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Vivir es narrar

Walk with Mary, la tradicional procesión mariana es una ‘narracion’ de fe y testimonio vivo de la misión de evangelización y renovación sinodal de la Iglesia, especialmente entre los jóvenes y las familias inmigrantes. Foto/Archivo/Mihoko Owada

Las arterias de nuestra democracia están obstruidas con las toxinas del mal equipamiento de los ciudadanos para realizar las funciones básicas que implica la ciudadanía. Un gran porcentaje de la población no tiene idea de las leyes básicas del país. En una oportunidad, NPR tuiteó secciones de la Declaración de Independencia, muchos se indignaron porque confundieron las palabras de Thomas Jefferson con propaganda anti-Trump. Las noticias falsas son algo real producido por difusores activos de falsedades que usan el término para describir cualquier cosa que no les guste, hábito que han adquirido los mentirosos políticos de todo el mundo. El colapso de la democracia va más allá de los que mienten. Y todos tenemos responsabilidad. Hemos permitido que el sistema educativo se vuelva negligente en la enseñanza cívica. Pruebas al canto. Un inmigrante para naturalizarse tiene que aprobar una prueba simple sobre valores e historia estadounidense y -según un estudio- el 97 por ciento lo aprueban. Sin embargo, uno de cada tres estadounidenses no pasa el examen de ciudadanía de inmigrantes. Las personas insisten en creer lo que quieren creer, viviendo en espacios digitales seguros cerrados a cualquier cosa que se entrometa en su visión del mundo. He allí la vital importancia de la educación cívica.

El movimiento de derechos civiles consiguió resultados no solo porque los activistas marcharon en las calles, sino también porque los educadores ‘marcharon’ en los salones de clases, en la junta de reuniones de los condados, en las escuelas de leyes, en las urnas y en las elecciones. Ergo, tenemos que participar para moldear el gobierno, sus procedimientos, incluyendo cómo, dónde y por qué tal o cual proyecto se planifica, aprueba y construye. Las sociedades requieren de individuos capaces de rebelarse con un rotundo no cuando se trata de preservar la dignidad de las personas y para ello es necesario participación cívica y conocimiento de nuestra historia. David McCulloch solía decir que el conocimiento de la historia da una dimensión distinta a la vida de una persona y que cuando la gente se involucra en la historia, adquiere la capacidad de vivir unas vidas extras, de reincorporar el pasado, pero sobre todo de imaginar con más precisión, con más ilusión, con más optimismo y con más información el futuro.

Vivir es narrar. Cada acción que transforma el mundo se basa en una narrativa. Por eso, el libro “1984” sigue tan fresco como en 1949 -cuando lo escribió Orwell-. La novela cuenta la historia de un hombre que trabaja en el Ministerio de la Verdad falsificando noticias de guerra y promoviendo la adoración del mítico líder Gran Hermano. El retrato de un gobierno que fabrica sus propios hechos, exige obediencia total y demoniza a los enemigos extranjeros sigue disfrutando de una atención renovada. Orwell -cuya lección es atemporal- predijo los programas de vigilancia masiva de los gobiernos y la minería de datos en la era de social media.

Subrayamos que cada nación tiene el derecho de establecer las reglas para la admisión de inmigrantes en su territorio, de controlar sus fronteras y tener una política clara sobre quiénes pueden entrar, vivir, y trabajar aquí. Mas, esa política debería ser humana y generosa, como sucedió en el pasado con aquellos que pudieron venir y empezar una nueva vida aquí con sus familias. Con la excepción de los nativos americanos, ninguno de nosotros -sin excepción- estaría aquí si no hubiera sido por esos generosos programas que ampararon y ayudaron a nuestros padres, abuelos y tatarabuelos a venir aquí. La inmigración ilegal es peligrosa para el país y para los que buscan emigrar. Urge encontrar la manera de permitir a los trabajadores inmigrantes emigrar de manera segura, ordenada y, sobre todo, de una manera humana. Jesús -en el Evangelio- nos llama a “dar la bienvenida a los extranjeros” porque en el rostro de ese extraño vemos el rostro de Cristo.



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