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El corazón de nuestra fe

Una de mis labores favoritas en mis 50 años de sacerdocio ha sido celebrar misa para los escolares de primaria y recuerdo, una en particular, cuando estuve asignado al Santuario del Santísimo Sacramento. Era la última misa del año escolar y tenía 168 billetes de un dólar en el bolsillo. Durante la homilía, saqué los billetes, se los mostré a los alumnos y les dije que se los daría al que cumpliera años ese día o más cerca de ese día. La pequeña Mercy McCarthy cumplía siete años al día siguiente, así que a ella le di el dinero.

“¿Puedes devolverme uno?” le pregunté. No solo dijo que sí, sino que se mostró generosamente dispuesta a devolverme mucho más que eso. 

Pregunté a los alumnos si entendían lo que estaba haciendo y lo que podía significar. Si no recuerdo mal, fue un alumno de quinto grado el que dijo:

“Creo que significa que hay 168 horas en una semana, y Dios pide que le demos una sola a él.”

Eso es lo que pienso ahora aquí, en pleno verano y en vacaciones, sin colegio, con menos actividades y más descanso. Pero veamos, ¿le estamos devolviendo esa hora a Dios en la misa dominical? ¿Qué lugar tiene la Eucaristía en el corazón y la mente de cada uno y en nuestra relación con Dios?

Si pensamos realmente en qué es la Eucaristía —o mejor dicho en quién es la Eucaristía— ¿cómo podemos mantenernos distantes? Cada vez que celebramos la misa, Jesús mismo viene a nosotros y se hace parte de nuestro ser en el don del pan y el vino consagrados.

Hablando honestamente, cuando los sacerdotes nos reunimos a menudo nos hacemos la misma pregunta: ¿Por qué hay tanta gente que no acude a la iglesia los domingos? ¿Por qué, siendo Iglesia, no vemos que la Eucaristía es una parte fundamental de nuestra fe?

Hace poco me sentí muy triste al presidir el funeral de una persona que conocí desde niño, una gran persona y una magnífica esposa y madre. Vi que muchos que recibían la Eucaristía cuando éramos jóvenes no se acercaron a recibirla en esta misa del funeral celebrada tantos años después. Lo digo sin juzgar a nadie, pero me entristece que haya alguien que haya perdido la convicción de algo que para mí es una parte tan esencial de nuestro camino de fe.

Un reciente estudio del Centro de Investigación Aplicada en el Apostolado informó que el 17,5% de los católicos asisten a misa al menos una vez a la semana. Me temo que la cifra podría ser aún más baja después de la pandemia. Los que hemos sido sacerdotes por mucho tiempo nos preocupamos de que este gran don de Jesús —que es el don de sí mismo— no siga siendo tan importante en el futuro como lo fue en los primeros tiempos de nuestro sacerdocio. 

Los obispos de Estados Unidos han emprendido un Avivamiento Eucarístico Nacional que durará tres años con la esperanza de despertar la comprensión y el aprecio del pueblo por la Sagrada Eucaristía. Ya vamos por el segundo año, que está dedicado a fomentar el amor y la dedicación a la Eucaristía a nivel parroquial. 

Creo que reflexionar sobre el verdadero significado de la Eucaristía, sobre qué es y quién es realmente, nos ayudará a comprender mejor su importancia y su influencia. La influencia puede ser tan poderosa que Santo Tomás de Aquino solía emocionarse hasta las lágrimas durante la misa. 

Cuando era párroco en el Santuario del Santísimo Sacramento, tuve una experiencia similar. Un joven sacerdote dominico, que había sido diácono en nuestra iglesia mientras estaba en el seminario, celebraba allí su primera misa. Yo era uno de los concelebrantes y estaba a su lado durante la liturgia. Mientras pronunciaba las palabras de la consagración y elevaba la hostia, vi que una lágrima brotaba de sus ojos. 

Fue una ocasión muy hermosa, y ojalá todos pudiéramos apreciar y entrar así tan profundamente en lo que el Catecismo llama “la fuente y cumbre de la vida cristiana” (CIC 1324). Para aquel nuevo sacerdote, fue —para él personalmente y para todos los hijos de Dios— la celebración suprema del sacerdocio y del amor de Dios de una manera muy apacible y hermosa. 

La Sagrada Eucaristía es la esencia misma de lo que hacemos todos y cada uno de los domingos, por lo que pido a todos que consideremos en serio si estamos asistiendo semanalmente a la Santa Misa. Supongo que la mayoría de los que leen esta columna en El Pregonero son católicos fieles, pero también sé que para muchos el verano no es más que tiempo libre y asisten poco o nada a la iglesia. 

Esto me preocupa bastante porque creo que la Eucaristía es esencial para todos nosotros, pero también por el mensaje que podría enviarse a nuestros jóvenes. Si la misa es importante solo durante el año escolar, temo que una vez egresados de la escuela, no se sientan comprometidos a participar regularmente en la Eucaristía. 

Es lamentable, pero creo que nuestra sociedad ha perdido algo de la reverencia, la santidad, la espiritualidad y el sentido del misterio de Dios. Creo que todos necesitamos reafirmar nuestra fe de que el Señor Jesús está presente para nosotros de un modo especial y con regularidad. Esto lo podemos hacer buscando y encontrando al Señor semanalmente en el misterioso, poderoso y hermoso don de la Eucaristía, que comprende la misa en su totalidad. 

¿Podemos devolverle a Dios en la Eucaristía una hora de las 168 que tenemos a nuestra disposición esta semana? No es más que el 0,6% de las horas que Dios nos da y, sinceramente, a menudo es menos de una hora. Es algo muy pequeño que Dios nos pide, pero es para algo tan grande e importante como experimentar y celebrar la presencia y el amor de Dios.

Y no se trata solo de que le devolvamos algo a Dios. En efecto, nosotros recibimos mucho más de lo que damos. Jesús nos dice que cualquiera que renuncie a algo por su causa lo recibirá cien veces más en la era actual y, más importante aún, la vida eterna en la era venidera (Mateo 19, 29 y Marcos 10, 29-30).

El Señor nos pide que demos algo pequeño para recibir algo grande. Rezo para que todos renovemos nuestra dedicación a Dios y nuestra participación en el don divino de la Sagrada Eucaristía durante el verano y siempre. 

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