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¡Un tema insoslayable!

Más de 10.000 personas cruzaron a diario irregularmente la frontera entre México y Estados Unidos en diciembre pasado. Y de enero a noviembre, la oficina de aduanas y protección fronteriza estadounidense confirmó la llegada irregular de más de 2,2 millones de migrantes. La realidad y las cifras son elocuentes: ¡urge una pronta reforma a un anquilosado sistema migratorio! Reconociendo el derecho que le asiste a cada país a controlar sus fronteras, sin condonar la migración indocumentada, se necesita una reforma migratoria realista que aborde el tema de una manera humana, toda vez que un fallido sistema migratorio solo conduce a la explotación, abuso y muerte de los inmigrantes. Nuestros legisladores tienen la oportunidad histórica de reformar de una manera comprensiva el sistema de inmigración que incluya, además, la oportunidad de salir de la ilegalidad a millones de personas para que puedan trabajar como residentes permanentes ya sea en programas de trabajos temporales que, además, permita la reunificación familiar. Cualquier reforma tampoco puede soslayar las causas profundas de la violencia y la pobreza que empujan a tantas personas a emigrar y a poner en riesgo sus propias vidas. 

 

El fenómeno de las migraciones es un fenómeno mundial que se ha agudizado en las últimas décadas como consecuencia de las guerras, los cambios sociales, económicos y climáticos que han incidido grandemente en los flujos migratorios y que han traído también consigo un aumento en los abusos contra los derechos humanos. Es hora de establecer sistemas claros de recolección de datos sobre el fenómeno migratorio porque solo así podremos entenderlo a cabalidad en aras de establecer políticas pragmáticas que la regulen. Muy poco se hace por enfrentar el fenómeno mundial de la movilidad humana y casi nada por analizar sus efectos positivos y sus consecuencias negativas, a pesar de que interactuamos con ella cotidianamente. Está claro el derecho que asiste a las personas que necesitan emigrar para vivir una vida digna que les permita sostener a sus familias. A nadie le es ajeno que la gran mayoría de las personas emigran porque ven un futuro incierto en sus países de origen y que si lo abandonan lo hacen para alejarse de las inseguridades y limitaciones que coaptan su desarrollo.  

La gran mayoría de inmigrantes indocumentados que viven en este país -como lo dijo en su momento el presidente George W. Bush- “son personas decentes que trabajan arduamente, mantienen a sus familias, practican su religión y llevan vidas responsables”, agregando que “cualquier proyecto de reforma migratoria necesita ser integral y deberá tomar en cuenta todos los elementos del problema o ninguno de ellos se resolverá del todo”. Argumentó, además, que “no podemos construir un país unido incitando la cólera de la gente, jugando con sus temores o explotando el tema de la inmigración para sacar ventajas políticas. Nuestros debates y decisiones afectarán vidas reales, y que todo ser humano tiene dignidad y valor sin importar lo que digan sus documentos de ciudadanía”. Mas, si se afirma que existen diferencias entre un indocumentado que cruzó la frontera recientemente y alguien que ha trabajado aquí muchos años y tiene casa y familia se dejará abierta la puerta de la división y la excusa para la intolerancia. 

En nuestra época, definida por la impunidad y el retroceso democrático, una reforma migratoria integral debería ser una opción con la que puedan contar los dirigentes políticos a la hora de afrontar momentos de crisis. Nada se le acerca ni remotamente para favorecer la paz y la reconciliación. Una reforma migratoria bipartidista permitiría demostrar al mundo, consternado por la violencia, que el país sigue liderando, dejando sentado un ejemplo -a imitar- de convivencia democrática.

 

 

 

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