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‘Todos somos iguales, buscamos las mismas cosas y ser felices’

“Tratar sin respeto a la nueva comunidad inmigrante, que busca ser parte de la Iglesia y la nación, es olvidar nuestra herencia… No podemos olvidar nuestra herencia, si lo hacemos, nos disminuimos tremendamente.”, dice cardenal Wilton Gregory, en una entrevista con El Pregonero y el Catholic Standard. Fotos/Mihoko Owada

Todos estamos buscando las mismas cosas, buscamos, ante todo, ser felices y encontrar lo que es divino dentro de nosotros, afirmó el cardenal Wilton Gregory en un diálogo coloquial con los editores de El Pregonero y el Catholic Standard con ocasión de la celebración de sus bodas de oro sacerdotales.

Como sacerdote, obispo, arzobispo y cardenal una de las cosas que descubrió Wilton Gregory es que todas las personas son iguales, pueden ser racial o económicamente diferentes, pueden provenir de pueblos pequeños o grandes comunidades urbanas, pero hay una similitud que es -realmente- la base de nuestra humanidad.

Cualquiera que sea el acento con el que hablemos, sureño o del norte o cualquier otro acento, somos iguales y eso es lo que ha estado apoyando mi sacerdocio, enfatizó. 

Abundando en mayores explicaciones dijo: “Descubrir que el pueblo de Dios refleja los mismos sueños, esperanzas y temores, es lo que me ha permitido continuar con gozo y esperanza mi sacerdocio. Ninguno de nosotros es perfecto, mas somos un pueblo que comparte la misma herencia de esperanza de vida porque somos hijos de Dios”.

Sobre la crisis migratoria, precisó que cualquiera que entienda la historia de la Iglesia Católica en Estados Unidos sabe que esta iglesia es inmigrante y que se ha construido -desde el primer día- sobre las vidas, la cultura, el idioma y las tradiciones de las comunidades étnicas que nos hacen Iglesia en EEUU.

“Todas las personas son iguales, pueden ser racial o económicamente diferentes, pueden provenir de pueblos pequeños o grandes comunidades urbanas, pero hay una similitud que es -realmente- la base de nuestra humanidad.”

Tratar sin respeto a la nueva comunidad inmigrante, que busca ser parte de la Iglesia y la nación, es olvidar nuestra herencia -recordó-. Las personas en la vida pública que hablan mal de las comunidades migrantes, principalmente de Centro y Suramérica, olvidan a menudo que sus abuelos y bisabuelos vinieron de Irlanda, Polonia, Italia, Alemania, Francia.

Olvidan su propia herencia y las luchas que sus antepasados tuvieron que enfrentar porque no hablaban inglés o porque eran católicos en un ambiente no católico -agregó-. Ellos tienen que recordar eso; y, también, tenemos que recordarles la dignidad que tenían los inmigrantes de ayer que es la misma dignidad que tienen los inmigrantes de hoy.

“No podemos olvidar nuestra herencia, si lo hacemos, nos disminuimos tremendamente”, insistió.

El cardenal Gregory suele insistir en que cada uno de nosotros vea la humanidad de la gente. Y reza para que a pesar de los desafíos que enfrentan las personas de color -el racismo- y nuestra comunidad inmigrante -el rechazo- sean una comunidad próspera. 

Uno de los grandes dones de los jóvenes es que están llenos de esperanza y espera que no pierdan el sentido de que pueden cambiar las cosas -anotó-. Hay desafíos, sin duda, pero también hay triunfos que pueden lograr. 

El mayor desafío que enfrentamos -y esperamos poder responder- es la división en nuestra sociedad y en nuestra iglesia, señaló. Tenemos que sanar el quebrantamiento social, político o eclesial y buscar la manera de llamar a la iglesia, a nuestra nación, a nuestras comunidades a un sentido más profundo de unidad. “Ese es el desafío que enfrentamos hoy.”

“Para ver la humanidad del otro debemos invitar a la gente a considerar cuáles son sus sueños y qué quieren para sus hijos, que es lo mismo que la comunidad inmigrante quiere para sus hijos: seguridad, salud, alimentación y vivienda adecuada, la posibilidad de un futuro mejor. Nadie llega a comprenderse a sí mismo sin mirar en sus propios corazones para ver a qué los invitan sus corazones.”

Sobre sus bodas de oro sacerdotales, el cardenal Wilton Gregory dijo, a guisa de reflexión: “Dios ha sido muy bueno conmigo, me ha permitido seguir sirviendo a la Iglesia como sacerdote durante 50 años; y tengo la bendición de haber tenido la oportunidad, de haber sido apoyado y permitido continuar siendo sacerdote del Señor”.

“Nadie llega a comprenderse a sí mismo sin mirar en sus propios corazones para ver a qué los invitan sus corazones... Rezo para que a pesar de los desafíos que enfrentan las personas de color -el racismo- y nuestra comunidad inmigrante -el rechazo- sean una comunidad próspera.”

Añadió que lo más importante -en sus 50 años de sacerdocio- son las personas que ha encontrado, su exposición a compañeros de clase y amigos blancos que nunca había encontrado y amistades maravillosas que se unieron en esos años de formación y educación. 

En las diversas diócesis en las que sirvió, Gregory pudo encontrar bondad y posibilidad: “Durante 50 años, el Señor me ha dirigido a donde Él quería que estuviera. Y espero haber respondido generosamente y con fe esos años”.

“Aprecio absolutamente a mis sacerdotes, quienes han sido tan buenos, tan acogedores, tan solidarios, tan comprensivos. No siempre estamos de acuerdo, pero el vínculo que me une a los sacerdotes de Washington, donde he encontrado gente absolutamente maravillosa y muy solidaria es un legado precioso.”

Aún le embarga, cuando celebra misa, el mismo sentimiento que tenía el niño Gregory cuando dijo a su maestro de religión John Sweeney: “La misa es Dios y celebraré su gloria cuando sea sacerdote” y que ha honrado en todas las misas que ha celebrado a lo largo de sus 50 años de sacerdocio.

Un sentimiento emocionante para un niño de 13 años -en el contexto de la Eucaristía, trascendiendo el tiempo- “sin importar si la misa se ofreció en el año 650 o en el 2023”.

“Mi oración, mi esperanza, es que nuestros jóvenes no pierdan la esperanza y no digan que todo está perdido. Hay posibilidad de mejora, y esa posibilidad de mejora reside en los propios jóvenes que trabajan por un mundo mejor.”

“Todavía soy el pequeño Gregory. No puedo permitir que los honores que se me presentan o el atuendo formal que me pongo me robe mi humanidad -sentenció-. Sigo siendo Wilton, el sacerdote. No puedo verme como el cardenal Gregory. Tengo que verme como un ser humano con defectos y todo tipo de rasgos que las túnicas cardenalicias no eliminan, así como tampoco pueden eliminar mi relación con mi gente”.

El haber tenido el privilegio de ser el primer el obispo auxiliar afroamericano de Chicago, el primer obispo auxiliar afroamericano de Belleville, el primer cardenal afroamericano de EEUU, dice que se le ha dado como un gran regalo, una gran responsabilidad que es el fruto de mucho trabajo duro, fe e integridad y devoción de las personas que le precedieron.

Se alegró de haber estado al lado del papa Francisco cuando este le dijo: "Oye, tú, ven aquí. Quiero que hagas esto conmigo”. Dijo sentirse realmente, privilegiado. “No es nada que merezca. Es algo que me han dado”.

“Para ver la humanidad del otro debemos invitar a la gente a considerar cuáles son sus sueños y qué quieren para sus hijos, que es lo mismo que la comunidad inmigrante quiere para sus hijos: seguridad, salud, alimentación y vivienda adecuada, la posibilidad de un futuro mejor.”

Describió a su mentor, el cardenal de Chicago, Joseph Bernardine, como una persona que nunca perdió el sentido común, un sacerdote accesible que nunca se tomó -a sí mismo- demasiado en serio. “Era alguien con quien se podía bromear y tener una relación cómoda como para que yo pudiera reírme de él y él pudiera reírse de mí”, indicó.

Joseph Bernardine tenía los pies sobre la tierra y nunca dejó que su cargo, los títulos y sus posiciones lo separaran de su gente, más bien los usó para acercar a su pueblo a él.

El cardenal Gregory creció en el sur de Chicago en un ambiente de un rápido cambio racial y, gracias a ello, se le invitó a ser transferido del sistema de las escuelas públicas a la escuela católica de San Cartago, lo que le inspiró a abrazar el sacerdocio, amén de haber tenido “los ejemplos maravillosos” del párroco John Hayes y la hermana religiosa Marie Philip Doyle, directora de san Cartago, quienes dieron la bienvenida a estudiantes afroamericanos. 

“No todas las escuelas tuvieron ese tipo de bienvenida -explicó-. Mis hermanas y yo fuimos afortunados de que San Cartago, escuela en la que nos inscribimos en el otoño de 1958, diera esa bienvenida.”

“Veníamos de un hogar con una madre soltera y una abuela, ambas maravillosas, que siempre nos pedían y exigían que soñáramos en grande -recordó-. Y en ese ambiente, con la gente de la parroquia y el aliento en casa, es que decidí que debería ser un sacerdote sin saber lo que era un sacerdote, excepto que conocía a esos sacerdotes.”

 “Todavía soy el pequeño Gregory. No puedo permitir que los honores que se me presentan o el atuendo formal que me pongo me robe mi humanidad.”

La decisión del niño Wilton fue querer ser como ellos y, en cierto sentido, confiesa, todavía quiere ser como ellos. “Así que soy un trabajo en progreso”, acotó sonriente.

Wilton creció -a mediados de los años cincuenta- en un momento crucial del movimiento de los Derechos Civiles en Estados Unidos. Tenía ocho años cuando su abuela le llevó al velorio de Emmett Till, un niño afroamericano de Chicago que había sido asesinado en Mississippi. Un momento desconcertante para la comunidad afroamericana de Chicago. 

De ese entonces, tiene el sentido de esperanza y determinación que engendró el movimiento de Derechos Civiles. Gregory, también, creció en la era de los asesinatos políticos: era un estudiante de tercer año de secundaria cuando -en una clase de álgebra- se hizo el anuncio a través de megáfonos de que el presidente John Kennedy había recibido un disparo. 

En sus últimos años de seminarista fueron asesinados el Dr. Martin Luther King y Bobby Kennedy; la guerra de Vietnam estaba en ciernes y muchos problemas sociales se desencadenaban en la arena pública. Todo eso formó su carácter -así como el de su generación- y el movimiento por la paz pasó a ser parte de su mundo mientras crecía.

“Esos momentos de tragedia, que nos entristecieron profundamente, no rompieron nuestro espíritu -agregó-. Lección que espero sea capturada por los jóvenes en el mundo de hoy, que está tan dividido en el ámbito político y, desafortunadamente, las divisiones dentro de nuestra iglesia también están muy presentes en la arena pública. Mi oración, mi esperanza, es que nuestros jóvenes no pierdan la esperanza y no digan que todo está perdido.” 

“El mayor desafío que enfrentamos -y esperamos poder responder- es la división en nuestra sociedad y en nuestra iglesia.”

Hay posibilidad de mejora, y esa posibilidad de mejora reside en los propios jóvenes que trabajan por un mundo mejor, señaló.

Añadió que la pandemia, que hemos enfrentado con esperanza, nos ha cambiado en muchos niveles, nuestras situaciones de trabajo son diferentes y seremos diferentes. El viaje es diferente y seguirá siendo diferente.

Dependemos de la ciencia, sin embargo, no podemos dejar que la ciencia impulse nuestra visión moral -subrayó-. Tenemos que usarla, respetarla, entenderla, pero también darnos cuenta de sus límites.

De otro lado, al referirse a la crisis de abuso sexual, dijo que como sacerdote recién ordenado nunca olvidó que los padres le confiaron su mayor tesoro, que eran sus hijos, y confiaron en que él cuidaría y trataría a sus hijos con respeto y amor. Y ese es el afecto que tiene por los niños.

Indicó que su mejor tiempo como obispo lo pasó con los jóvenes y, en segunda instancia, con sus padres. “Habiendo tenido esa experiencia -de trabajar con los jóvenes y de tener la confianza de sus padres- estaba absolutamente enfurecido al enterarme que sacerdotes habían violado la confianza que los padres habían depositado en ellos.” 

“Todavía tengo ese sentimiento de ira dentro de mí, porque esa maravillosa confianza que significaba tanto para mí fue violada por algunos de mis compañeros sacerdotes, clérigos y religiosos -explicó-. La atmósfera de los sacerdotes y fieles ha cambiado tanto que va a ser difícil y tomará mucho tiempo para que las personas -una vez más- tengan la confianza de confiar en que sus pastores amarán, protegerán y cuidarán a sus hijos.”

“Los jóvenes son la joya en la vida de sus padres. Y si los padres te dan la confianza cuida esa joya, no la destruyas, no le hagas daño”, acotó.



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