Catholic Standard El Pregonero
Clasificados

¿No puedo… o no quiero?

Una familia hispana comparte un paseo dominical en el área metropolitana. Foto/EFE/José Luis Castillo/archivo

En general, es la manera de ser de cada uno, lo que decide cómo nos relacionamos los unos con los otros. Aparte, por supuesto de la familiaridad y confianza que existe en la relación. Usualmente, los hispanos somos amigables y simpáticos los unos con los otros. (cf. Carta Pastoral ‘Presencia Hispana’, Conferencia de Obispos de USA, 1983). Nos agrada y buscamos estar acompañados. Evidencia clara de esto es la ‘familia extendida’, que es parte de nuestra cultura. Los sobrinos y los primos comúnmente se llevan muy bien. Acá en el Norte, no es raro, que, en un apartamento, vivan los esposos, los hijos, la abuelita y algún sobrino recién llegado que está buscando trabajo. ¿Eso es aceptable? Si lo es o no, no viene al caso. Es parte de la cultura hispana el ayudarnos unos a otros. En los ojos de los anglosajones (los americanos), eso no es recomendable ni aceptable. De hecho, nos escandaliza la costumbre de los americanos, de pedirle a los hijos que se muden, cuando ya llegan a su mayoría de edad. Se recuerda aquí, que cada cultura es distinta, (ni mejor ni peor que otra), simplemente diferente.

Es algo cultural, que usualmente el hispano no esté inclinado a negar ayuda a alguien que la necesite. De ahí, la costumbre de no admitir abiertamente, ‘no quiero’. Se suaviza la dificultad argumentando, “la verdad es que yo quisiera ayudar, pero no puedo”. ¡El no poder es no poder! Y eso es más llevadero y no se cuestiona. Lo que se desea es resaltar ese aspecto ‘noble’ de quienes somos como pueblo. Ahora, también hay que notar cómo el integrarse a otra cultura afecta la manera de ser. Alguien observó que en la experiencia de ‘sobrevivencia’, algunos cambian su modo de ser y adoptan una actitud defensiva. La actitud es mostrar que uno no es tonto, ni va a dejar que otros se aprovechen de nuestra nobleza. Por supuesto, que un posible complejo de inferioridad también afecta mucho el comportamiento.

La influencia de la cultura y mentalidad norteamericana en nuestros países parece ser inevitable, mayormente a través de las películas y programas de TV. Alguien la comparó a un pulpo que extiende sus tentáculos sobre todo Latinoamérica. Esa situación motiva diferentes reacciones. Algunos la resienten, otros la resisten o son críticos de los que se dejan impactar. Pero mayormente se refleja en cuestiones financieras y de negocios. Se tilda de ‘astucia’ a quien muestra la habilidad de ‘controlar y dominar’ a los demás. Son los que no titubean en la relación humana de mostrar su poder en cualquier transacción humana. Esa situación causa mucho conflicto en el matrimonio. Cuando los cónyuges han desarrollado una relación de ‘competencia’, se da el choque de opiniones y pareceres. Los dos quieren tener el poder, y no se logra ni la armonía ni la transacción. ¡Se mueven de crisis en crisis! Por necesidad y conveniencia, se mantienen juntos pero el amor ya no influye en traer tranquilidad y concordia. No siempre éstos están conscientes del ‘juego de poder’ que les está afectando.

En una sociedad como la nuestra donde existe una gran diferencia entre ricos y pobres, se tiende a pensar que desde la pobreza no hay manera de superación. Si solo se pudiese entender que no es el dinero lo que constituye la única fuente de poder. El poder más grande que Dios le concedió al ser humano es su inteligencia o ingenio y su fuerza de voluntad. Lo que falta por supuesto, es capacitar a cada uno que se motive, que se sienta que ‘yo quiero y yo puedo’. A través de la historia, hemos visto ejemplos increíbles de cómo el ser humano ha superado barreras de impedimentos físicos, situaciones trágicas y carencia de recursos, para lograr metas impensables.

Fue el ingenioso Albert Einstein (1879-1955), quien señaló: “Preocúpate más por tu conciencia que por tu reputación, porque tu conciencia es lo que eres, es tu problema. Tu reputación es lo que otros piensan de ti, y lo que piensen los demás es problema de ellos”. De ahí, el proverbio, ‘Eres lo que piensas que eres’. Y que gran sabiduría es dejar que esa idea guie la vida. Bien se sabe que al hispano en general, le preocupa muchísimo como otros lo ven y cómo lo juzgan. Sin darse cuenta, le están dando el poder sobre su vida a los demás. Así es como pierden su autonomía y su capacidad de ser dueños de su propio destino. ¡Estos nunca serán felices! Nada parece traerles satisfacción ni conformidad. El ‘qué dirán’ se convierte en una obsesión.

‘Yo puedo y yo quiero’ es la fórmula ideal que fluye de una fe en Cristo Jesús, quien mató la muerte. Oportuno es el momento de recordar que para eso precisamente es el Bautismo. Es la única alternativa de lograr la eternidad. Por eso, la insistencia, desde el Concilio Vaticano II, es no solo resaltar la dignidad humana, (cf. Dignitatis Humanae; Vaticano II; 7 diciembre, 1965), sino también, todo el potencial que el Creador le concedió al ser humano. “Pues Dios no nos ha dado un espíritu de timidez, sino de poder, de amor y de dominio propio”. (II Timoteo 1:7)



Cuotas:
Print


Secciones
Buscar