¡Todos nacen llorando, …muchos viven y mueren llorando! Y es que la fragilidad de la condición humana es por naturaleza muy sensible y delicada. Durante los nueve meses, fue ese latido del corazón de la madre que acompañó y le ofreció seguridad al feto en desarrollo. Se dice que el trauma del nacimiento es indescriptible. Consuela grandemente, que de inmediato la criaturita es bien arropada y puesta en el pecho de la mamá. El calor del aliento y el sentir de nuevo el palpitar del corazón trae calma y consuelo. Las palmaditas que se le dan en la espalda al bebé, ayudan a sincronizar el ritmo de los dos corazones. Sí, ¡es todo un misterio! Más todavía, ¡es un milagro! Son muchos los papás que, sobrecogidos por ese milagro, se emocionan hasta el punto de lágrimas.
Posterior al nacimiento, y en lo secreto del corazón, la madre suspira con profunda emoción ante la grandeza de lo que acaba de ocurrir. Y no es para menos. El milagro de lo acontecido en su vientre es algo inefable. ¡Siempre lo será! En ese momento se olvida todo el temor y la inseguridad de los meses de gestación. ¿Nació normal?, parece ser siempre la primera pregunta. El pánico del bebé al encontrarse de momento vulnerable al frío, al hambre, a las incomodidades del vivir, lo lleva al lloriqueo que tanto preocupan al papá y mamá. El miedo de los padres prevalece durante todo el delicado período del desarrollo de la criatura. Las caídas frecuentes en el intento de aprender a caminar son una amenaza para continuar en ese empeño. Es el modo -natural- que el bebé aprende el desafío de vivir.
La consideración ante el milagro de una vida que nace y se desarrolla por su cuenta, es cómo el Creador pensó en todo. Ese miedo que acompaña cada momento del crecimiento de la criatura, es el miedo saludable que seguirá siendo un gran beneficio en toda la vida adulta. En el comportamiento humano, se pueden distinguir varios tipos de miedo. Uno que paraliza e impide al ser humano a actuar y otro que sirve de ayuda y cautela para conservar la vida. O sea, para evitar accidentes y actuar con precaución y prudencia. En la cultura machista que abunda entre nosotros, el miedo se convierte en una cualidad de debilidad indeseable. De ahí el consabido “los hombres no lloran”. El llanto, la tribulación y desafíos que acompañan la vida, son normales para todos los seres humanos. Además de ser saludables, en lograr un equilibrio emocional, se ha aprendido que el llanto reprimido afecta, a la larga, toda la salud mental.
La bravura de una persona afectada por la inseguridad es un gesto que vale mucho ante todo su desarrollo. El miedo tiende a paralizar todo intento de atrevimiento, pero el riesgo de actuar a pesar de ese miedo contribuye poco a poco a la superación personal. Precisamente eso es lo que hace una criaturita en su intento de dar sus primeros pasos. Lo que le favorece es que todavía no tiene capacidad de razonar y darse cuenta de que, si sigue intentando caminar, se va a seguir cayendo. El adulto ya ha aprendido las consecuencias de cualquier riesgo. ¡De ahí, que prefiere no actuar! De ahí también, por supuesto, la cobardía como refugio de su incapacidad. Valiosa y necesaria es la insistencia de unos progenitores en insistir que su criaturita aprenda a no repetir errores.
La timidez es una forma de miedo que lleva a las mismas consecuencias, …al no actuar. En la cultura hispana es el machismo, ya mencionado, que usualmente retrae al hombre de tomar acción, por aquello de no cometer un error que le reste credibilidad a su hombría. En este caso, nótese como en un matrimonio, es la mujer la más atrevida y la que da la cara en momentos de conflicto. Ejemplos concretos serían cuando un hijo/a tiene problemas de conducta en la escuela o con la ley. ¿Quién va a tratar de resolver el problema? ¡No, usualmente no es papi…! Lo triste en todo esto es que este tipo de conducta se establece como norma, y en la gran mayoría de matrimonios hispanos, la esposa es la atrevida, la que asume el riesgo y da la cara. La ironía es que el marido, en su falta de no asumir la responsabilidad, se siente tranquilo. Parece ser que él piensa, “como cabeza de esta familia, yo autorizo a que ella se encargue”.
En la adolescencia, el miedo más común es sobre el desarrollo de la sexualidad. Tanto el nene como la nena viven una etapa de ansiedad, preocupados por los cambios normales de su cuerpo. Más todavía si unos padres no han tenido la delicadeza de explicar ese proceso al joven adolescente. Otro de los miedos que afecta a los jóvenes, es si están actuando de acuerdo con las expectativas que la cultura impone sobre ellos. Los errores abundan y se multiplican, especialmente para los varones, que son educados ‘en la calle’, desde la ignorancia y vulgaridad que predominan sobre el aspecto de su sexualidad.
“Yo no, yo no tengo miedo” es una expresión familiar que usualmente denota inmadurez. Muestra la inhabilidad de aceptar que el miedo es parte normal y saludable de la vida. ¡Con miedo o sin miedo, lo importante es la apertura al crecimiento personal continuo!