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Esos pequeños gestos

Estudiantes del Sagrado Corazón realizan experimentos en el laboratorio de la su escuela. Foto/archivo

Sobrevivir y triunfar en una sociedad implica, a priori, ser parte de una comunidad, amén de estar orgullosos de nuestros orígenes y valores familiares que nos dan sentido de pertenencia, común denominador que identificamos en todo inmigrante que busca integrarse a una sociedad a través de la participación y la ciudadanía. Esta última confiere el derecho al voto, mejores oportunidades laborales y, sobre todo, educativas que a la larga hace la diferencia. Ser libres implica educarse que, a su vez, asegura la libertad de los demás, amén de ser la mejor manera de asegurar nuestra esperanza y de crear -con el ejemplo- esperanza para los demás. No olvidemos: ¡Las palabras mueven, mas los ejemplos arrastran! Lo aseveran los testimonios de los jóvenes graduados quienes, además de ser un ejemplo para sus pares, dan cuenta del derrotero a seguir sin perder de perspectiva el sentido de sus raíces, vale decir, quiénes son y de dónde vienen. A través de una estrecha conexión con nuestra cultura podremos forjar nuestra propia andadura, sin que el creciente espíritu xenofóbico que enrarece el ambiente sea una excusa para la inacción. Al orgullo de nuestros valores familiares, piedra angular de nuestro desarrollo personal, debemos sumar y recordar las cosas buenas que tenemos y de las que nos sentimos satisfechos. Esa preocupación por la educación tiene su expresión más genuina en la enseñanza a través del ejemplo, a nivel de comunidad de vida y de fe, donde lo que cuenta es el viaje que caminamos juntos en este peregrinaje y donde el regalo que nos daremos unos a otros es el viaje, per se.

“Debemos cultivar nuestro jardín”, frase del “Cándido” de Voltaire, es una respuesta a quien intenta probar una y otra vez que vivimos en el mejor de los mundos posibles, sin importar las calamidades que nos sucedan. De hecho, esa línea es el reconocimiento de que no importa cuánto tratemos de explicar el mundo, nuestro jardín todavía necesita ser cultivado. Cuando pensamos en lo que enfrentan los jóvenes hoy, pensamos también en los padres y maestros, en sus jardines cultivando y plantando las semillas que pronto darán sus frutos. Buenos o malos, eso dependerá de nosotros y del cuidado y la atención que les demos. Para “cultivar” nuestro jardín necesitamos entrega y tiempo cualitativo, porque nada nace por generación espontánea. La parte más difícil es la aprehensión o plena consciencia para cultivar “nuestro jardín”. Cuando caminamos alrededor de él podemos mantener una cierta consideración o contemplación. Mas, ‘inclinarnos’ en el pedregoso suelo de la vida para atender y fertilizar “nuestro jardín” -el espacio donde crecen nuestros jóvenes- requiere de una entrega enteriza, como requiere todo jardín bien cuidado: quitando la mala hierba y regando las plantas que -a menudo- pasan desapercibidos, porque pensamos que hay cosas más importantes que hacer. Esos pequeños gestos son los que marcan la diferencia y de los que germinan los mejores frutos. Un jardín parece una cosa simple, donde las semillas yacen en espera de su fertilización. En la estación indicada, con los primeros estertores de la primavera, los capullos que no habían reventado empiezan a aflorar.

La lección más importante de Cándido proviene del turco -que envía sus frutos para ser vendidos en Constantinopla- quien dice: “Trabaja para mantenerte al margen de los tres grandes males: la indiferencia, el vicio y la debilidad”. En parangón, así como “nuestro jardín” adquiere sustancia, también crece en imaginación, nos exige más atención, levantarnos a la primera luz del día, cuando el aire no está todavía enrarecido por los problemas cotidianos, entonces, nada nos parecerá más importante que el bienestar y la felicidad de nuestros hijos.



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