Poner fin a la pandemia covid-19 implica mejorar el esfuerzo por vacunar no solo a la mayor cantidad de personas posibles, sino también de persuadir a los escépticos -para que entiendan- la importancia vital de vacunarse para protegerse a sí mismos, a sus seres queridos y al público en general. Convencer a los que no creen en la vacuna –ahora que el Gobierno anunció que abrirá más sitios de vacunación y comprará más vacunas para acelerar el proceso de inmunización– es necesario encontrar la manera de cómo persuadir a los que se niegan a vacunarse. Políticos inescrupulosos, que minimizaron la pesadilla que vivimos, politizaron a la pandemia generando desconfianza y caos: muchas personas que, primero, se rehusaron a usar mascarillas, ahora ponen en tela de juicio la eficacia de la vacuna y tratan de impedir que la gente se vacune, como sucedió en California, donde un grupúsculo de descreídos paralizó por horas la vacunación de miles en un centro de inmunización masivo.
Por lo pronto, hasta que el suministro sea suficiente, queda claro que el Gobierno necesita distribuir las vacunas a las personas y lugares que más lo necesitan. Sin embargo, cada uno de nosotros debemos –paralelamente– encontrar la mejor manera de persuadir a nuestras comunidades a que todos se vacunen. Y nada mejor que el ejemplo, como lo hizo el cardenal Wilton Gregory, quien recibió recientemente las vacunas de Pfizer contra el Covid-19 demostrando –con acciones– que los feligreses no deben sentir temor a inmunizarse para evitar contagiarse con el nuevo coronavirus y, sobre todo, proteger de esa manera a sus familiares y al público en general. Con su acción de recibir las vacunas en el Holy Cross Hospital en Silver Spring, Maryland, sin que se registrase ningún problema de salud, el arzobispo de Washington dio muestras de liderazgo y de su confianza en la medicina, sumándose al ejemplo del papa Francisco y el papa emérito Benedicto XVI, quienes respondieron de manera positiva a la campaña de vacunación con la esperanza de que pronto todos puedan ser inmunizados. No vacunarse es jugar con la salud, con la vida, y compromete la salud de los demás.
Todos estamos conscientes de las restricciones –debido a la pandemia– del gobierno federal y de los gobiernos locales, razón demás de aceptar ser inmunizados para –insistimos– protegernos y proteger a los demás. La responsabilidad de cuidarse –de cuidarnos– implica informarse para desterrar la desconfianza y la desinformación en algunos sectores de nuestras comunidades más vulnerables: los que más sufren el embate de esta mortal pandemia. Entretanto, sigamos desinfectando los ambientes donde alternamos, manteniendo el distanciamiento social y el uso de mascarillas.
Durante un tiempo, la vacuna no será una solución milagrosa porque para vacunar a todos –en solo unos meses– se necesitará de una inmensa capacidad humana y logística que muchos centros de salud del país no cuentan, amén de que tendrán que sortear los obstáculos del “yo primero” y de los que rechazan el uso de mascarillas y las recomendaciones científicas y son más propensos a aceptar rumores y teorías conspirativas. En la tarea de persuadir a que todos confíen en las vacunas no podemos arriesgarnos a perder la confianza del público en la imparcialidad del proceso y de nuestras instituciones porque socavaría la voluntad de seguir las normas.