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Padre ¿eso es pecado?

Un sacerdote escucha la confesión de una joven Roma el 31 de julio de 2025 durante el Jubileo de la Juventud. Foto/OSV News/Remo Casilli, Reuters

Según el Catecismo de la Iglesia Católica, en el #1849, el pecado se define como, “una falta contra la razón, la verdad, la conciencia recta; es faltar al amor verdadero para con Dios y para con el prójimo, a causa de un apego perverso a ciertos bienes. Hiere la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana”. Es la conciencia, como voz de Dios, la que ayuda a cuestionar el comportamiento del ser humano. Una ‘conciencia recta’ es la que ha sido bien informada y formada, respecto a la doctrina y la moral cristiana. En último caso, es la que determina lo que es aceptable o no, para un fiel seguidor de Cristo Jesús. ¡Es un tema delicado y complicado! Lo que se intenta en este momento, es iluminar un poco al católico practicante que se preocupa por su fidelidad y amor a Dios. Se desea también, disipar tanta confusión que existe respecto a la vivencia de la fe.

Típico y normal en una espiritualidad pre-Vaticano II, era acudir al sacerdote planteando la pregunta, “Padre, ¿eso es pecado?” Con toda honestidad, el sacerdote respondía, asumiendo la autoridad moral que la Iglesia le concedía. La mentalidad tradicional, en aquel entonces, era que los fieles no siempre eran capaces de hacer su propio juicio, respecto a su comportamiento moral. Como ya se sabe, el Concilio Vaticano II, cambió esa mentalidad. En su decreto ‘Dignitatis Humanae’ (1965), se afirma la libertad del ser humano, de tomar sus propias decisiones, de acuerdo con su conciencia recta. La tarea de la Iglesia es educar la conciencia de los fieles para que sean capaces de hacer sus propias decisiones. De discernir el bien del mal, lo que es correcto y lo que no lo es. Hoy por hoy, el esfuerzo en la catequesis es de educar y capacitar al fiel creyente a que sea capaz de manejar su propia vida espiritual. Como la experiencia ha enseñado, el ser humano usualmente trata de esquivar toda situación que le cause ansiedad. De ahí, la inclinación a que otros hagan la decisión por ellos.

Los tiempos cambiantes que se viven actualmente, son tan acelerados que tienden a confundir o a crear una cierta indiferencia, como expresión de frustración. Lo que es innegable es que, esos cambios continuarán su ritmo apresurado, impactando de modo negativo la vida espiritual. El romper las ataduras del pecado, no ocurre apretando un botón, como se hace hoy con el control remoto de la TV. ¡La lucha interna es decidida y decisiva! Superación espiritual es un proyecto de toda la vida. Por eso es tan triste ver a hombres y mujeres que, en una clausura de un retiro, emocionados y eufóricos, declaran una determinación de conversión continua que no prevalece por mucho tiempo. Así es que las Ultreyas y reuniones de grupo similares, son vitales para la perseverancia en esa resolución personal de conversión.

Conocerse a sí mismo, a través de esas experiencias espirituales intensas, son la clave para lograr un crecimiento en el amor a Dios y al prójimo. Conversión, siendo la meta de todo proyecto espiritual, no es ni estable ni estática. Evoluciona día a día, aumentando o decayendo, dependiendo de la determinación y empeño con que el fiel creyente continue sus esfuerzos de crecer en santidad. Mucho influye, por supuesto, todo el ambiente que rodea al ‘recién converso’. El hogar, el matrimonio, la familia, las amistades, el lugar de trabajo, todo afecta el logro o no, de poder perseverar en gracia. Qué maravilla podría ser poner un rótulo en la frente de ese converso que dijera, “Frágil, ¡trátenme con cuidado!” Y es que ajustarse a lo acostumbrado de la vida después de esa experiencia de conversión, no es fácil. Se regresa al mismo ambiente familiar, con todas sus alegrías y conflictos normales. ¡Cuidado con las expectativas que no son realistas! El mundo conocido que se dejó atrás durante los días del retiro no ha cambiado, las personas no han cambiado. No toda la familia y conocidos van a entender lo que el converso ha vivido y desea seguir viviendo.

Se nota pues, que la experiencia de perseverar en el estado de gracia recién adquirido parece ser ‘una misión imposible’. Desde que ocurre el primer fallo, comienza la batalla con las dudas si se puede o no continuar viviendo el compromiso de conversión continua. Claro, lo que Satanás desea es que se pierda la determinación y convicción de que sí, se puede. Durante el retiro, se tuvo la ventaja de vivir un respaldo y unión con los demás ejercitantes, que apoyaban y animaban los esfuerzos personales. Después que concluye la experiencia, lo recomendable es buscar un ‘guía espiritual’, un grupo de apoyo, o sea, un acompañamiento que facilite el compartir y sostenga el esfuerzo de conversión.

Se espera, por supuesto, que ya el converso tenga mayor claridad sobre su vida espiritual y una conciencia capaz de hacer juicios y decisiones sobre su comportamiento. Entonces, no tendría que acudir a su confesor preguntando, “Padre, ¿eso es pecado?”



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