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El inmigrante y el duelo por la muerte de un ser querido

Un empleado de una funeraria en el Aeropuerto Internacional La Aurora en la Ciudad de Guatemala abre el ataúd de Juan Wilmer Tulul Tepaz, de 14 años, para entregarlo a su familia el 16 de julio de 2022. El cuerpo del adolescente fue repatriado a su país de origen después de que él y otros 52 migrantes murieron el 27 de junio por asfixia mientras eran contrabandeados en un semirremolque en San Antonio. Foto CNS/Luis Echeverría, Reuters

En las comunidades que acompaño, veo como muchos inmigrantes indocumentados sufren cuando pierden a sus seres queridos que están en sus países de origen a quienes no han visto personalmente en 10, 15 ó 20 años. La Iglesia es el lugar donde estos hermanos y hermanas deberían encontrar el apoyo y el acompañamiento para asumir estas tragedias, experimentando el amor de Dios en comunidad. Como agente pastoral siento la gran necesidad de profundizar sobre esta situación para saber ofrecer una ayuda efectiva y afectiva.

El artículo “Immigrants Coping with Transnational Deaths and Bereavement: The Influence of Migratory Loss and Anticipatory Grief”, de Olena Nesteruk (Family process 57, no. 4; 2018: 1012–1028), plantea dos excelentes preguntas: ¿Cómo hacen frente los inmigrantes a las muertes transnacionales y a los duelos por estas pérdidas en sus países de origen, mientras viven en su país adoptivo? ¿Cuál es el impacto de la experiencia de los inmigrantes con la pérdida migratoria, el duelo más temprano y en la forma en que lloran más tarde en la vida? Este artículo analiza, a través de entrevistas a personas inmigrantes mayores y de mediana edad, la experiencia de duelos transnacionales, el impacto de las pérdidas y su incidencia en la vida bien sea creando resiliencia o bloqueo.    

El inmigrante en su proceso de movilización experimenta pérdidas a las que debe hacer frente. Duelos que van desde lo más sencillo, dejar algún bien material, hasta la sensación de desarraigo, de sentirse sin familia. Emocionalmente, el inmigrante vive cortes drásticos. Culturalmente, se ve lanzado a un mundo totalmente diverso, al cual deberá amoldarse violentamente para lograr los objetivos que le han impulsado a tal movilización. Todo esto representa muerte. El inmigrante debe morir y dar paso a una vida nueva. Del modo como asuman estos procesos saldrá integrado, fortalecido, resucitado, destruido, desintegrado o sin identidad, como dice la india María: “Ni de aquí, ni de allá”. 

Nesteruk plantea dos tipos de pérdidas: la pérdida física (tangible) de seres queridos o posesiones personales; y la pérdida simbólica (pérdida abstracta) de estatus, rol social, identidad, lengua materna, la patria, siendo estas poco reconocidas por la sociedad (pág. 1015).  Me interesa compartir en este artículo los duelos por muerte física de un ser querido, porque es una situación que enfrentan con bastante frecuencia los inmigrantes hispanos y con más intensidad los que no poseen un status migratorio y se ven impedidos de viajar a su país de origen. 

La muerte de un familiar es una de las situaciones más dolorosas y traumáticas que debe enfrentar un ser humano y si le agregamos el factor distancia las cosas se complican mucho más. Con el agravante, además, de no poder viajar, aunque sea para darle el último adiós, por la inexistencia de un documento legal. Los dolores son compartidos: el que está fuera por no poder ver al difunto y la familia, que se quedó allá, se siente privada del acompañamiento del que salió hace muchos años con la ilusión de volver y reunirse de nuevo, abrazarse, y disfrutar la cercanía. 

Para profundizar las dos preguntas que plantea Nesteruk, y que son también las mismas que me han animado a reflexionar sobre este tema, considero iluminativo el capítulo 11 del evangelista San Juan, el cual iré retomando a lo largo de mi reflexión. 

“Dijo Marta a Jesús, Señor, si hubieses estado aquí, no hubiera muerto mi hermano”. Esta expresión curiosamente la encontramos dos veces (Biblia Católica Latinoamericana vv. 21; 32). ¿Y por qué estos versículos? Precisamente porque esta es la expresión de muchos inmigrantes que experimentan la muerte de sus seres queridos a quienes dejaron allá en la lejanía geográfica y muchas veces también emocional. Expresiones comunes: quizá si hubiera estado allá las cosas hubiesen sido diferentes, si hubiese cuidado más de mi padre o madre no hubieran muerto, o si les hubiese enviado más remesas. Es un mismo reclamo, en un doble sentido. El que piensa, si no lo hubiera dejado; y el que reclama, porque te fuiste. Los que viven el duelo se llenan de sentimientos de culpa, como si llevaran una piedra en la espalda; no estuve, no hice lo suficiente, si yo hubiera estado. 

Julia Calle una mujer de origen ecuatoriana lleva 23 años viviendo en este país. Perdió a su papá y a su hermana mayor. Por su estado migratorio no ha podido regresar a su país; cuenta: “Es una angustia grande el no estar allá, una impotencia emocional de tristeza que nadie lo entiende. Uno no puede aceptar que nos deje un ser querido, ¡tenía la esperanza de volverle a ver para abrazarle y compartir mucho con él.  Hoy estoy mejor, aceptando esta situación, tratando de entender que Dios nos da día a día la fortaleza y sabiduría para seguir adelante”. Este testimonio es un vivo reflejo de lo que se vive al enfrentarse a estos duelos.

¿Qué sucede en quien recibe la noticia, repentina o ya anunciada de una muerte?

Comunicar la noticia es dura para quien la da y para quien la recibe: “Las dos hermanas mandaron a decir a Jesús: Señor, el que tú amas está enfermo” (v.3).  El texto dice que Jesús amaba mucho a Lázaro, sin embargo, no salió inmediatamente, porque esta situación para Jesús tiene una razón y por eso expresa: “Esta enfermedad no terminará en muerte, sino que es para gloria de Dios, y el Hijo del Hombre será glorificado por ella” (v.4), he aquí un propósito.

¿Qué impacto causa la noticia? Veamos algunas situaciones que pueden surgir. Si bien es cierto, lo que se apunta es normal en todo duelo y la superación implica un proceso; en el caso del inmigrante esto sucederá con mayor intensidad y duración: 

  • Dolor emocional, sentimientos de tristeza, o depresión.
  • Fase de negación prolongada hacia sí mismo y al entorno. El reclamo a sí mismo de que los años acá, los sacrificios hechos no sirvieron. ¿Qué de bueno se ha logrado si hoy se vive tal tragedia? Un ser querido que se muere.
  • Experimentan culpabilidad por su alejamiento físico y emocional, no estar allá. Si no me hubiese ido. Tiempo sacrificado fuera. Me perdí de compartir. 
  • Dificultad para procesar, no palpar que ya no está. 
  • Enfado o ira. No haber podido evitar, enojo con Dios, con las estructuras injustas, gobierno, leyes.
  • Sentimientos de incertidumbre y frustración por no poder despedirse o estar presente en el funeral. 

Manuel Matute un hombre ecuatoriano perdió a su madre 4 años después de llegar a Estados Unidos. Manuel tenía 19 años y dice: “Lo más triste es que cuando uno no puede ver a la persona que muere, no cree que esté muerta. Son 18 años y ya tengo papeles y las veces que he ido al Ecuador, todavía tengo la sensación de que mamá está viva, el subconsciente me hace que vaya a la casa donde vivía mi mamá; es como que si llegara allí fuera a encontrarla. Lo último que tengo en la memoria, desde la última vez que la vi hace 22 años, cuando regreso es como si le fuera a encontrar en el mismo lugar donde se quedó. Si no podemos ver a las personas que se entierran, aunque sepamos que ya las enterraron, hay un algo que no nos deja creer que es verdad que están muertas. Entonces es triste, es feo, no puedo explicar exactamente el sentimiento porque es tristeza, rabia, coraje, porque no puede usted viajar, como una decepción, arrepentimiento, todos los sentimientos al mismo tiempo. Es como si usted se echara la culpa de que, por estar lejos y no tener la posibilidad de viajar, usted no pudo estar con la persona que acaba de fallecer. Es algo triste, pero ¡que se puede hacer! Así es la vida”.

El testimonio de Manuel evidencia todo lo descrito anteriormente. Algunos especialistas llaman a estas pérdidas a la distancia “duelo vacío”, alguien perdido, desaparecido. Las personas no pueden creer, no vieron el proceso, enfermedad, muerte. Se quedan en la negación, no asimilan, no pasan a la otra etapa. Cuando tienen la oportunidad de regresar a sus países, pueden activar el duelo, y resolverlo, de no ser así, viven anclados en el imaginario, se quedan encapsulados y se desatoran cuando alguien que está cerca se muere, sacando todo ese dolor, haciendo la transferencia de lo que llevan dentro.

Marta y María no son ajenas a estas actitudes, también ellas están haciendo el duelo y en él, hay reclamo, no aceptación, dolor, tristeza, desesperanza; esto ya no tiene solución. Por eso, ante el mandato de Jesús de retirar la piedra, la expresión es: “Señor, ya tiene mal olor, pues lleva cuatro días”. (v. 39)

¿Qué consecuencias puede generar estas situaciones de muerte?

Algunas actitudes que denotan la presencia de un duelo no resuelto pueden ser:

  • Las adicciones: al trabajo, al alcohol, a las drogas, a las redes sociales, al juego, a la comida; esto como una estrategia para para evadir la realidad que se presenta cruda y dolorosa.
  • Aparición de patologías: depresión, hipersensibilidad.
  • Somatización, aparecen una serie de enfermedades.
  • Desgarre total que los desestabiliza. Para compensar y poder hacer el duelo, tratan de hacer una promesa o juramento de estar cerca de la familia. Es común, por tanto, ver que hacen todos sus esfuerzos para traerse a su familiar especialmente la mamá. Cuando no hay forma de compensar el vacío, aprenden a vivir con eso.

Una pastoral de acompañamiento

Volviendo al texto de San Juan 11, la actitud de Jesús es una sintonía total con el que sufre, de conmoción hasta las entrañas. Como en el pasaje de los caminantes de Emaús, se involucra a tal punto que siente con el que sufre. “Al ver Jesús el llanto de María y de todos los judíos que estaban con ella, su espíritu se conmovió profundamente y se turbó. Y preguntó: ¿Dónde lo han puesto? Le contestaron: Señor, ven a ver. Y Jesús lloró”. (vv. 34-35).

Desde la pastoral pueden implementarse algunas estrategias que si bien es cierto no son mágicas, pueden llevar a experimentar la cercanía de una comunidad que sostiene y acompaña. Sin duda, estos acontecimientos marcan la vida de fe de una persona fortaleciéndola o debilitándola.  

  • Llorar y orar con ellos como lo hizo Jesús, con una palabra de esperanza inspirada desde la misma Palabra de Dios. “Jesús le respondió: '¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?' Y quitaron la piedra. Jesús levantó los ojos al cielo y exclamó: 'Te doy gracias, Padre, porque me has escuchado’”. (vv. 40-41).
  • Permitirles que hablen de ellos, posibilitar diálogos. “Y preguntó: ¿Dónde lo han puesto? Le contestaron: Señor, ven a ver”. (vv. 33-34).
  • Dejarse abrazar, sentirse acompañado. Compartir anécdotas del difunto. “…y muchos judíos habían ido a la casa de Marta y de María para consolarlas por la muerte de su hermano”. (v. 19)
  • Sugerir algún tipo de plegaria comunitaria o familiar, si ellos no lo piden, realizando algún tipo de ritual: Funeral simbólico, donde lleven fotos, velas, flores y puedan expresar sus sentimientos. Aprovechando las redes sociales, posibilitar la conexión con la familia a través de la transmisión del evento, esto ayuda a procesar el duelo. 
  • Algún altarcito en la casa si la oración se hace allí, también ayuda. Comunicarles la Buena Noticia de Jesús: “Le dijo Jesús: 'Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá. El que vive, el que cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?” (vv. 25-26). 
  • El acompañamiento es muy importante y necesario, no basta una ayuda de bombero. Se deberá continuar visitando y animando a quien está viviendo esta pérdida y en casos excepcionales cuando la situación sobrepasa, se requerirá la búsqueda de ayuda profesional. 
  • Los medios tecnológicos de la comunicación (correo electrónico, Facebook, Skype, Facetime, WhatsApp, etc.) aminoran el dolor por la muerte de algún familiar.  Permiten mantenerse en contacto psicológicamente y estar presentes virtualmente en los momentos de crisis como la enfermedad o la muerte. Pero ellos no igualan ni sustituyen el contacto cara a cara, el intercambio de un abrazo reconfortante, la certeza de sentirse cerca. “Después Marta fue a llamar a su hermana María y le dijo al oído: El Maestro está aquí y te llama. Apenas lo oyó, María se levantó rápidamente y fue a donde él.” (vv. 28-29). La presencialidad es esencial.

Siempre he considerado valioso y esencial en la acción pastoral el servicio de la escucha, pero después de esta reflexión constato la necesidad de focalizar mi atención es este aspecto del acompañamiento a quien vive esta experiencia. Es más, siento un fuerte llamado a crear en las parroquias donde ejerzo la misión, un equipo de apoyo y acompañamiento para salir al encuentro de los hermanos y hermanas que han experimentado pérdidas por muerte de familiares cercanos.

Me gustaría saber acerca del tipo de tratamiento que dan a esta situación en tu parroquia. ¿Consideran que es importante atender a esta necesidad de acompañamiento en los duelos por muerte?

 

  • La Hna. Gloria Elena Saldarriaga pertenece al Instituto de las Religiosas Oblatas al Divino Amor y desarrolla su apostolado como asistente pastoral en dos comunidades hispanas en las parroquias San Francisco de Asís en Middletown y Santa María de la Visitación en Clinton, C.T. 


 

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