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Declaración del Cardenal Robert McElroy sobre la muerte del Papa Francisco

Hoy la Iglesia y el mundo han perdido a un verdadero pastor de almas, un faro de esperanza inquebrantable y una voz de verdad penetrante. Desde los primeros momentos de su servicio a la Iglesia universal, el papa Francisco consagró la misericordia de Dios en el corazón de su proclamación del Evangelio de Jesucristo. Al hacerlo, iluminó con nueva profundidad la dimensión pastoral de la misión de la Iglesia, que se basa primero en el abrazo del amor y no en el juicio.

Es este amor abrasador el que llevó al papa Francisco a ser un defensor profético de los pobres y los desposeídos, los no nacidos y los inmigrantes, las víctimas de la guerra y la tierra que es nuestra casa común. Era también este amor el que animaba su tierno cuidado personal por todos aquellos con los que se encontraba personalmente en su sufrimiento -aquellos que veían su vida marcada por el fracaso, los enfermos, los que sufrían adicciones, los encarcelados, los que habían perdido el rumbo de la vida. Fue en estos momentos íntimos de cuidado pastoral que vimos con tanta intensidad el corazón del pastor que había encarnado la misericordia y el amor a los que sufrían en Buenos Aires y se negó a disminuir ese compromiso incluso cuando las restricciones del papado cayeron sobre él.

La visión del papa Francisco de una Iglesia sinodal -pueblo de Dios en camino junto, alimentado por la Palabra y el Sacramento, misionero en su alcance, que incluya a todos y animado por la participación de todos, renovándose constantemente a la luz del Evangelio- es un legado perdurable del papa Francisco en su fidelidad al Concilio Vaticano II y su llamada a predicar el Evangelio en el mundo contemporáneo. Proporciona un fundamento claro para el viaje del pueblo de Dios en los años venideros.

Ayer celebramos la victoria de Cristo sobre la muerte misma, y el fundamento de nuestra convicción de que vivimos en esta tierra en un viaje que conduce a la eternidad y al abrazo amoroso de nuestro Dios. El papa Francisco vivió ese camino predicando el Evangelio y ennobleciendo el mundo en el que vivimos. En medio de nuestra tristeza por esta muerte, damos gracias a Dios por la gracia penetrante que ha traído entre nosotros.

Expresiones de condolencia

El cardenal Wilton Gregory, arzobispo emérito de Washington, dijo al referirse al fallecimiento del Santo Padre: “¡Que el papa Francisco esté con Cristo! Encomendamos su gran alma al Padre Misericordioso de todos nosotros. Su devoto de servicio a la Iglesia de Cristo y al mundo entero es un legado que perdurará por los siglos. Presentó el rostro compasivo de un pastor al ejercer el Oficio Petrino. La gente se sintió cercana a él y, por lo tanto, más cercana a nuestra Iglesia. Que el Señor lo recompense por su ministerio como Pastor a semejanza de Jesús”.

De igual modo, el cardenal Donald Wuel, arzobispo emérito de Washington, señaló que el fallecimiento del papa Francisco es un momento de gran tristeza, pero también de reconocimiento de su enorme impacto en la Iglesia y el mundo gracias a su incesante y amorosa atención pastoral. “El Santo Padre renovó la visión de la Iglesia del discipulado testigo, que ofrecía a todos las bendiciones del Evangelio y el abrazo de la misericordia y el amor de Dios”.

Agregó, que “desde su primera aparición en el balcón de la Basílica de San Pedro, nos retó a todos a ser conscientes de que somos hermanos y hermanas que necesitamos caminar juntos mientras nos esforzamos por honrar a Dios mediante el respeto y el cuidado mutuos y de la tierra que compartimos. Su mensaje siempre fue de inclusión y compasión. Qué apropiado que sus últimas palabras y bendición a la Iglesia y al mundo fueran el Domingo de Pascua, mientras celebramos la Resurrección de nuestro Señor, y ahora podemos orar para que el Papa Francisco entre en el reino de Dios de luz y amor eternos”.

Monseñor Obispo Roy E. Campbell, obispo auxiliar de Washington, manifestó estar profundamente entristecido al conocer el fallecimiento del Santo Padre: “Él sirvió verdaderamente a la Iglesia como Vicario de Cristo, extendiendo la mano a todos los pueblos en todas las circunstancias con amor, compasión y misericordia. Oremos todos por el descanso del alma del papa Francisco y por la Iglesia que tanto amó y sirvió con tanto esmero”.



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