francisco se puede experimentar simplemente viviéndolo, dejándose tocar e implicar por él. Junto con pensar, es necesario vivir, caminar, atreverse.

Tal vez el papa Francisco no conozca al dedillo todos los escritos y complejos estudios del franciscanismo, pero tiene una visión de su corazón que integra con su formación ignaciana. En el centro está Jesús y el Evangelio y, por tanto, la carne de Cristo que es el hombre, especialmente los pobres. Todo esto vivido en la Iglesia y para la humanidad de hoy, a menudo en caminos de huida, de violencia y de guerra.

Inspirados por los dos Francisco

El papa Francisco nos recordó a los franciscanos estos elementos esenciales de nuestra espiritualidad. No los agotó ni los interpretó de manera completa y exhaustiva para todos. Abrió caminos, siguió una intuición, gracias a la cual sintió profundamente nuestro tiempo y captó su espíritu. Por eso san Francisco, hombre de fraternidad, de paz y de la buena creación de Dios, habló enseguida a su corazón y le permitió sintonizarse sobre las numerosas ondas de este tiempo complejo y, sin embargo, bendito. Confieso que nos costó seguirle el ritmo, incluso a nosotros, los franciscanos.

Nos presentó algunos elementos del hermano Francisco de una manera inmediata y quizás a veces percibida por nosotros como áspera. Por eso nos conmovió. Creo que ahora se abre un tiempo nuevo, en el que podemos volver a acoger esta experiencia, releer este don y no cansarnos de ser puestos de nuevo en el camino, a menudo polvoriento, de nuestro tiempo y de la mucha humanidad que lo habita.

Gracias a los dos Franciscos y a los que aún aceptan seguir con inmediatez la inspiración del primero, con audacia la sabiduría concreta del segundo.



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