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¡Yo soy malo, pero no tanto!

La continua amenaza es el peligro de ‘acostumbrarse’ a vivir en pecado. Ya la conciencia enmudece, sin reprochar al creyente por su enajenación del estado de gracia. Entonces se cae en una actitud de indiferencia y conformidad, donde se pierde todo sentido de superación personal. “¿Para qué tratar? ¡Yo ya no tengo remedio!” Esa sería la postura más trágica. Como delata una igual actitud, cuando se argumenta, “para que confesar, si siempre se vuelve al mismo pecado”. Se ignora de esa manera, que la gracia santificante permanece continuamente operativa en el practicante que, con sinceridad, busca y lucha por su conversión. Foto/EFE

Parte importante de la vida espiritual, es el conocerse a sí mismo. Esa dimensión no se aprendió como parte del catecismo, en la preparación para la Primera Comunión. Aquellas 12 o 14 paginitas del catecismo, en años pasados, era la suma total de la doctrina que se aprendía para vivir el resto de una vida católica como adultos. Por eso es por lo que hoy en día, la mayoría de las parroquias ofrecen todo tipo de cursos de formación. En algunas hay cursos sobre la Biblia, catequesis, liturgia, ministerios, o algún otro tema de la pastoral. En general, los que asisten son feligreses que han vivido algún retiro espiritual como parte de los movimientos parroquiales. Así es el caso de los que han participado en el Cursillo de Cristiandad, Encuentro Matrimonial, Juan XXIII, o algún otro. La verdad es que algunas parroquias vibran de actividad con el compromiso de los laicos que han vivido esas experiencias de conversión. Pasa una noche por la calle donde está ubicada la parroquia y verás el estacionamiento lleno de autos. ¡Esas son las parroquias más activas!

El continuo crecimiento en la vida espiritual debe de ser el ideal de todo bautizado. Sin embargo, la gran mayoría de los que todavía asisten a la misa, se conforman con el cumplimiento de su obligación dominical. Un examen de conciencia, como todos saben, es parte de la preparación para una buena confesión. Pero esa mirada interior que tanto beneficia al desarrollo del crecimiento espiritual es también algo indispensable. La espiritualidad del tiempo del pre-Vaticano II, se enfocaba mayormente en la superación de la condición pecaminosa del bautizado. El pecado era el enemigo constante del creyente. Las oraciones piadosas, la insistencia en la penitencia, el acoso de Satanás, eran temas frecuentes en retiros espirituales. Y no hay duda, que todo eso era apropiado para la mentalidad de aquel entonces. “Tú, pecador”, se le repetía al feligrés. En aquel entonces predominaba una espiritualidad que insistía en lo malogrado de la condición humana. No, no se critica el pasado, como ya se ha mencionado en otras ocasiones, ‘No se juzga el pasado con los criterios del presente’. Pero sí, es bueno detallar la diferencia entre ese pasado, y una espiritualidad renovada actual.

Desde la ‘Declaración de los Derechos Humanos’ en los Documentos del Vaticano II (1962-65), se enfatiza la dignidad y la libertad del bautizado. O sea, el pecado es pecado…pero, ‘¡Yo no soy mi pecado!’ Se ha confundido una condición permanente con una actuación moralmente inaceptable. Desde el punto de vista psicológico, afecta mucho a la salud mental, el identificar continuamente al ser humano con su inclinación hacia la maldad. ‘Él es un ser redimido en gracia’, eso es lo que se debe de enfocar. Desde el punto de vista pedagógico, se ha descubierto, que una mamá que constantemente le dice a su hijo, ‘pero que bruto eres’, afecta toda la autoimagen de esa criatura. Como resultado, el pobre niño actúa como un ‘incapaz’, ¡pero eso fue la culpa de la ignorancia de la mamá! Triste reconocer cuántos, en su vida adulta, han sido afectados por esa experiencia negativa de la niñez. No ayuda, por supuesto, si la crianza fue en la pobreza y un ambiente de carencia.

Pudiese ser que algunos todavía piensan de esa manera. ‘¡Yo soy malo!’ Y aunque es cierto que, todo ser humano es imperfecto, la tarea espiritual es de ayudarlo a reconocer que también es un ser redimido. Entonces a esa confesión de insuficiencia, se le podría añadir, ‘…pero no tanto’. No al punto de ignorar que el impacto de la resurrección del Señor Jesús es, precisamente, la redención de la condición humana. Lo que debe de predominar en la conciencia de cada bautizado, es que el Espíritu Santo es quien cuida, protege y guía a cada creyente. El bautizado y seguidor de Cristo Jesús, pertenece al grupo de los victoriosos que viven luchando con tesón y ahínco por una superación personal y permanencia en el estado de gracia.

La continua amenaza es el peligro de ‘acostumbrarse’ a vivir en pecado. Ya la conciencia enmudece, sin reprochar al creyente por su enajenación del estado de gracia. Entonces se cae en una actitud de indiferencia y conformidad, donde se pierde todo sentido de superación personal. “¿Para qué tratar? ¡Yo ya no tengo remedio!” Esa sería la postura más trágica. Como delata una igual actitud, cuando se argumenta, “para que confesar, si siempre se vuelve al mismo pecado”. Se ignora de esa manera, que la gracia santificante permanece continuamente operativa en el practicante que, con sinceridad, busca y lucha por su conversión.

El proyecto en la vida espiritual entonces sería el mantener un balance saludable entre el sentido de culpabilidad y la convicción de que Jesús, el Señor me ama y que no puede dejar de amarme, pues esa es su naturaleza humano-divina. Sí, yo soy malo, pero también soy santo. ¡Ahhh…, que necesario es ese consuelo!

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Una persona observando en la oscuridad. Foto/EFE/vanguardia/archivo

Dos personas revisan sus teléfonos en la oscuridad. Foto/EFE/archivo



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