La posesión de armas nucleares y la amenaza de su uso deben ser firmemente condenadas, afirmó el cardenal Robert McElroy, arzobispo de Washington, el 5 de agosto, durante un diálogo celebrado en la Diócesis de Hiroshima con motivo del octogésimo aniversario de los bombardeos atómicos en Japón.
La declaración del cardenal McElroy resuena con las palabras del papa Francisco, quien, en 2017, en un simposio internacional sobre un mundo libre de armas, respondió a la súplica de cinco premios Nobel de la Paz para que lanzara una iniciativa amplia sobre la prohibición de las armas nucleares.
La condena a la posesión de armas nucleares y a la amenaza de su uso plantea numerosas interrogantes: "¿Cuáles son las implicaciones de esta enseñanza para los líderes católicos en países poseedores de armas nucleares? ¿Es inmoral que los soldados cumplan con deberes que implican la posesión y el uso potencial de armas nucleares? ¿Se puede utilizar moralmente algún elemento de la disuasión nuclear conforme a la enseñanza católica?"

La declaración de Francisco se suma a la inequívoca afirmación de Juan XXIII de que las armas nucleares deben ser prohibidas, así como a la de Juan Pablo II, quien afirmó que el futuro de nuestro planeta, expuesto a la aniquilación nuclear, depende de un giro moral por parte de la humanidad.
Tras la Guerra Fría, Benedicto XVI resaltó que la idea de que las naciones necesitan armas nucleares para mantener la paz es no solo perjudicial, sino completamente falsa. En una guerra nuclear no habría vencedores, solo víctimas. La verdad de la paz exige que todos los Gobiernos—ya sea que posean armas nucleares abiertamente o en secreto, o que planeen adquirirlas—se comprometan a cambiar su rumbo mediante decisiones claras y firmes, esforzándose por un desarme nuclear progresivo y concertado, indicó Benedicto.
Las implicaciones de la declaración de Francisco son profundas para la enseñanza moral católica, que ahora sostiene que la posesión de armas nucleares es moralmente incorrecta. La declaración del papa en 2017 es clara: "No existe ninguna orden en la enseñanza católica que avale la posesión de armas nucleares". Si bien muchos políticos buscan fomentar la paz y realizan esfuerzos serios por controlar y reducir armamentos, no se puede ignorar que la actual política sobre armas nucleares en el mundo se caracteriza más por la modernización, expansión y proliferación que por la reducción y eventual eliminación de estas, indicó el cardenal McElroy.
En este contexto, se debe concluir que la aceptación y normalización de la disuasión han fracasado en cumplir con el requisito moral de trazar un camino hacia la eliminación de las armas nucleares. La disuasión no es un paso hacia el desarme nuclear, sino un pantano. Por ello, la Iglesia no podía seguir tolerando una ética que, de facto, legitima la posesión.
El Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares establece que la posesión nunca es moralmente legítima. Es esencial reconocer que este tratado no fue simplemente la creación de actores estatales, sino de comunidades sociales, culturales, religiosas, educativas y políticas en todo el mundo. Al alzar su voz junto a quienes han subrayado la ilegitimidad moral universal del uso, la amenaza de uso o la posesión de armas nucleares, el papa Francisco buscó abrazar este consenso global y proclamar inequívocamente que la enseñanza católica ha llegado a la misma conclusión, destacó el arzobispo de Washington.
Si la enseñanza católica y la comunidad internacional prohíben el uso o la posesión de armas nucleares, ¿qué impacto tiene esto en la configuración de las obligaciones morales que enfrentan los estados nucleares individuales? ¿Qué indica esto sobre el análisis moral a nivel estatal?
En primer lugar, subrayó el arzobispo de Washington, es fundamental reconocer que los Estados con armas nucleares enfrentan realidades morales y políticas más complejas, derivadas de la ilegitimidad ética de las armas nucleares, que aquellos que no las poseen. Las consideraciones de estabilidad, viabilidad política y tecnología deben ser ponderadas seriamente en la toma de decisiones éticas.
No obstante, esos factores no pueden oscurecer el hecho de que las implicaciones de la enseñanza católica limitan moralmente las opciones legítimas disponibles para los que toman las decisiones gubernamentales. El equilibrio es a menudo un objetivo en las políticas nucleares debido a los peligros de un error de cálculo o confrontación. Sin embargo, el estancamiento que resulta de la búsqueda de equilibrio es precisamente lo que la enseñanza católica no permitirá.
Este estancamiento ha sido el resultado de la ética de la disuasión, lo cual no significa que se deban abandonar todos los elementos de disuasión; sin embargo, sí implica que una ética fundamental de disuasión ya no es aceptable en el pensamiento católico.
Con relación a la inmoralidad de la posesión y la culpabilidad individual, las preguntas planteadas en el Simposio del Vaticano abordaron las implicaciones de la prohibición moral de la posesión para quienes tienen a su cargo la seguridad de su país -recordó el arzobispo-. Muchos se preocupaban de que los militares—hombres y mujeres—y los diplomáticos pudieran sentir que el Papa estaba condenando sus acciones en el contexto de las políticas nucleares de su gobierno.
La enseñanza católica establece que somos moralmente culpables únicamente cuando abrazamos sustancialmente el mal o ignoramos deliberadamente su presencia e implicaciones en nuestras vidas, precisó McElroy. La inmoralidad de poseer armas nucleares no se imprime sustancialmente en las acciones de quienes sirven militar o políticamente a sus países. Es un error moral que existe a nivel estatal e internacional.
La enseñanza católica sobre la inmoralidad de la posesión conlleva una profunda obligación moral personal para los tomadores de decisiones y los líderes militares de avanzar rápidamente hacia el fin de las armas y arsenales nucleares.
La decisión del papa Francisco de enseñar que la mera posesión de armas nucleares es moralmente ilegítima constituye un momento decisivo en los esfuerzos de la Iglesia para abordar las cuestiones éticas planteadas por la era nuclear. Esta enseñanza se fundamenta en el imperativo de pasar del estancamiento a la eliminación de las armas nucleares.
El octogésimo aniversario del grave mal moral que representa el uso de armas atómicas contra el pueblo japonés es un testimonio contundente de la urgencia de este imperativo y del inmenso peligro humano que representa para nuestro mundo la continua posesión de armas nucleares, concluyó.