El saludo en español al pueblo chiclayano de Perú del papa León XIV -desde la Plaza de San Pedro- fue un acto de cercanía, como si estuviera en casa. Ese saludo -Urbi et Orbi- fue un ‘encuentro emocional’ de alguien que habla como nosotros. Al dirigirse a “su amada dióceses de Chiclayo”, el pontífice ‘mostró’ al mundo su corazón latino y la lengua de su querida diócesis. Más que un idioma es un lugar de pertenencia, una identidad espiritual, una memoria compartida. No solo fue un espontáneo gesto cultural, sino también el ‘idioma’ de su fe, un regreso a casa, al pueblo al cual sirvió la mayor parte de su vida, donde mucha gente lloró de alegría por alguien que les habló -una vez más- como si fuera uno de ellos. Lo que hizo León XIV -el día de su elección- lo hizo toda su vida en Chulucanas, Trujillo y Chiclayo donde vivió décadas visitando comunidades a pie o a caballo y celebrando misas en patios con sillas prestadas. Sus feligreses dicen que solía escuchar más de lo que hablaba y cuando hablaba usaba palabras que la gente común entendía -que se condecía con el ejemplo-. Nunca se hizo el importante. En un mundo donde la imagen lo es todo, hablar el lenguaje del pueblo lo dice todo. La fe no se impone, solo se ofrece. El nuevo Papa, con un simple gesto, ha despertado en muchos -que se alejaron de su fe- el deseo de creer, de caminar juntos.
Hay un inocultable orgullo que los peruanos sienten por la elección del nuevo Papa. Un orgullo porque el cardenal Robert Prevost -hoy León XIV- eligió, en su momento, tener la nacionalidad peruana, país donde pasó la mayor parte de su vida caminando en la periferia. En el Perú, donde sus ubicuos problemas parecen interminables, sus ciudadanos suelen decir con cierta ironía que su “aguante” solo se explica porque “Dios debe ser peruano”. A esa resiliencia de mantener viva la esperanza de un Perú como promesa, en un país falto de referentes morales, un Papa con credenciales peruanas es, sin lugar a duda, una inspiración, amén de enfatizar su profundo vínculo con el Perú, donde el jocoso dicho popular “más peruano que la papa” -que expresa un intenso sentido de identidad nacional y arraigo en el país- adquiere hoy -para los peruanos, por qué no- un sentido universal.
El ejemplo empieza siempre por casa. Y en un mundo hambriento de ejemplos, no podemos dejar de mencionar a Francisco, quien en sus primeros meses de pontificado impresionó e inspiró a millones. Su acercamiento a todos sin distingo alguno, su preocupación por los pobres y su humildad hicieron de él un Papa popular, acuñando lo que se llamó el “efecto Francisco”. Efecto anclado en su insistencia a sus obispos a escuchar a la gente, tomando, él mismo la iniciativa de acercarse y confundirse con las multitudes, de visitar a los necesitados y de vivir con modestia. Al seguir los pasos de Jesucristo, Francisco nos mostró -otra vez el ejemplo- la frescura y la fragancia del Evangelio
León XIV es un Papa que trae consigo una trayectoria ética y valiente que escogió su nombre -y se ha interpretado- como un homenaje a León XIII, autor de la encíclica Rerum Novarum, documento fundacional de la Doctrina Social de la Iglesia que reivindica la dignidad del trabajador y aboga por la justicia social. Para los peruanos que lo conocieron en los años noventa, el compromiso del cardenal Prevost no fue de palabras, sino que acompañaba a las comunidades afectadas por la violencia política, defendió a los líderes sociales injustamente perseguidos y respaldo el trabajo de organizaciones de derechos humanos. En el lenguaje del Evangelio, lo pequeño siempre se revela profundo y transformacional. Se puede y podemos hacer cambios dirimentes con gestos sencillos y auténticos -coherencia vital- que hablan con el lenguaje del ejemplo. Imitar el ejemplo de Cristo es caminar con Él. Un regreso a la semilla.