Quiero ser un buen sacerdote. Quiero ser alguien que escuche, ayude, responda a las necesidades y haga su mayor esfuerzo todos los días para decir que “sí”. Quiero ser alguien que acerque a las personas a Dios y no quiero hacer nunca nada que las aleje.
Pienso que eso es verdad en lo que respecta a mis hermanos sacerdotes, y debería ser también cierto para todos los fieles cristianos. Si la gente va a la iglesia y encuentra una comunidad poco acogedora, que no sonríe, no saluda amigablemente, ni demuestra su amor, es probable que no regresen.
Es importante que recordemos que nuestras acciones dicen mucho sobre nuestras creencias, nuestra fe y nuestro compromiso de amar a Dios y a nuestro prójimo.
Aunque no tengo mal temperamento, a veces me frustro y no muestro la paciencia y la amabilidad que deseo. Eso me preocupa porque sé cuánto amor, cariño, apoyo, compasión, misericordia y perdón buscan las personas en sus sacerdotes. Si no muestro esos sentimientos de afecto, me preocupa ser la razón por la que alguien decida alejarse de la iglesia o no practicar su fe.
Estoy muy consciente de que, como sacerdote, asumo una responsabilidad adicional cuando no soy tan afectuoso como debería. No soy perfecto, como no lo es ninguno de nosotros, pero llevo un alzacuellos y represento el sacerdocio establecido por Jesús. Estoy llamado a ser la alegría, la bondad y el amor de Jesús. Si la gente no ve a Jesús en mí, me preocupo.
Creo que todos los sacerdotes deben hacer su mayor esfuerzo por ser lo más afectuosos posible, muy flexibles y, como usted pudo haber escuchado antes de mí, diga “sí” muy frecuentemente a quienes estén buscando a Dios. Eso podría significar más trabajo, quizás mucho más trabajo, pero es reconfortante. La Iglesia es algunas veces criticada debido a conversaciones o interacciones con sacerdotes, y creo que todos nosotros debemos tratar de ser más pastorales, afectuosos y comprensivos.
Creo que yo he mejorado en ese sentido tras muchos años en el sacerdocio, pero mientras que voy envejeciendo, me convenzo cada día más de que no quiero ser la causa por la que alguien se aleje de la Iglesia o de Dios. Se me rompe el corazón cuando yo u otro sacerdote hace que alguien se sienta rechazado, no apreciado ni amado.
Nosotros los sacerdotes representamos a Dios. Es lo que nos propusimos. La gente quiere ver a Dios en nosotros y a través de nuestras acciones, y ellos deberían ser así. La Iglesia puede fortalecerse o debilitarse según cómo actuemos nosotros como sus representantes.
Creo que todos deberíamos preguntarnos, sacerdotes y laicos, si los demás ven a Jesús en nosotros y cómo se manifiesta. Como seres humanos en un mundo caído, no siempre somos quienes queremos ser o estamos llamados a ser. Esto nos afecta a nosotros y a quienes nos rodean.
Afortunadamente, nosotros fuimos creados por un Dios misericordioso que ama, perdona y nos redime. Nosotros podemos ser instrumentos de redención al ser las personas acogedoras, cariñosas y afectuosas que Dios quiere que seamos.
Que todos nos esforcemos por representar bien a Jesús y por acercar a otros a Dios en vez de alejarlos. Que nuestras decisiones, acciones e interacciones se guíen por ese pensamiento, y que Dios nos ayude a vivir de tal manera que otros vean a Jesús en nosotros.