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En el matrimonio no hay perdedores

Julio Prendergast y Christina MacDougall sonríen al salir de la parroquia de San Juan Bautista en Wading River, Nueva York, tras su misa de boda el 20 de agosto de 2021. Foto/OSV/Gregory A. Shemitz

¡No, en el matrimonio, o los dos pierden o los dos ganan! Es que el matrimonio no es un juego, es un llamado, una vocación tan santa como todos los llamados de Dios. La actitud de competencia es propia de los deportes, de las olimpiadas, no entre una pareja que se ama. Estos que están enamorados, pasan por todo un proceso de integración. ¡Para eso es el noviazgo precisamente! Es el proceso de conocerse, más allá de la atracción física que les une. Se descubren temperamentos, caracteres, convicciones, principios morales, creencias religiosas, flexibilidad o rigidez en el intercambio personal. Es propio y normal que, en esa experiencia de la relación, se descubra, que, a pesar de la atracción física, son dos caracteres incompatibles. Siempre es un momento doloroso aceptarlo, pero necesario cuando se considera que esto es una decisión para toda la vida. ¡No, no todos son tan maduros y capaces de tomar esa decisión! Lamentablemente reconocerlo, pero, por eso es que el divorcio es tan común hoy en día.

Son muchos los factores que influyen en el proyecto del desarrollo de la personalidad individual en los que están envueltos en la relación. Uno de los más comunes, es el trasfondo familiar de cada uno. Por ejemplo, ¿él o ella, es hijo/a único/a? Estos han vivido una vida de ‘preferencia’ que no les ha retado a doblegar su actitud personal ante las exigencias de los demás hermanos. ¿Vienen de una familia divorciada, compuesta, adoptada? ¿Hubo un papá presente? ¿Cuál fue el ambiente: el campo, la ciudad, un vecindario pobre, de clase media/alta, una barriada? ¿La familia era pobre, adinerada, de un país y cultura diferente? Son múltiples las posibilidades como ya mencionado, y cada uno refleja ese trasfondo familiar. El ser humano es como una esponja que absorbe la realidad del entorno durante todo su desarrollo. Su comportamiento adulto usualmente refleja esa verdad. Mucho más, cuando el intercambio es muy personal y cercano.

Cuando el amor conyugal es profundo y firme, los desacuerdos y choques normales, se viven de día a día, sin crear todo un drama de tragedia e incomprensión. Eso precisamente, es el caso de aquellos que, por su inmadurez, muestran sus limitaciones de carácter y poca tolerancia. En cada experiencia de conflicto que exige apertura y diálogo, es el amor lo que determina el comportamiento. Añádase a todo este escenario, la convicción individual de cada uno de los cónyuges. ¿Se está convencido de que el compromiso sacramental es para siempre? La modernidad actual arroja consecuencias de una mentalidad de oportunismo y conveniencia. Es propiamente, la exaltación del YO, como prioridad. Se ha perdido sutilmente, la convicción de sacrificio y entrega personal. Estos son elementos esenciales para una unión resistente y perdurable. Se ha llegado al colmo de pensar calladamente, “…nada, que, si no me va bien, me divorcio”. ¡Este es un continuo peligro y amenaza! De hecho, los estudiosos del comportamiento humano señalan que la sociedad actual es afectada por la mentalidad de que todo es ‘desechable’. En ese ambiente, el concepto de ‘permanencia’ no es considerado como útil y necesario.

Considerando las muchas amenazas que afectan la estabilidad conyugal, se debe considerar también el factor ‘tradición’. En la cultura hispana, usualmente se le da preferencia al género masculino. ¡Nace un varón, y hacen fiesta! Nace una hembrita y la tildan de ‘chancleta’. La inferencia, por supuesto, es que es útil y se arrastra. Posiblemente, la mayoría no esté consciente de esa conexión, pero precisamente, ese es el problema de una cultura que se inclina al machismo. Algunos que se sientan aludidos por esta aseveración, se pondrán a la defensiva y lo juzgarán como una exageración. Claro, ¡ahí está el detalle! La verdad no siempre es conveniente ni liberadora. Pero la verdad del Evangelio es innegable, (ver Juan 8/31).

Andar siempre con la verdad es un gran reto en el matrimonio, sin embargo, debe de considerarse indispensable para una felicidad auténtica y perdurable.

Otra de las características de la cultura hispana que ayudan a entender por qué la mentira es tan conveniente, es que, desde la pobreza, el sentido de fracaso o desilusión abunda. Nadie desea ser un ‘fracasado’, por eso la actitud de defensiva es una fácil alternativa. Vivir en negación trae una consolación pasajera, pero a la larga, arroja consecuencias negativas. Se afirmó que ‘en el matrimonio no hay perdedores’, pero eso se señaló como una verdad deseable. Es uno de esos ideales que la pareja debería de considerar como parte del proyecto en conjunto. La honestidad y transparencia en la relación son el fundamento sólido desde donde se desarrolla el aprecio y valorización mutua. Con cuanto orgullo una esposa argumenta entre sus amigas, “Yo conozco muy bien a mi marido, …él tendrá muchas faltas, pero siempre me es honesto. Por ese lado estoy tranquila”.

¡Vaya el elogio! Si ese aspecto de la relación conyugal se logra, ya es una bendición. De ahí, que se afirma con mayor empeño, ‘en el matrimonio no hay perdedores, ¡o los dos ganan o los dos pierden!



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