Catholic Standard El Pregonero
Clasificados

La búsqueda de la superación personal

Un hombre reza el 21 de marzo de 2020 en la iglesia de San Patricio en Huntington, Nueva York, durante la pandemia de coronavirus. Foto CNS/Gregory A. Shemitz, católico de Long Island

Fascinante caer en la cuenta que una de las mayores contribuciones del Concilio Vaticano II (1962-1965), fue el aceptar que el desarrollo humano es parte íntegra de la vida espiritual. En contraste dramático con otros Concilios en la larga historia de la Iglesia, los documentos conciliares, todos, de alguna manera, reflejan que se fundamentan en un ser humano redimido, partícipe de la mismísima divinidad de Cristo Redentor. En ningún documento de ese Concilio se encuentra alguna expresión de anatema o condenación de su condición humana. Mayormente en la Constitución de la Iglesia en el Mundo Moderno (Gaudium et Spes), se destaca una presunción del ser humano redimido y divinizado. Su único destino es su transformación personal y asimilación en la grandeza de Su Redentor, según se resalta en otro documento sobre la Actividad Misionera de la Iglesia (Ad Gentes).

Pero no nos distraigamos en señalamientos académicos. Lo fundamental que se desea resaltar es que los Padre Conciliares fueron guiados por el Espíritu Santo, a considerar que sus deliberaciones y declaraciones resaltaban la grandeza de las creaturas redimidas en Cristo Jesús. El azote espiritual más dañino a la humanidad ha sido la sospecha inevitable de que el ser humano caído, no tiene mucha esperanza excepto la de seguir pecando. Ha sido un descrédito que se remonta a la herejía de “Docetismo” del siglo II. Cristo no podía ser humano, porque la condición de los humanos está inevitablemente dañada. Su humanidad era solo una ‘apariencia’, no real. Lo interesante de nuestra práctica católica, es que nosotros no cuestionamos nada, pero tampoco lo entendemos.

Las consecuencias de que el Hijo de Dios sea plenamente humano, es que la naturaleza de los humanos ya ha sido rescatada y redimida. ¡Por naturaleza somos buenos…no malos! Claro, eso es debatible a partir de la filosofía que ilumina el pensamiento humano. La doctrina del pecado de los orígenes plantea una criatura libre que codicia ser igual a la grandeza de su creador. El pecado inicial pues, fue uno de ambición. Lo llevó a la desobediencia y la consecuente enajenación de Dios. Existe un empuje natural de querer mejorar la vida. ¡De preservarla, protegerla…no perjudicarla! Es un desvarío anormal cuando se atenta contra ella, (e.g. el suicidio detalla una anormalidad psicológica).

Todo aspirante en el proyecto de superación personal reconoce que lo más fundamental es una disciplina continua. Un tipo de régimen constante que normalice una vida de oración, recepción de los sacramentos, lectura espiritual, además de la ayuda de un buen confesor y guía que acompañe su proceso. Se admite de inmediato que hoy en día no es fácil lograr ese tipo de disciplina. En la modernidad lo que prevalece como ideal es eficiencia, búsqueda del placer y seguridad financiera. No es que el ser humano se someta a modo inevitable a esta situación actual. Pero ayuda muchísimo reconocer que los que se lanzan en ese empeño de santidad, tendrán que lidiar con obstáculos de gran desafío. El principiante en los caminos de perfección encontrara en la actualidad una riqueza abundante en libros de espiritualidad y oportunidades de retiros privados y comunitarios. Lugares y espacios dedicados a experiencias de retiros y soledad abundan, mayormente conectados con algún convento o monasterio.

Sin embargo, hay que admitir, que para laicos poder vivir experiencias de retiros espirituales, se les hace muy difícil dadas las situaciones de familia y trabajo. No todos, además, tendrían los recursos financieros para cubrir los gastos de esas experiencias espirituales. Maravilloso sería si las parroquias tuviesen algún tipo de programa de becas para feligreses que desearan vivir esas experiencias intensas de vida espiritual. Se reconoce que hoy en día, feligreses viven experiencias especiales de renovación espiritual, a través de los movimientos parroquiales.

Un feligrés que regresa a la vida parroquial después de haber vivido algún fin de semana de renovación espiritual necesita la acogida y aceptación de la comunidad. El apoyo y respaldo de los demás es clave para la continua motivación de crecimiento y desarrollo. Se debe de reconocer que la riqueza de ese feligrés renovado es ahora riqueza de toda la comunidad parroquial.



Cuotas:
Print


Secciones
Buscar