Para millones de inmigrantes hispanos en Estados Unidos, el trabajo no solo representa un medio de sustento: es su carta de presentación, su escudo contra la adversidad y su mayor aporte al país que los acoge, aunque muchas veces los rechace.
Cada mañana, antes de que amanezca, miles de ellos ya están en movimiento. Se encomiendan a Dios y salen en sus vehículos rumbo al trabajo, sin importar si tienen papeles o no, impulsados por un mismo anhelo: asegurar un mejor futuro para sus familias.
Es común verlos a cualquier hora del día: llenando tanques en estaciones de gasolina, descargando productos en supermercados, remolcando vehículos averiados, transportando materiales de construcción o llevando suministros eléctricos. En muchos hogares, mujeres hispanas han convertido el trabajo doméstico en una forma digna y honesta de emprendimiento.
La ética del trabajador hispano está marcada por tres pilares: esfuerzo, honradez y amor a la familia. En palabras de Julio L., nicaragüense de 43 años: “Nadie quiere ser inmigrante indocumentado, pero cuando la delincuencia, el desempleo o el hambre te obligan a dejar tu país, los trabajos que ofrece Estados Unidos se convierten en un ‘salvavidas’ para nuestras familias. Yo le pido al presidente que detenga las redadas y renueve el TPS. Este país nos necesita”.
Historias que reflejan una realidad compartida
Soledad D., salvadoreña dedicada a la limpieza de casas, asegura que trabajar nunca debería ser considerado un delito: “Los hispanos no le quitamos el trabajo a nadie. Estamos aquí porque hay oportunidades. Limpiar casas es una forma digna de ganarse la vida y ayudamos a muchas familias estadounidenses que no pueden con todo. No deberían querer deportarnos”.
José G., venezolano que reparte mercadería desde hace dos años, comparte la misma preocupación: “Regresar a mi país no es opción. Ser deportado sería devastador para mi familia. Nosotros no estamos aquí para hacer daño; trabajamos con entusiasmo y nos encomendamos a la Virgen cada día para que nos proteja”.
Redadas, detenciones y demandas
Pero la realidad se torna cada vez más difícil. A pocos días del inicio del Mes de la Herencia Hispana, el gobierno federal reportó más de 2,300 arrestos en Washington DC, como parte de una ofensiva contra el crimen. Entre los detenidos se incluyeron sospechosos de homicidio, presuntos pandilleros y personas con cargos por delitos relacionados con drogas y armas. No obstante, entre los arrestados también hubo cientos de inmigrantes sin antecedentes penales.
La decisión del gobierno de enviar 2,290 efectivos de la Guardia Nacional a la capital sin el consentimiento de sus autoridades locales generó una inmediata respuesta legal. A comienzos de septiembre, el gobierno del Distrito de Columbia presentó una demanda contra la administración del presidente Donald Trump, argumentando una violación a la Constitución y a la ley federal.
TPS en la cuerda floja
El panorama se complica aún más para los beneficiarios del Estatus de Protección Temporal (TPS). El pasado 12 de septiembre, un tribunal federal de apelaciones autorizó al gobierno a poner fin a este programa, afectando a cerca de 430,000 inmigrantes originarios de Cuba, Haití, Nicaragua y Venezuela. Días antes, la Casa Blanca había anunciado el vencimiento del TPS para unos 72,000 hondureños, muchos de los cuales han vivido más de dos décadas en el país.
Según datos del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE), desde enero se han deportado aproximadamente 350,000 personas, muchas de ellas sin antecedentes criminales.
Fuerza laboral hispana, clave para el país
Pese al ambiente de tensión y temor, el aporte de los hispanos a la economía estadounidense es incuestionable. Un informe reciente del Pew Research Center revela que más de 27.5 millones de trabajadores en el país son de origen hispano, y que actualmente la población hispana supera los 65 millones.
Los trabajadores hispanos - ya sea detrás del volante, empujando carretillas en obras de construcción o limpiando hogares ajenos - son parte esencial del motor económico de Estados Unidos. Y aunque enfrentan amenazas constantes, su mensaje es claro: están aquí para trabajar, no para rendirse.