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A ser peregrinos de esperanza, pide obispo Menjívar a familias migrantes

Como pueblo migrante y como Iglesia peregrina de la esperanza no podemos perder la fe, no podemos dejar de orar, no podemos dejar de practicar la caridad y la cercanía con los que sufren, dijo el obispo Evelio Menjivar en el santuario del Sagrado Corazón, a donde acudió el 31 de agosto, para acompañar y orar con las familias inmigrantes. Foto/Mihoko Owada

Al santuario del Sagrado Corazón, un lugar donde nadie es extranjero y que por generaciones ha sido un hogar para personas de diferentes nacionalidades, el obispo Evelio Menjivar acudió, el 31 de agosto, para acompañar y orar con las familias inmigrantes, quienes sufren las consecuencias del endurecimiento de las leyes migratorias que están causando tanto miedo en nuestra comunidad.

En el santuario, los feligreses -con fe y esperanza- proclamaron y cantaron con convicción el salmo que dice: “El Señor, desde su templo santo, a huérfanos y viudas da su auxilio; Él dio a los desvalidos casa, libertad y riqueza a los cautivos. A tu pueblo extenuado diste fuerzas, nos colmaste, Señor, de tus favores, y habitó tu rebaño en esta tierra, que tu amor preparó para los pobres.”

El salmo nos recuerda que nuestro Dios, un Padre que no nos abandona, siempre toma partido por los huérfanos, las viudas, los pobres, los inmigrantes, los que son desechados por la sociedad, subrayó el obispo.

“Él no solo promete ayuda, sino que da casa, consuelo y libertad”.

El santuario del Sagrado Corazón, que siempre ha abierto sus puertas a inmigrantes de todas las naciones sin importar el estatus migratorio, es un signo visible de esa promesa -indicó-. Una casa de oración que es madre para todos y que aboga y defiende los derechos y dignidad de sus hijos.

A propósito de la responsabilidad de la Iglesia de defender la dignidad y los derechos de los pobres y oprimidos, el obispo recordó las palabras de San Óscar Romero, quien dijo: “La Iglesia ha hecho suya la causa de los pobres porque ha comprendido que es la causa misma de Cristo”.

“Para Romero y para nosotros la defensa de los pobres y perseguidos no es política partidista, sino una exigencia del Evangelio”, explicó.

Y así lo indica Jesús en el evangelio: “Cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los cojos y a los ciegos, y serás dichoso, porque no tienen con qué recompensarte; se te recompensará en la resurrección de los justos”.

El obispo Menjivar señaló que eso se llama “opción preferencial por los pobres”, que nos enseña que “la verdadera hospitalidad no consiste en invitar a la mesa solo a quienes puedan devolvernos el favor, sino que en acoger a los que nada pueden devolvernos”.

Es la mesa de la vida misma, donde todos tenemos derecho a una vida con dignidad, precisó.

La mesa del trabajo digno, donde cada persona merece un lugar para sostener a su familia.

La mesa de la unidad familiar, donde nadie debe ser separado de sus seres queridos.

La mesa de la comunidad, donde todos se sientan acogidos sin importar su nacionalidad o estatus migratorio.

La mesa de la creación, donde todos tenemos derecho a disfrutar de lo creado por Dios siempre y cuando seamos diligentes.

Mas, para que el banquete de la vida no se convierta en glotonería, avaricia y rivalidades, donde lo único que importa son las cosas materiales sin importa los demás y la salud espiritual, en esa mesa, como invitado principal, tiene que estar Cristo a quien se nos da como alimento en la Eucaristía.

Advirtió que muchos han descuidado su vida espiritual e incluso su salud por acumular riquezas, volviéndose esclavos del trabajo y de las cosas materiales. Y no hay tiempo para el descanso, para la familia, ni para Dios.

Agregó que, aunque vivamos pruebas dolorosas en esta tierra, somos parte de algo más grande de la Iglesia, de un pueblo que camina con esperanza hacia la patria definitiva.

Por lo tanto, no debemos aislarnos, si nos aislamos nuestro miedo y nuestro sentido de impotencia crece. La fe -en cambio destacó- nos da el sentido de pertenencia y de fortaleza al saber que no caminamos solos.

Por eso, indicó, que -en la medida que sea posible- no dejen de venir a misa, para ser fortalecidos con la oración comunitaria, para escuchar la palabra de Dios y para recibir la Eucaristía, el pan para el camino que da vigor. “Si temen por su seguridad no están obligados a venir, únanse desde casa. Pero si es posible vengan”, acotó.

Como pueblo migrante y como Iglesia peregrina de la esperanza -señaló- no podemos perder la fe, no podemos dejar de orar, no podemos dejar de practicar la caridad y la cercanía con los que sufren.

Es más, subrayó, tenemos la obligación de orar por los que nos rechazan y por los que nos desean el mal. Entretanto, sigamos abriendo nuestro corazón y nuestras comunidades a los que llegan cansados del camino teniendo presente las palabras de Jesús: “Porque tuve hambre y me dieron de comer; tuve sed y me dieron de beber; fui forastero y me dieron alojamiento”.

“Al final de la vida seremos examinados en el amor”, sentenció el obispo Menjivar, alentando a los presentes a seguir compartiendo la mesa grande de Dios -donde todos tienen un lugar- y a seguir caminando como peregrinos de esperanza, con el corazón puesto en Cristo, quien nos asegura: “Bienaventurados los pobres, porque de ustedes es el Reino de los cielos. Bienaventurados serán cuando los hombres los odien, y cuando los excluyan, los injurien y maldigan su nombre por causa del Hijo del Hombre. Alégrense ese día, y salten de felicidad, porque su recompensa será grande en el cielo; pues lo mismo hacían sus antepasados con los profetas.”



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