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¡Sapere aude!

La gente lanza linternas de papel en el río Motoyasu frente a las ruinas de la cúpula destruida por la bomba atómica en Hiroshima, Japón, el 6 de agosto de 2025, en el 80 aniversario del lanzamiento de la bomba atómica por parte de Estados Unidos. Foto/Mihoko Owada

En una entrevista de 2008 con el Ottawa Citizen, titulada “Cuando Jimmy Carter se enfrentó a la radiactividad de frente”, el amigo y biógrafo de Carter, Peter Bourne, dijo que antes de uno de los mayores accidentes mundiales de reactores nucleares ocurrido en Canadá en 1952, Carter abordó la energía nuclear de una “manera científica y desapasionada”. Pero luego de descender a un reactor nuclear en fusión, su perspectiva cambió por completo: “Vio y sintió de primera mano la capacidad de la energía nuclear para destruir, mientras manipulaba torpemente los componentes radiactivos de un reactor nuclear (NRX) con un endeble traje de materiales peligrosos”. Las consecuencias emocionales de la experiencia influyeron en el pensamiento de Carter durante su etapa como presidente y como mejor lo expresó en su discurso inaugural: “Prometemos perseverancia y sabiduría en nuestros esfuerzos por limitar los armamentos del mundo... y este año daremos un paso más hacia el objetivo final: la eliminación de todas las armas nucleares de esta Tierra. Instamos a todas las demás personas a que se unan a nosotros, porque el éxito puede significar vida en lugar de muerte”. Este inusual caso de enviar a un futuro presidente al corazón del peligro también cambia el curso de la historia, para mejor.

La crudeza del ahora, cuando los tambores de guerra resuenan con estridencia, nos espeta a redoblar nuestros esfuerzos para que esa esquiva paz sea una realidad. Los argumentos en favor de un pacifismo racional siguen siendo tan relevantes como lo fue hace tres siglos cuando Kant propuso una definición de la ‘ilustración’ bajo el lema “ten el coraje de tus propias convicciones” (¡Sapere aude!). Vale decir, ser capaz de tomar una distancia crítica con respecto a nuestras inclinaciones e inquirirnos si contribuyen al pensamiento ‘ilustrado’, lo que implica pensar por uno mismo, pensar poniéndose en el lugar de los demás y pensar siempre de forma coherente. Esas tres máximas podrían promoverse mediante ‘el uso público de la razón’, diferente del uso ‘privado’ que hacemos en nuestras ocupaciones cotidianas. El primero requiere un compromiso pluralista, imparcial y crítico, mientras que el último se basa en la aceptación de la autoridad. En una época donde las discrepancias se muestran más en actos ‘ruidosos’ de autoexpresión individual -social media- y menos en el compromiso crítico colectivo, la atención de los conflictos se centra en los riesgos y peligros de una escalada, más que en la rareza de las guerras que terminan con una ‘victoria total’ que es una falacia, toda vez que en una guerra todos perdemos. Como viene sucediendo en la guerra que libran Ucrania y Rusia o Israel y Hamas en Gaza, donde se siguen sacrificando irracionalmente miles de vidas humanas. De allí que Kant otorgó –como capacidad comunicativa universal– un papel a la razón: la de trazar una andadura intermedia entre no tener fe en nada y seguir ciegamente las tendencias.

El ensayo pacifista de Kant ‘Hacia la paz perpetua’ (1795) -título inspirado en el grabado satírico en el pizarrón de una posada holandesa donde ‘paz perpetua’ se refiere a la calma del ‘cementerio’- es una advertencia. La inmoral posesión de armas nucleares y la amenaza de su uso solo asegura que la aniquilación simultánea de una paz perpetua se logrará sólo en el vasto cementerio de la raza humana. Para Kant, las únicas trincheras que deberían unirnos son las de la razón, incluso en medio de los peores excesos, se debe mantener cierta confianza en la humanidad del enemigo. Si algo nos enseña el filósofo es que la búsqueda de una ‘victoria completa’ corre el riesgo de conducir a la extinción completa. En el 80 aniversario de los bombardeos atómicos sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, el papa León XIV nos recuerda también que esos acontecimientos trágicos siguen siendo ‘una advertencia universal’ contra ‘las devastaciones’ causadas por los conflictos y las armas nucleares.



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