Cuando escribimos solemos tener presente el precepto de la claridad con la primordial idea de que si se es breve el texto es doblemente bueno. Las ideas claras y concisas no necesitan de mayores explicaciones, van al punto. A diferencia de las palabras que se ‘extienden’ en el tiempo y que contrastan con los ejemplos que marcan la inmediatez y, sobre todo, la importancia de lo que hay que hacer sin mayores ambages y elucubraciones. En breve: las palabras mueven, pero los ejemplos arrastran. Los ejemplos no requieren de mayores explicaciones, su magnificencia y belleza reside en su ‘esencia’ misma que la encontramos y la vemos reflejada en su autenticidad.
Lo prístino de ideas y acciones reside en esa simbiótica relación de simplicidad y autenticidad: un diálogo permanente e interactivo en todo lo que hacemos y acontece en nuestra cotidianeidad. Y su esencia radica en lo que ‘es’ por las características y ondas expansivas del ejemplo. Y como en el diálogo mismo, cuando nos acercamos a nuestro interlocutor lo hacemos con la intención proactiva de aceptar todo lo positivo y constructivo que proceda de él. Acercamiento que no se puede disociar de la humildad que se debe mostrar en el diálogo cuando nos percatamos y reconocemos –de ser ese el caso– que hay una necesidad de enmedar. Esa capacidad de enmienda– implica muchas veces dar un giro de 180 grados de lo que pensábamos o creíamos inicialmente. Esas condiciones del diálogo son el cara y sello de una misma moneda que deben traducirse en el ejemplo de la simplicidad y la autencidad. Sin ellas, no hay diálogo posible que prime.
Lo simple y lo auténtico son –paradójicamente– más complejos cuando se trata de emular los ejemplos, y vemos que nuestras acciones se dilatan más de lo que deberían cuando se divaga demasiado porque no hay el ‘tiempo suficiente’ para hacer breve una toma de decisión. Comunicar es un arte y su más excelsa expresión es el ejemplo de nuestras vidas que podemos ofrecer a los demás, especialmente, a los que más queremos. La simplicidad y autenticidad –que tienen su mejor expresión en el ejemplo– son elementos dirimentes de todo mensaje, cuya esencia radica en su naturalidad, en la facilidad de entender y de poner en práctica. Lo encontramos en todo lo simple y sencillo que observamos cuando apreciamos la facilidad con la que comunica algo y, lo más extraordinario, cuando no encontramos nada extraño que nos distraiga en el proceso de aprehenderlo, de digerirlo y, subsecuentemente, de llevarlo a la práctica o a la acción.
La simplicidad proyecta y crea una sensación de calma –paz espiritual–, ayuda a la comprensión del mensaje y provee un punto de atracción que focaliza la atención. Nos permite, además, concentrarnos para apreciar lo que realmente importa mientras nos ayuda a prescindir de lo innecesario. Separa al trigo de la paja, lo crítico de lo superfluo, lo importante de lo menos.
Mas, he aquí el detalle, la simplicidad insiste fundamentalmente en la responsabilidad porque su fácil aprehensión y apreciación son un insoslayable llamado a la acción del que nadie puede mantenerse imperturbable, ni mucho menos sustraerse a ella. La simplicidad es simple, mas no simplista. La simplicidad es, pues, una dirección y una meta, una ‘conducta’ que exuda autenticidad, autenticidad...