El testimonio de los sobrevivientes de los bombardeos atómicos -los Hibakusha- nos recuerda los peligros de la locura nuclear -y el horror de la guerras- a los que hoy estamos tan ciegos, subrayó el cardenal Robert McElroy en la misa por la paz celebrada, el 9 de agosto, en la catedral de Urakami, 80 años después del bombardeo atómico estadounidense de Nagasaki, Japón.
En su primera visita a Nagasaki, hace tres años, al cardenal McElroy le conmovieron profundamente su visita al Museo de los Veintiséis Mártires, su visita al Museo de la Bomba Atómica de Nagasaki y su visita a la catedral de Urakami.

Su visita al Museo de los Mártires le recordó la profunda fe católica de aquellos que valoraban tanto su fe que estaban dispuestos a dar sus vidas por ella, un testimonio vívido de las antiguas raíces de la Iglesia en Japón y de la continua vitalidad de la comunidad católica de Nagasaki.
Su visita al Museo de la Bomba Atómica le recordó la barbarie de la que somos capaces y, sobre todo, la locura nuclear que amenaza con engullirnos a través de la modernización de armas nucleares existentes y su proliferación entre nuevas naciones.
Mas, su visita a la catedral de Urakami fue la que más impacto tuvo en él, porque representa la esperanza que no olvida ni disminuye las tragedias del pasado, sino que encuentra en ellas capítulos de gracia, amor y coraje.
La reconstrucción de esa catedral y el restablecimiento de una vibrante comunidad de fe son un signo del triunfo de Dios sobre toda forma de sufrimiento humano, la promesa de Dios de acompañarnos siempre, indicó el cardenal.
Las tres visitas -de hace años- del cardenal McElroy apuntan a los cimientos de la verdadera paz en el mundo: el Museo de los Mártires señala la necesidad de una verdadera fe en Dios; el Museo de la Bomba Atómica habla de la necesidad de reconocer las trágicas fallas humanas que producen guerras, inflaman odios e infligen heridas abrasadoras; y la reconstrucción de catedral de Urakami apunta a una esperanza abrumadora que nos guía hacia la paz incluso cuando parece más lejana.
La esencia de esa iglesia local de Nagasaki es un faro para que todos permanezcamos fieles al camino hacia la paz al que el Señor nos llamó en sus primeras palabras después de la Resurrección, subrayó.
“Me llevo conmigo nuevos y penetrantes recuerdos de fe, coraje, compasión y alegría”, acotó.

“The Bells of Nagasaki”
“Las campanas de Nagasaki” es un relato de no ficción que empieza unos días antes del segundo bombardeo atómico, el 9 de agosto de 1945, hasta la Navidad de 1945. Su autor, el Dr. Takashi Nagai, era un radiólogo de 37 años del Hospital Universitario de Medicina de Nagasaki cuando detonó la bomba atómica.
La narración -una descripción diaria justo antes del lanzamiento de la bomba- describe el momento de la detonación -a las 11:02 am-, cuando fueron destruidos instantáneamente los edificios del Hospital Universitario de Medicina de Nagasaki, ubicados a unos 500 metros de la Zona Cero.

El personal médico superviviente comenzó la operación de rescate tras unos minutos de silencio. Nagai resultó gravemente herido en la cabeza, lo que le ocasionó una hemorragia masiva. Luego de una cirugía, en medio del caos, Nagai se sumó a las labores de rescate extremadamente difíciles debido a que muchos miembros del personal médico fallecieron en el bombardeo.
Tres días después del bombardeo, a Nagai regresó a su casa, ubicada a unos cientos de metros de la Zona Cero, donde encontró los huesos de su esposa Midori y su rosario debajo de las ruinas de su cocina.
A la mañana siguiente, partió de nuevo para liderar un equipo de rescate en el norte de la ciudad, donde se abrió una clínica de primeros auxilios para atender a los supervivientes de la bomba atómica.
Mientras trabajaba en la clínica, Nagai comenzó a sangrar de la lesión en la cabeza que casi le ocasiona la muerte. Se recuperó milagrosamente y comenzó a escribir "Las campanas de Nagasaki", basándose en el informe inicial de los esfuerzos del equipo de rescate y en los recuerdos del bombardeo aún frescos en su mente
El libro narra los síntomas agudos de la llamada exposición a la radiación, como el sangrado subcutáneo y la caída del cabello. Estas descripciones de la enfermedad por radiación de la bomba atómica fueron quizá las primeras realizadas por un médico.

Sus observaciones amplias y detalladas incluyen no solo las lesiones corporales, sino también el daño psicológico sufrido por los supervivientes de la bomba atómica. Y es, a partir de esos registros, que el mundo tomó conciencia del sufrimiento humano causado por las bombas atómicas.
Antes del bombardeo atómico, Nagai sirvió como cirujano del ejército en más de 70 batallas en China durante el Incidente de Manchuria de 1933 y la Segunda Guerra Sino-Japonesa de 1937. Esas experiencias en el campo de batalla le proporcionaron el conocimiento para observar objetivamente cada aspecto del bombardeo atómico y para la operación de rescate.
La otra experiencia vital de Nagai fue su diagnóstico de leucemia, que se pensaba que era consecuencia de su exposición ocupacional a los rayos X, por su trabajo diario como radiólogo.
Debido a que su leucemia era crónica, Nagai tuvo la suerte de poder escribir «Las campanas de Nagasaki» y otros libros entre el momento de su diagnóstico y su muerte en 1951, mientras recibía una terapia experimental.
La pasión por escribir libros -durante su leucemia- fue su único medio para ganarse la vida para él y sus dos hijos, Makoto y Kayano, que ya habían perdido a su madre.

Nagai fue el único especialista en radiología y física nuclear entre las 140.000 víctimas del bombardeo atómico de Nagasaki. El mundo tuvo la suerte de contar con un observador científico tan singular para presenciar el uso de armas nucleares en la historia de la humanidad
En "Las campanas de Nagasaki, publicada en 1949, Nagai advirtió sobre la posibilidad de que la energía nuclear cambiara el mundo y alterara los estilos de vida humanos. Escribió: “Dios ocultó en el universo una espada preciosa. Primero, la raza humana captó el aroma de este terrible tesoro. Luego comenzó a buscarlo. Y finalmente lo agarró en sus manos. ¿Qué clase de danza realizará mientras blande esta espada de dos filos?”
Como sobreviviente de la bomba atómica, Nagai reconoció la naturaleza dual de la energía y las armas nucleares; y advirtió que, por un lado, si bien la energía nuclear podía usarse para promover la felicidad humana, por otro, si se usaba incorrectamente, podría conducir a la extinción de la raza humana.
Nagai fue el primer científico en tener esta profunda comprensión de la dualidad de la energía atómica después de experimentar el bombardeo de Nagasaki. En lugar de simplemente criticar a Estados Unidos por usar las bombas, Nagai se centró en un mayor nivel de crítica a las propias armas nucleares.
Su experiencia con el poder destructivo de la bomba atómica, que superó con creces el de las armas convencionales que observó en el campo de batalla, cambió la filosofía de Nagai sobre la guerra y la paz.
El imploró: «Pueblos del mundo, nunca más hagan guerras». También escribió que «el amor al prójimo» era la raíz de la paz. Nagai lamentaba la naturaleza inhumana de las bombas atómicas y de la guerra misma.
Hoy oramos para que un mundo libre de armas nucleares se haga realidad.
Todo el mundo quiere saber sobre la bomba atómica. Nagai estuvo allí y nos cuenta lo que vió, lo que oyó, lo que examinó y lo que sintió al respecto. Lo que escribió fue un trabajo en el lecho de enfermo. “Lo escribí yo mismo, pero cuando lo leo, tiemblo”, escribió Nagai.
Es una experiencia relatada desde la posición de un médico. No hay bocetos in situ, ni fotos de la herida, ni autopsias, ni muestras por lo que no está registrada médicamente. Las víctimas tratadas y los cadáveres eran conocidos -estudiantes o personas del pueblo- y sería imposible tratarlos como un científico frío con un solo deseo de conocimiento. Al final, solo fue un ciudadano entregado a sus emociones.
“Las campanas de Nagasaki”, no es un registro científico ni un informe literario, es una memoria humana: un registro vivo de la horrible tragedia en la historia de la humanidad, algo útil para la posteridad. El propósito del libro fue difundir la situación real sobre la bomba atómica e inspirar a la gente a detestar la guerra y proteger la paz.
La campana de la Catedral de Urakami -origen del título del libro- fue extraída de un ladrillo roto en la Navidad de 1945 y colgada en un campanario temporal. Luego de tres años, se construyó un nuevo campanario desde donde comenzó a sonar en el aire. “Rezo y me esfuerzo para que esta campana de la paz siga sonando Hasta el último día del mundo, escribió Takashi Nagai.