Estimado obispo:
Gracias por ser una voz tan incansable en defensa de la dignidad y el bienestar de los migrantes y refugiados en este país, y de sus familias, quienes están siendo aterrorizados y sus derechos humanos pisoteados. Como estadounidense de nacimiento, me avergüenzo de lo que está haciendo nuestro gobierno. Sepan que muchos estadounidenses los apoyan en la defensa de lo que es correcto y bueno.
He leído y escuchado palabras similares de mucha gente, y me alegra ver que mis hermanos obispos, quienes también han expresado su descontento, y yo, no estamos solos. Me he manifestado a menudo sobre esta crisis de humanidad en los últimos meses porque no puedo permanecer callado, y me alegraré el día en que se restablezca el respeto y la decencia humana en este país y podamos centrarnos en otras cosas.
ESTE MES, me gustaría hablar sobre lo que está sucediendo con los migrantes y refugiados en el contexto de la fundación de esta nación el 4 de julio de 1776 y su historia posterior. Mucha gente se sabe de memoria el párrafo de la Declaración de la Independencia que dice:
“Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”. (Nota: La “búsqueda de la felicidad” no significa placer materialista o hedonista, sino felicidad en el mismo sentido de las Bienaventuranzas; es decir, se refiere al derecho a buscar el bien y la virtud).
Sin embargo, menos personas conocen lo que sigue en la Declaración: la lista de agravios citados por los Fundadores como motivos específicos para la separación de Inglaterra, su madre patria. Al revisar esta lista de agravios infligidos por el Rey, este pasaje salta a la vista.
“Él se ha esforzado por impedir la población de estos Estados; para ello, ha obstruido las Leyes de Naturalización de Extranjeros (y) se ha negado a aprobar otras para fomentar su migración hacia acá”.
Eso es correcto. Desde la fundación de Estados Unidos, este país fue pro-inmigración; y una de las principales quejas de los Fundadores fue que el Gobierno inglés prohibía a las colonias aprobar leyes que promovieran la migración y la naturalización de personas de países distintos de Inglaterra.
EN SU POPULAR FOLLETO Sentido Común (1776), lo cual contribuyó a ganar el apoyo público a la causa de la Independencia, Thomas Paine recuerda cómo personas de toda Europa, no solo de Inglaterra, huyeron de la persecución y la opresión en sus países de origen para llegar a América, hasta el punto de que las personas de ascendencia inglesa eran la minoría en algunas regiones, y las recibió a todas con amistad. Y al crear un nuevo país -dijo Paine con entusiasmo- estaban preparando “un asilo para la humanidad”. El general George Washington estuvo de acuerdo, declarando al final de la Guerra de la Independencia que una de las razones de la fundación de Estados Unidos era crear un asilo para los pobres y oprimidos de todas las naciones y religiones. Thomas Jefferson, el principal autor de la Declaración, dio la bienvenida a todos aquellos que se establecieran entre los estados, independientemente de su nación o religión.
En realidad, muchos soldados que lucharon y perdieron la vida por la independencia eran inmigrantes de Irlanda, Alemania, Francia, Polonia y otros lugares, incluyendo al famoso Marqués de Lafayette y al Barón von Steuben. Casi el diez por ciento de los miembros del primer Congreso eran extranjeros, y más del 30% de la población estadounidense, según el censo de 1790, tenía sus orígenes en países distintos a Gran Bretaña.
Los inmigrantes también desempeñaron un papel importante en la Guerra Civil, y los recién llegados de todo el mundo contribuyeron a la construcción de este país desde el día de la Independencia. Además, organizaciones como los Caballeros de Colón se formaron, en parte, para demostrar el patriotismo de los inmigrantes y su profundo amor por Estados Unidos. Desde antes de 1776, uno de los valores que los inmigrantes han traído –y siguen trayendo a esta nación– es la esperanza y el deseo de trabajar duro, de ganarse la vida, pero también de contribuir a mejorar la sociedad a través de nuestras propias contribuciones.
ES PERTURBADOR ENTONCES que nuestros líderes nacionales intenten traicionar la Revolución Americana y la herencia de esta nación y en su lugar desempeñen el papel de un rey opresor con políticas y prácticas crueles destinadas a aterrorizar a los migrantes y refugiados en este país.
Una vez más, no son solo los indocumentados que cruzaron la frontera sin autorización legal o los criminales violentos los que están siendo abordados por la fuerza por hombres armados y enmascarados anónimos que dicen ser agentes federales en las calles, en los juzgados y en sus casas, a veces delante de sus hijos llenos de pánico, sino también las personas que poseen visas y residentes permanentes que cumplen la ley y que están empleados.
Esas son las personas que viven en nuestros vecindarios. Ahora, como se podía anticipar, hay reportes de que el Gobierno federal está explorando la revocación de la ciudadanía por naturalización para algunas personas, e incluso hay llamados a expulsar y desterrar a los estadounidenses nativos que se consideran indeseables.
¿Cuánta miseria más habrá que soportar antes de que todo se termine? No lo sé, pero sí sé que llegará el momento en que salgamos de estas sombras y tengamos un nuevo amanecer adonde haya respeto por los derechos y la dignidad humana. Ese momento podría llegar más temprano que tarde si los agentes federales se rehúsan a seguir siendo cómplices.
MIENTRAS TANTO, al mirar hacia el próximo año, cuando celebraremos el 250 aniversario del nacimiento de Estados Unidos, debemos insistir en la fidelidad a los verdaderos valores más altos de esta nación, que valoran a los migrantes y refugiados, en oposición a la perversión de esos principios que vergonzosamente se lleva a cabo cada día.
La grandeza de esta nación no se habría logrado, ni se podría lograr, sin los inmigrantes. Y, especialmente si somos católicos, unámonos para dar voz y hacer realidad las palabras de nuestra canción patriótica: "¡América! ¡América! ¡Dios derramó su gracia sobre ti y coronó tu bien con hermandad de costa a costa!".