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La torre de Babel

Feligreses de la parroquia St. Mary’s de Landover Hills participan en una reunión de preparación sobre la importancia de predicar el Evangelio. Foto/cortesía St. Mary’s

Célebre es la historia de Génesis 11:1-9. En la niñez, el cuentecito bíblico era fascinante y lleno de intriga. Lección de mucho provecho al considerar el significado de ese pasaje. Se señala en el versículo 4, “Luego dijeron: “Construyamos una ciudad con una torre que llegue hasta el cielo. De ese modo, nos haremos famosos y evitaremos ser dispersados por toda la tierra”. La Palabra de Dios en ese primer libro de la Sagrada Escritura, lo que le interesa es mostrar como la ambición inicial de Adán y Eva, se va ampliando y complicando cada vez más. Se pensó que, siendo famosos, no tendrían que someterse al Creador. Ese sentimiento, aun ahora, es la base de tantas de nuestras ambiciones y avaricias. Mucho más cuando en este momento actual el ser humano le ha dado vueltas al planeta en una nave espacial y ha dejado huellas en la luna. Su ambición es adueñarse del universo. Irónico, ¿no? Le cuesta trabajo disciplinarse a sí mismo, ¡pero ambiciona controlar su entorno!

La ambición es algo saludable y necesario, como motivo motor de la superación personal. Pero, como ya todos han experimentado, cuando se excede a la normalidad, causa grandes tragedias. El pecado de los orígenes es como una atadura que compele al ser humano a buscar su propio interés, sin tomar en cuenta al prójimo, que no es otro que el ‘próximo’, o sea, el que está a tu lado. Cuando se analiza todo el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios, se concluye, (desde la fe, por supuesto), que Cristo Jesús se arropó de nuestra condición humana, precisamente, para transformarla. El Bautismo, según la tradición, ‘borra el pecado original’. La teología actual ya no usa tal expresión. El Bautismo, por obra del Espíritu Santo, capacita al bautizado con la gracia para vencer el pecado. No somos víctimas incapaces de superar la tentación y el arrastre de la maldad. Esta verdad es la base de toda la virtud de la esperanza.

El confiar en Dios es abandonarse en las manos de la Providencia. Y esa confianza es la que nos ha capacitado para tomar decisiones que afectan toda nuestra vida. Cuando decidimos mudarnos de un lugar para otro es siempre una experiencia difícil y de mucho desafío. Mucho más cuando nos decidimos emigrar hacia el Norte. Usualmente llegamos adonde ya vive algún familiar o personas conocidas. Lo primero que se siente es un sentido de ‘desarraigo’. ¡Nos hemos hecho violencia sin darnos cuenta! Arrancados de raíces y trasplantados a un lugar distinto, no familiar, nos causa temor, ansiedad y nos sentimos incómodos durante todo el período de ajuste. Buscamos alivio en algo que nos sea familiar, que nos ayude a vivir con seguridad.

En el caso de los que se mudan al Norte, muchas veces una parroquia católica, es la que ayuda a sostenernos en el proceso de adaptación. ¿Quién se parece a mí? ¿Quién canta mis canciones, mi música, mi oración? Todos son detalles importantes cuando estamos necesitados de apoyo, de ayuda. La comunidad parroquial suele ser una mezcla de varias nacionalidades, con alguna u otra que constituye la mayoría. Aquí, el sacerdote, diácono o religiosa son clave en crear un ambiente de bienvenida, de acogida. En las grandes ciudades del Norte, son las oportunidades de trabajo las que más atraen a nuestra gente. Y así ha sido desde muchos años atrás.

La experiencia que se desea resaltar es la realidad de cómo se van desarrollando comunidades multiculturales y la tensión que normalmente se da entre ellos. Predomina el grupo que más tiempo lleva en la región. En concreto, es todo un juego de ‘poder’. En los grupos hispanoparlantes, se da el fenómeno de una variedad de acentos, diferentes significados para diferentes palabras, y la gran variedad de estilos de comunicación. En una u otra ocasión, alguien hace alardes de hablar mejor el español. De ahí la comparación con la legendaria historia de la Torre de Babel, cuando prevaleció toda una situación de confusión y tensión. El resultado según la historia bíblica fue la de dispersión.

Recuérdese que el ya mencionado desarraigo, es toda una sensación de vaciedad, de no pertenencia. El ser humano necesita y busca seguridad, sentirse a gusto y cómodo en donde decida vivir. No existe peor angustia que la experiencia de soledad, aun rodeado de una multitud. Por eso es por lo que la parroquia como lugar de encuentro, juega un papel importante en todo el proceso de adaptación e integración a una nueva cultura. Una comunidad parroquial consciente de los muchos que vienen buscando ser acogidos y apoyados, planea toda una pastoral enfocada en esa necesidad particular. El pueblo fiel valora el reconocimiento que se hace de sus tradiciones y eventos significativos de su propia cultura.

Humanos al fin, no todos están contentos con la importancia que se les da a esas celebraciones de aquellos que ‘no son de los míos’. ¡De ahí nuestro tema de la Torre de Babel! El convivir con otros de una cultura diferente no siempre es una experiencia feliz. Se da la competencia, la envidia, el enojo y el rechazo, simplemente porque ‘esos no son como yo’.

Al efecto, el Papa León XIV, señaló que la intención para el mes de agosto era, “para que las sociedades en las que la convivencia parece más difícil no sucumban a la tentación del enfrentamiento por motivos étnicos, políticos, religiosos o ideológicos". ¡Amén!



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