Existe un vínculo esencial entre las virtudes teologales. "La fe es aferrarse a lo que se espera, es la certeza de cosas que no se pueden ver" (Hebreos 11,1) y actúa mediante el amor, dijo San Pablo (Gálatas 5, 6). De esas tres que están en el camino a la santidad, la más grande es el amor. Para estar seguros, Pablo enfatizó: Si nos falta el amor, no somos nada (1 Corintios 13,1-3, véase Gaudete et Exsultate, 56).
La noche antes de que él diera su vida por nosotros en la Cruz, Jesús dijo: "Como el Padre me amó, así también los he amado: permanezcan en mi amor", agregando, "este es mi mandamiento: que se amen unos a otros como yo los he amado" (Juan 15, 9,12; CIC 1823).
El amor es el corazón del Evangelio, y la historia del amor del Señor por nosotros se cuenta a través de las páginas de las Escrituras y de la historia humana. Aún más, lleno de misterio trascendente, "el amor engloba la existencia entera y en todas sus dimensiones, incluido también el tiempo. No podría ser de otra manera, puesto que su promesa apunta a lo definitivo: el amor tiende a la eternidad", explicó el papa Benedicto XVI en su magnífica encíclica sobre el amor, Deus Caritas Est (6).
La idea del amor es el tema de innumerables canciones, historias y películas, y también de nuestros pensamientos diarios. Sin embargo, a pesar de todo este enfoque y la sed de amor a través de los siglos, muchos luchan por encontrarlo o incluso por entender qué es el amor genuino.
La cultura a menudo asocia la pasión con el amor. Pero debemos tener cuidado de no equiparar los meros sentimientos, aunque sean intensos, con el amor porque pueden ser realidades muy diferentes. Como el papa Benedicto entendió: "Los sentimientos van y vienen. Pueden ser una maravillosa chispa inicial, pero no son la totalidad del amor" (Id., 17).
Del mismo modo, el papa Francisco agrega: "El amor no se puede reducir a un sentimiento que va y viene. Tiene que ver ciertamente con nuestra afectividad, pero para abrirla a la persona amada e iniciar un camino, que consiste en salir del aislamiento del propio yo para encaminarse hacia la otra persona, para construir una relación duradera; el amor tiende a la unión con la persona amada" (Lumen Fidei, 27).
Como virtud teologal, el amor es una disposición habitual y firme para tratar de llegar a ser como el Señor en situaciones concretas, amando a Dios y a nuestro prójimo, y dándonos la libertad espiritual de los hijos de Dios (CIC 1803, 1822, 1828). Además, una de las palabras para "amor" en latín es "caritas", de la cual se deriva la palabra "caridad", y así el amor es también el sacrificio de darse a sí mismo libremente, deseoso y buscando el bien del otro (CIC 1766).
San Pablo ofrece una descripción incomparable de la virtud del amor en su primera carta a la Iglesia de Corinto. El amor, dijo, es paciente y amable, se regocija en la verdad, y no es celoso ni jactancioso, arrogante ni rudo, sino que perdura a pesar de todo, lo cree todo y lo soporta todo (1 Corintios 13: 4-8). El papa Francisco expone estas palabras de una manera hermosa en el Capítulo Cuatro de Amoris Laetitia, su exhortación sobre el amor en la familia.
En particular, el amor es una relación, y la plenitud del amor se dirige hacia la unión, hacia la comunión. La plenitud del amor también es fructífera. Por su propia naturaleza, es dinámico y creativo, buscando salir de sí mismo y traer nueva vida. Cada uno de nosotros, de hecho, encuentra nuestro origen en el amor. El amor es también nuestro destino final, y todos los puntos intermedios. Además, es en el amor, y solo en el amor, que el mundo será redimido.
El amor humano entre las personas es algo hermoso, pero cuando nuestro amor humano se combina con el amor divino, es aún más grande. De hecho, esto apunta hacia el orden apropiado del amor: debemos amar a Dios primero (Mateo 22,37-38, CIC 1822), especialmente si queremos amar mejor a los demás. Como confirma San Juan: "Dios es amor: El que permanece en el amor permanece en Dios, y Dios en él" (1 Juan 4,16).
Cuando Dios está incluido, nuestro propio amor se magnifica. Amar a Dios antes que amar a los cónyuges, padres, hijos o vecinos, amarlos con Dios y por medio de Dios, significa que realmente los amamos más, no menos. Significa que el amor perdurará.
Este es el amor por el cual todos fuimos hechos. No podemos llevar vidas estériles y estáticas. De hecho, San Juan Pablo II dijo: "El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente" (Redemptor Hominis, 10).
Lo que el mundo necesita ahora tanto como siempre es el amor. Si se descubre que falta, entonces, como discípulos misioneros amados por Dios, debemos ayudar a llevar ese amor indispensable a la vida de los demás. Por nuestro amor, nosotros satisfacemos los anhelos de las personas de hoy, respondemos a esas preguntas exigentes del corazón. A través del amor, los corazones pueden ser cambiados y traer una nueva vida al mundo.